Iñaki Lekuona Periodista
Seis años de nueva era de azufre
Hace seis años, cuando vimos el impacto de un avión sobre uno de los rascacielos del World Trade Center, cuando observamos atónitos un segundo aparato estrellarse contra la segunda torre gemela, cuando toda aquella masa de hormigón y acero en llamas se derrumbó en directo en las pantallas de nuestros televisores, tuvimos la impresión de que aquello representaba el fin de una época. Por primera vez, los Estados Unidos de Norteamérica, que tantos conflictos bélicos han propiciado lejos de sus fronteras, eran atacados en su propio territorio y eran malheridos en pleno corazón económico.
Seis años después, el 11S esconde demasiadas sombras que alimentan teorías conspiratorias que colocan a los servicios de inteligencia norteamericanos y a grupos neoconservadores si no como artífices sí como colaboradores necesarios del ataque. Fue Paul Wolfowitz quien escribió que para seguir liderando un nuevo orden mundial los USA tendrían que hacerse militarmente con los recursos de Oriente Medio. Y él mismo reconoció que el «pueblo americano» nunca permitiría nuevas intervenciones bélicas... a no ser que sucediera un hecho catalizador como el de Pearl Harbour, que fulminó la oposición de los norteamericanos a la entrada en la segunda Guerra Mundial.
Fruto o no de un complot, ese monstruo que nació de los escombros del WTC, bautizado como «Guerra contra el terror», ha sido el mejor pretexto para que Wolfowitz y los suyos hayan puesto en marcha un nuevo orden mundial. Un nuevo tiempo que en la práctica no es más que el recrudecimiento de la vieja política neocolonial que los Estados Unidos de Norteamérica practican desde principios del siglo XX: unilateralidad al servicio del capitalismo. Sólo que si antaño Washington creaba dictadores en el Tercer Mundo para asegurar el control y la predación de los recursos, esta nueva era del fundamentalismo neocons propicia nuevos caudillos, abanderados de la seguridad y de la patria. Incluso en la France de la liberté, de la fraternité y de la égalité huele demasiado a azufre. Que la Revolución Bolivariana, aun con sus posibles defectos, nos proteja.