La recepción a la película de José Luis Guerín en la Mostra de Venecia ha sido desigual, con división entre pitos y aplausos. El cineasta catalán, cuando sale del entorno crítico que le es fiel, siempre queda expuesto a las consecuencias del riesgo creativo que asume. «En la ciudad de Sylvia» vuelve a ser una obra exigente con el espectador, quien debe participar activamente para completar una propuesta que no se explica por sí misma. Después de «En construcción», más asequible, el autor retorna a la experimentación de sus anteriores «Los motivos de Berta», «Innisfree» y «Tren de sombras». Si en aquellos trabajos partía de homenajes cinéfilos, en su nueva realización el maestro que está más presente es Hitchcock, reflejado a través de alguno de sus títulos más voyeuristas, como puedan ser «Vértigo» o «La ventana indiscreta». «En la ciudad de Sylvia» no ofrece asideros argumentales a quien la contempla, pues se trata de un ejercicio de observación puro y duro. Tiene razón Guerín cuando afirma que en esta ocasión plantea un supuesto mucho más sencillo, que no pasaría del consabido «chico conoce a chica». Alguien sigue a Pilar López de Ayala, alguien que persigue un rostro ideal de mujer en las calles de Estrasburgo movido por un vago recuerdo.