Rodrigo Triana debutó en la realización hace cinco años con la interesante «Como el gato y el ratón», en la que ofrecía una versión bastante particular de la conflictividad colombiana. La película estaba ambientada en una barriada de Bogotá formada por los desplazados de la violencia que, como Ciudad Bolivar, ha estado esperando la llegada de la electricidad. Una vez que llega, la lucha por el territorio enfrenta a dos familias vecinas en una batalla campal.

En esa misma línea cruenta y satírica a la vez, el realizador colombiano se basa ahora en hechos ocurridos hace cuatro años y que tuvieron un gran eco en los medios de comunicación nacionales. Algunas críticas de «Soñar no cuesta nada» han señalado que el argumento tiene un desenlace algo previsible y convencional, matizando que es porque las cosas sucedieron exactamente así. El guionista Jorge Hiller no ha puesto ni quitado una coma, por lo que en todo caso habría que culpar a la realidad misma, que no sabe escribir guiones cinematográficos. También hay quien ha captado en la película elementos de realismo mágico o surrealistas que entroncan con la literatura de Gabriel García Márquez, pero se trata de un trasfondo cultural que pertenece a la propia idiosincrasia colombiana.

Un grupo de soldados encontraron un dinero de las guerrillas de la FARC, pero prefirieron ocultárselo a sus superiores del Ejército. Fueron descubiertos, porque no es fácil gastar 46 millones de dólares, ni siquiera entre todos los miembros de un pelotón, así que sus desorbitados gastos al regresar a casa no pasaron desapercibidos.

Rodrigo Triana combina muy bien el cine bélico sobre patrullas perdidas con la comedia costumbrista, obteniendo unos resultados muy llamativos que han permitido a la película su distribución internacional.