Maite SOROA
En la marcha de J.J.
Si, como dice el dicho, hay que mirar a quien sonríe para saber quien llora -y viceversa-, la lectura de la prensa de ayer resulta más que clarificadora a la hora de valorar cómo están las cosas en el PNV. Los medios controlados por el propio partido se esforzaban con denuedo en minimizar las consecuencias de la renuncia, pero las cosas quedaban más claras al leer, por ejemplo, el editorial de «La Razón»: «La caída de Imaz revela el fracaso de la transversalidad en el País Vasco, auspiciada por Patxi López, y el triunfo del radicalismo que encarna Ibarretxe».
En el mismo medio se le quemaban las palmas de tanto aplaudir a... Carlos Dávila: «Imaz es o era un nacionalista viajado (...) nada que ver, por tanto, con el ruralismo aizkolari de Joseba Egibar o con la endogamia de ombligo que representa Ibarretxe».
Según el editorialista de «Abc», «el efecto más grave de esta reafirmación ultranacionalista del PNV es que en el País Vasco vuelven a converger, en sus más exacerbadas expresiones, las dos causas de su déficit democrático: el terrorismo de ETA y la doble moral del PNV».
Seguimos en la derechona nacionalista española. En «El Mundo» lamentaban la marcha de J. J. porque «no cabe duda de que el líder del PNV ha dado una lección de coherencia y seguramente quiere llamar la atención sobre la progresiva radicalización del nacionalismo vasco».
También en las filas requetés lloraban la marcha del presidente del EBB. En «Diario de Navarra» alertaban sobre lo por venir: «Lo que viene ahora es más que sabido porque tampoco trae novedad: un nacionalismo de ínfulas soberanistas que no ayudará en absoluto a la estabilidad política de España».
Y el medio más próximo a las tesis (y a la práctica) de Imaz, o sea, «El País» se lamía las heridas: «Es una derrota frente a las resistencias tradicionalistas encarnadas en su antagonista, Joseba Egibar, reforzado últimamente por el lehendakari Ibarretxe, dispuesto a que se hunda el mundo, o al menos la convivencia entre los vascos, con tal de que él pueda convocar su consulta soberanista. Pero tal vez sea también el aldabonazo necesario para que el PNV se decida de una vez a elegir entre la unidad en la confusión y la claridad política». Está todo tan claro que no merece más comentario. ¿Verdad?