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Pink floyd celebra el cuarenta aniversario de su sicodélico debut en el verano de las flores

El 5 de agosto de 1967, en plena explosión hippie, se publicaba «The piper at the gates of dawn», primer álbum de Pink Floyd y uno de los mejores discos de corte sicodélico de toda la historia. La reedición actual de lujo se ofrece en una caja que contiene el cedé en versión estéreo y mono, más un tercer redondo con material inédito, singles y alguna sorpresa adicional.

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Pablo CABEZA

En la actualidad, las discográficas no pierden ocasión para celebrar cualquier aniversario si ello sirve para dinamizar sus amarguras. El turno ahora es para uno de los mejores discos de sicodelia, «The piper at the gate of down», que cumple cuarenta años desde su edición en agosto de 1967, el mismo año en el que se publicaba (dos meses antes) «Sgt. Pepper's lonely heart club band», el álbum más sicodélico y colorista de los Beatles.

Tras cuatro décadas de años y años aprisionando la historia, lejos del fétido olor de lo corrupto, de la fría imagen de un esqueleto, «The piper at the gate of down» continúa sonando singular, eficaz. No obstante, el conocimiento de otras formaciones oscuras de la época, la enormidad de discos grabados, relativizan, en cierta medida, el esplendor primario de la banda art-pop liderada en aquellos años por el visionario Syd Barret, quien falleció el 7 de julio de 2006, tras una vida de encapsulamiento y zozobra mental.

El primer single de los Floyd fue «Arnold Layne» (marzo de 1967), no incluído en el álbum debut, pero sí en el tercer disco de la edición de lujo de «The piper at the gate of down». La canción fue censurada por la BBC e incluso por algunas de las emisoras piratas más famosas de aquellos días, Radio London y Radio Caroline, quienes entendían que en el texto había alguna clase de perversión sexual (Arnold Layne tiene una extraña costumbre, coleccionar ropa. Claro de luna, contornos diluidos, le favorecen...). El segundo 45 se tituló «See Emily play», otra encantadora pieza estroboscópica que se halla sólo en el tercer cedé. El single sonó en todas las emisoras con generosidad, quizá por los remordimientos de la censura pasada o por entender que había que adaptarse a los tiempos.

Los dos singles fueron suficientes para que Pink Floyd llegaran más allá de las actuaciones en el mítico UFO. De hecho se les invitó a tocar en el programa estrella de la BBC, «Top of the Pops». Una semana después de su aparición, el disco subió hasta el puesto número cinco de las listas. Los Floyd esperaron con inquietud si llegarían a conseguir el número uno, pero allí se había instalado «A whiter shade of pale» (Con su blanca palidez), imbatible. Además, Gary Brooker, cantante de Procol Harum, era crítico del periódico musical «Melody Maker» y se había cargado el single de los Floyd, en especial por el «horrible» sonido de órgano, sonoridad que posteriormente adoptaron numerosos teclistas, entre otros, John Lord, de los míticos Deep Purple.

En 2004, Nick Mason, batería de la banda, escribió: «Ahora, al escuchar `Piper' entiendo que este disco me ofrece una indicación aproximada del repertorio que habíamos estado tocando en el UFO y el Roundhouse, aunque las versiones de estudio fueron inevitablemente más cortas, con solos construidos de manera más concisa, para satisfacer la demanda de canciones de tres minutos».

«Interstellar overdrive», por ejemplo, en el disco dura nueve minutos, pero en los directos podía alcanzar la media hora. Bajo la estructura de ciertos elementos, Pink Floyd improvisaban de continuo bajo el liderazgo místico del atormentado Syd Barret, por talento, imagen y magnetismo líder de estos primeros Floyd repletos de sicodelia, incipiente electrónica y rock espacial.

«The piper at the gates of dawn» pertenecía a la contracultura de la época, un sonido underground que llevaba gestándose desde finales del 65. La prensa oficial, como es habitual, no se había percatado del fenómeno, pero un buen día las páginas sensacionalistas cayeron en la cuenta de que esta contracultura era peligrosa. El periódico del movimiento sicodélico, «IT», fue denunciado por la clase dirigente por obscenidad y el diario sensacionalista «The news of the world» acusó a la sala UFO de diferentes perversiones, lo que provocó que el local pasara por momentos económicos graves. Asimismo, apuntó que Pink Floyd eran unos «peligrosos subversivos», apuntando que el propio grupo se había calificado como «desviados sociales» en un cartel, sin percatarse de que no era una descripción propia, sino el nombre de la banda telonera. Finalmente, el libelo se disculpó en la última página con letra pequeña, muy pequeña.

Desde aquellas calumnias, UFO no volvió a contar con el mismo espíritu, la gente ya no iba a divertirse, a pasar de todo y flipar. Desde la consciencia del fenómeno underground, desde las descripciones apocalípticas de lo que allí pasaba, el público acudía a observar el fenómeno más que a participar. Mientras tanto, y al margen. de la polémica mediática, Syd Barret comenzaba a dar signos de claro desequilibrio.

Syd es el autor de la mayoría de las canciones de «The piper at the gates of dawn», además de los singles publicados previamente, aunque los odiaba por su supuesto carácter comercial. Poseía una capacidad asombrosa para la composición, como lo demostraría en las sesiones de «The piper...», pero su mente se estaba deteriorando como una esponja con demasiados roces.

La postura de Roger, Rick y Mason era fiel a la cultura estudiantil de la cerveza, por lo que aún menos entendieron el artículo del sensacionalista «The news of the world». En realidad, de Syd Barret y su estilo de vida poco sabían. Iban a su casa, le esperaban en el coche y marchaban. Un amigo les había dicho que nunca subieran a casa, que todas las bebidas estaban mezcladas con drogas.

Exageraciones al margen, cuando más consciente era el trío del estilo de vida de Syd Barret era en las actuaciones, donde ya comenzaba a tener problemas para concluirlas. De hecho tuvieron que suspender a última hora la actuación prevista en el Windsor Jazz Festival al no acudir Syd. Cuando les tocaba el turno, apareció en su lugar Paul Jones, ex cantante de Manfred Mann y que empezaba a tener cierto éxito como cantante de R&B. Paul preguntó al público: «¿Os gusta la música soul?» Al tiempo que todo el auditorio contestaba: «¡Noooooo!».

Tras muchas conversaciones a Peter Jenner, mánager de la banda, se le ocurrió la idea de concertar una cita entre Syd y el prestigioso siquiatra R.D. Laing, pero Syd se negó. Al final decidieron que se fuera de vaacaciones a Formentera con un médico amigo. Tras la vuelta, Syd continuaba igual: sobrado de clase, sugerente, pero incapaz de recomponerse.

La sicodelia y el art-rock dan paso a David Gilmour

En un momento de desfase absoluto de Syd Barret, el cuarteto optó por pasar a convertirse en quinteto con la incorporación de un segundo guitarra, David Gilmour, amigo de Syd y con quien ya había tocado en su etapa juvenil. Si Barret se encontraba bien, serían quinteto y si fallaba, pues ya tenían a Gilmour.

Tras la grabación de «The piper at the gates of dawn», Barret se hundió poco a poco: esquizofrenia, paranoias, vértigos... En febrero de 1968, la situación se volvió irreversible y Syd abandonó Pink Floyd. Mason, Wright y Waters eran conscientes de lo que perdían, pero también del camino que les dejaba libre.

David Gilmour recuerda: «Syd era amigo mío cuando yo tenía 15 años; nuestra amistad duró hasta los veinte. Después no ha tenido ni más compañeros ni más amigos. Creo que es un genio. Pero está clínicamente loco. Y no sólo por culpa del L.S.D.». Syd grabaría después dos apreciables discos (diferentes a su etapa Floyd) en los que contó con la ayuda de Gilmour. De otra parte, Pink Floyd dieron vida a un álbum de transición, «A soucerful of secrets», para conseguir el éxito masivo pocos años después. Barret moriría a los 60 años marcado por el talento y la soledad.

P. C.

Ficha

Título:

»The piper at the gates of dawn».

Formato: Caja de tres cedés en edición importada y doble cedé en envoltorio estádar.

Precio: De 24 a 26 euros.

Discográfica: EMI,

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