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Proceso interno en el PNV

Lo que realmente importa

La decisión de Joseba Egibar de secundar la actitud de Josu Jon Imaz, y no concurrir como candidato a la presidencia del EBB, hace que los principales interrogantes se sitúen en las próximas semanas en la composición del máximo órgano de dirección del partido. En su artículo, el periodista Antonio Álvarez-Solís busca las claves de la línea que seguirá el PNV en la letra de la ponencia política. Ahora el problema radica en que la voluntad del PNV no consista en un consenso que sostenga al poder que acaba de ser derrotado por medio de un circunloquio que restaure la doctrina de que el Estado español es el referente del que no cabe disentir

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Antonio ÁLVAREZ-SOLÍS Periodista

He leído, releído, vuelto a leer el texto de la ponencia que se ofrece a los militantes del PNV acerca de la política posible de su partido. No he extraído de esa ponencia nada concluyente en sus cuatro quintas partes. Es todo viscoso y adjetivo. Una especie de sémola para espesar un inorgánico chocolate. Quizá se deba a la degeneración que en la ideología de toda organización política produce la consensuación. Una larga experiencia histórica demuestra que las fórmulas de consenso únicamente favorecen al aparato del partido o de la facción dominante, ya que tal consenso persigue, sin nitidez alguna a fin de obviar el juicio popular, dos finalidades fundamentales: permitir la convivencia de los dirigentes en un poder fructuoso sin más pretensión que sus beneficios materiales y cerrar la puerta a toda intención realmente alternativa.

Los partidos, como toda herramienta que se convierte en fin de si misma, han llegado mediante los consensos a la máxima degeneración de su corazón ideológico. El consenso les ha conducido a una autofagia que escandaliza al ciudadano de la calle. Ante este horizonte no me parece desmandada la solicitud de que los partidos se dirijan por las mayorías significadas y vencedoras por el pleno y claro contenido de su proyecto. El debate no se puede cerrar con una estropajosa participación en la dirección del mecanismo partidario. El llamado centralismo democrático de los partidos comunistas perseguía ese objetivo: la obtención, mediante un transparente debate, de un objetivo claro y determinado, con la subordinación noble y activa de la minoría perdedora en el encuentro. Hay que acabar, en pro de la salud democrática, con esa doctrina de aunar voluntades en vez de jerarquizarlas eficazmente.

Volvamos ahora a la ponencia que somete a sus bases la dirección colegiada del PNV. Hay algo sumamente significativo: el escaso volumen de literatura destinado en ella al derecho de decidir. De las cuarenta páginas dedicadas a proponer la política general del PNV solamente una y media están dedicadas al derecho a decidir. En esa página y media, en que no se menciona ni una vez, creo, al Estado español y su postura, se destacan tres frases que no tienen debate posible, a no ser el que propone por su cuenta y al margen de la ponencia el Sr. Imaz para evitar la «confrontación con el Estado», y que llevaría al PNV a una destructora subordinación inicial respecto a Madrid, esto es, a una venta del alma histórica de Euskadi.

Primera frase: «Derecho de decisión de la ciudadanía vasca para que, libre y democráticamente, pueda definir su futuro como pueblo». ¡Perfecto!

Segunda frase: «El proyecto de Nuevo Estatuto Político, aprobado por mayoría absoluta del Parlamento Vasco, recoge principios y contenidos suficientes para abordar la solución del conflicto político vasco». ¡Casi pluscuamperfecto si se juzgara la posición de España!

Tercera frase: «Sería deseable, ante posibles situaciones de bloqueo, que fuera la propia sociedad vasca quien, a través de un instrumento democrático como es la consulta popular, validara un proceso que nos permita superar los obstáculos existentes y que comprometa a todos a respaldar la voluntad popula».

La ponencia no puede dedicar más literatura a algo que es fundamental. El ser o no ser de un pueblo, como entidad política con su poder correspondiente, no necesita ciertamente más formulaciones verbales. El resto de la ponencia es una vagorosa dilucidación acerca de lo que significa la globalización económica, social y política. Se trata de treinta y ocho páginas en que se contienen todos los errores en que, a nuestro parecer, incurre el Sr. Imaz en el análisis del mundo actual, encarrilado a un poder único y vigorosamente antropofágico y no a la búsqueda del bien común. El Sr. Imaz se empecina, yo creo que con escaso convencimiento interior, ensostener que la globalización elimina etnicidades, nacionalismos y fronteras a fin de erradicar toda prejudicial voluntad de nación que abriguen sobre si mismos los pueblos sometidos.

Al parecer el Sr. Imaz ha decidido que el pueblo vasco debe convenir con el inalterable Madrid y los poderosos que lo manejan su integración en el gran clan de los poderes fácticos -con una bandera nacional perfectamente definida- a fin de lucrar unos misteriosos y reductores beneficios. El sabrá de qué beneficios se trata, para quién y con quién.

Ahora el problema radica en que la voluntad del PNV no consista en un consenso que sostenga al poder que acaba de ser derrotado por medio de un circunloquio que restaure la doctrina de que el Estado español es el referente del que no cabe disentir.

Yo no sé si el Sr. Urkullu representa esta política de entrega mediante una serie de evoluciones gobernadas por el viento ábrego del Partido Socialista. Si se trata, en suma, de izar este velamen la nación vasca deberá decidir si su futuro está en la prevalencia de la fuerza de la calle o en la entrega final de la apetecida Bastilla, que tanto cuesta conquistar, a quienes, ondeando una falsa bandera popular, han hecho de la batalla autodeterminatoria una simple maniobra de hibernación del nacionalismo.

Sería lamentable que todos los dolores, sacrificios e incluso sangre entregados en el combate para arribar al soberanismo se diluyesen en un juego de salón con banca predeterminada.

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