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Martin Garitano Periodista

La gesta de Barcina

El último gesto de la alcaldesa en Iruñea, Yolanda Barcina, no puede ser más heróico. Clavar la bandera en el salón de plenos del ayuntamiento es la proeza militar más sonada desde que el Duque de Alba la clavara en el corazón de Nafarroa de la mano del traidor Conde de Lerín o el general Mola la hincara en el monasterio de Iratxe con la sangre del alcalde Fortunato Agirre aún caliente en la tapia del camposanto de Lizarra.

Henchida de amor patrio, la alcaldesa en Iruñea ha decidido que la bandera -su bandera- sea omnipresente en la vida municipal (si pudiera lo haría incluso en la doméstica de la ciudadanía, clavándola en las cocinas, salas, y cuartos de baño) y que no haya acto, celebración o cuchipanda festiva que no sea presidida por la rojigualda de sus amores. Para ello cuenta, si falta hiciera, con las fuerzas a sus órdenes y los refuerzos que le prestarían con gusto la Guardia Civil, la Policía Nacional y, si fuera menester, con las tropas acantonadas en el territorio al mando del nuevo general-obispo.

Ahora se sucederán las alabanzas, el aplauso cálido y, tal vez, hasta alguna condecoración por la gesta. Como los tercios españoles en Flandes, los marines yanquis en Iwo Jima, los soviéticos en el Bundestag nazi o Neil Armstrong en la Luna, Barcina ha clavado su bandera en un gesto que, aunque ella nunca alcance a comprenderlo, delata el sentido de conquista que le mueve. Y es que las banderas, como los himnos, los gestos de adhesión o los cariños, son falsas cuando son impuestas.

Podrá Barcina atribuirse una nueva victoria militar sobre Nafarroa, tan pírrica y ridícula como la de Trillo y sus mesnadas en la isla de Perejil, pero no podrá impedir que Mariné Pueyo, por ejemplo, hable a sus conciudadanos con la bandera de Nafarroa, la ikurriña y el arrano beltza de fondo. Tal vez, a la vista de esa imagen, pregunte qué demontre es el arrano beltza. Y es que los imperialistas suelen desconocer casi todo de la tierra que invaden y, lo que es más importante, todo sobre los sentimientos de sus habitantes.

La heroína Barcina ha clavado su bandera en Iruñea y, como sucede en los episodios de conquista, logrará que buena parte de la población la mire con indiferencia -en el más benigno de los casos- y con desprecio. La medalla que le den que se la pegue con loctite en la solapa.

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