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José Miguel Arrugaeta Historiador

El oso Yogi, los guardabosques y el Parque Nacional

Tras la reciente comparecencia en la Audiencia Nacional española del filósofo Nicola Lococo y de los dibujantes Josetxo Rodríguez y Javier Ripa, contra quienes el fiscal interpuso una querella por «injurias al Rey», José Miguel Arrugaeta efectúa su particular análisis de esa querella, utilizando la ironía y personajes de la alegoría del propio Lococo para hacer ver lo descabellado de la misma.

A un colega mío, al que no conozco personalmente, pero que me atrevo a llamarlo así, puesto que compartimos espacios de opinión en este diario, se le ocurrió la peregrina idea de escribir como una metáfora, o alegoría, sobre un cazador Real y un osito cazado, al que nombró Yogi, como aquél que veíamos en los dibujos animados de chavales mientras merendábamos nuestros históricos bocatas de chorizo.

Realmente no puedo imaginarme en qué estaba pensando mi colega, si fue simplemente un lapsus o es que estaba bajo los efectos de alguna droga dura y alucinógena, por ejemplo un par de artículos de la Constitución inyectados en vena directamente, y sólo se me ocurre que deben haber sido los referentes a los derechos de los ciudadanos a pensar lo que les de la gana y expresarlo (las autoridades sanitarias deberían advertir que ciertas lecturas hacen mucho daño a la salud aunque no produzcan exactamente cáncer de pulmón).

El asunto es que, con una falta de sentido del humor digna de destacarse, el Estado, ése que hay que escribir con mayúsculas, se ha sentido aludido y ha puesto manos a la obra para defender la honra, el prestigio (no confundir con el Prestige) y la buena puntería del cazador. El cronista-colega, acompañado en este caso de dos humoristas de «Deia» a los que al parecer se les ocurrió una extravagante y graciosa imagen sobre el mismo asunto, han sido citados urgentemente por los guardabosques de este particular Parque Nacional donde habitamos por obligación, y por el momento.

¡Con la iglesia topamos, Sancho!, como escribió Cervantes en «El Quijote» (y es oportuno recordar que pasó buena parte de su vida en la cárcel por deslenguado y desordenado), y es que parece ser que aunque en aquella época no tenían constitución, los reyes también cazaban osos. El prestigioso literato español evidentemente sabía un huevo de lo que hablaba, ni entonces ni ahora se deben mezclar reyes y osos en la misma reflexión, pues da lugar a peligrosas equivocaciones.

Conclusión, los tres acusados deben explicar a un guardabosques de rango, el que esté de guardia ese día en la sede administrativa central del Parque Nacional -Departamento de Castigos y Malos Comportamientos-, con claridad y lujo de detalles qué aviesas intenciones escondían en su defensa del oso Yogi, más cuando se han filtrado datos en la prensa seria, esa que sí sabe de qué habla porque se lo cuentan de buena tinta, que indican alguna relación del citado oso con los hechos del 11-M, pues al parecer el tal Yogui tenía un primo lejano en una zona montañosa de Irán, ¡Ni más ni menos que en Irán! Y no sería aventurado adelantar que al final se descubrirá que el tal Yogi era integrante de una peligrosa y radical «célula dormida» -aunque en este caso, y para ser preciso, dado que hablamos de osos, habría que decir en hibernación-. Si se confirman las informaciones, la cacería habría sido en realidad un sofisticada operación antiterrorista que merecería una medalla más que una ironía.

Total que amenazan muy en serio, a los que opinan por la libre, con que se van a enterar de lo que vale un peine y, aunque seguramente al final no será para tanto, valga el aviso para navegantes si es eficaz, y que a los próximos a quienes se les ocurra la disparatada y loca idea de pensar y decir algo sobre temas prohibidos, sepan de antemano que los guardabosques ni descansan ni duermen para mantener la tranquilidad, el orden y la indisoluble unidad del Parque Nacional, y que ninguna de estas nobles y legales funciones incluye la preservación de los osos y de sus defensores, para que no vuelva a haber equívocos desagradables.

El Departamento de Pensamiento Adecuado y Buenos Modales del Parque aprovecha el hecho para recordar a los que tienen la extraña y malsana tendencia a usar la ironía y el doble sentido sobre ciertos temas delicados que pueden emplear sus habilidades con total y absoluta libertad en hacer chistes, chirigotas y cosas ingeniosas sobre Alá, Mahoma y sus seguidores, pues hasta donde consta no hay ni guardabosques ni parques nacionales de esa cuerda por nuestra zona. Y eso sí que es libertad de expresión bien entendida, y no lo otro, que es libertinaje.

Cambiando de tema, pero hablando de lo mismo, leo en un periódico belga, «Het Laatste Nieuws», y pongo el nombre del diario por si algún guardabosques se enfada, así puede citar directamente al responsable del citado medio para ver si es difamación o atenta contra la honra y puntería del nombrado, pues yo realmente ando muy complicado y además no puedo acudir por otras razones -aunque aclaro que siempre firmo y me responsabilizo personalmente de todo lo que escribo-, y cito textual: «El rey Juan Carlos I de España es el tercer monarca más rico de Europa con una fortuna estimada en 1.700 millones de euros».

Valga la aclaración de que el artículo se refiere a patrimonios personales y no institucionales. Si eso es cierto -repito para que conste en acta que no lo afirmo yo, sino el periódico belga- estamos ante un récord Guiness. En apenas 27 años, sin patrimonios familiares de ningún tipo, declarado bajo juramento en su momento, hace una media de 63 millones de euros anuales, 5.250.000 euros mensuales, 14.400 euros diarios, trabajando hasta domingos y fiestas de guardar. Yo no digo ni pío, cada uno que piense lo que le de la gana.

Claro que si tenemos en cuenta que las ocupaciones de la institución, que involucran a la persona que -vuelvo a repetir por si las moscas- nombra el periódico belga y no yo, incluyen actos protocolares, saraos socio-culturales, reuniones de representación internacional, prácticas y accidentes de esquí, vela, caza de osos y vacaciones, además de una larga y variopinta lista de actividades sociales, más su tiempo libre personal, al que tiene derecho como cualquier mortal, estamos ante un récord mundial: el trabajador más productivo del siglo sin ninguna discusión.

Que yo soy republicano de tradición familiar y personal no hace falta ni decirlo, que me gustan los ositos Yogis y los bocatas de chorizo tampoco, que voté no a la Constitución española, porque nada tenía ni tiene que ver conmigo, es rigurosamente verdad, por lo que, sumado a otros muchos argumentos, me deben dar al menos un centenar de razones para sentirme parte e integrante de este Parque Nacional.

Pero a pesar de mis sentimientos, certezas y actitudes personales me queda la duda: ¿Dónde están los defensores de la libertad de expresión? ¿Será que sólo saltan, con fiereza y tarde, cuando les disparan los guardabosques a ellos directamente? Algo parecido debe de haberle pasado al finado osito Yogi. Cuando sacó las garras era demasiado tarde.

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