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Desde Rusia con dolor

`Eastern Promises'

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Mikel INSAUSTI

Promesas del Este» llega en un momento delicado, cuando las relaciones diplomáticas entre Londres y Moscú atraviesan por una crisis que es consecuencia inmediata del caso Litvinenko. El dinero y el poder de los nuevos zares de los negocios parece expandirse en el extranjero, pero en la película, en contra de lo que cabría esperar, no hay ningún envenenamiento.

Es una forma de matar que va más con las historias de espionaje y, desde luego, demasiado poco sangrienta para lo que acostumbra David Cronenberg en su faceta de ilustrador de la violencia física. El cineasta canadiense no retrata a criminales sofisticadamente perversos o inteligentes, sino que refleja la brutalidad más insensata. El primer asesinato que nos presenta lo comete un joven retrasado con una navaja de afeitar, obligado por el jefe de su familia y dueño de la barbería. Es un turco, aunque está conectado con la mafia rusa, cuyos miembros resultan ser más bestias todavía, porque sus actividades ilegales relacionadas con el contrabando y el tráfico de mujeres así lo exigen, bajo la tapadera de un respetable restaurante representativo de las tradiciones de su país.

Si el local en cuestión hubiera sido de cocina italiana, al igual que el clan encargado de regentarlo, habría que hablar de una película de gángsters más. Sin embargo, «Promesas del Este» trabaja sobre una serie de rasgos diferenciales que descubren un submundo criminal con sus propios códigos y un lenguaje corporal muy significativo, descrito a través de la colección de tatuajes carcelarios que los componentes de la banda rusa llevan a modo de cifrado documento de identidad. El guionista Steven Knight es un investigador nato de las comunidades de inmigrantes del Londres marginal, dentro de un trabajo revelador del que es fiel exponente el argumento que escribió para Stephen Frears en «Negocios ocultos».

En medio de esa realidad que no figura en las guías turísticas se mueve una serie de tipos nada recomendables que conforman una galería interminable para la crónica negra, cada cual con sus peculiaridades intimidatorias, y de la que emerge el Nikolai encarnado por un Viggo Mortensen que verdaderamente parece eslavo en la versión original hablada en inglés con acento y en ruso.

Es el príncipe absoluto de esta tragedia moderna de resonancias clásicas, donde la lucha por el poder se confunde con el instinto de supervivencia más elemental.

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