Lo que yace en el suelo
"4 meses, 3 semanas y 2 días"
Koldo LANDALUZE
Cuatro meses, tres semanas y dos días» certifica que una decisión rocambolesca que deriva hacia un palmarés muy discutible no es sólo un mal endémico del Zinemaldia. Sinceramente, uno no se explica cómo este filme pudo lograr la Palma de Oro de Cannes, ni cuáles fueron las virtudes que sedujeron al jurado del certamen cinematográfico por excelencia. En cuanto a lo del premio Fipresci, tampoco es novedoso su más que discutible gusto por un modelo de cine «minoritario» y «conectado» con la realidad actual o, como es el caso que ahora nos ocupa, recupera paisajes fúnebres de un pasado no muy lejano.
Esta premiada segunda experiencia en el largometraje de Cristian Mungiu, ha sido la encargada de inaugurar un ambicioso proyecto global, bautizado como «Relatos de la edad de oro», cuya misión consistirá en rescatar crónicas subjetivas del comunismo en Hungría. Vista la primera andanada subjetiva de este proyecto global, nos asaltan ciertas dudas ético-formales derivadas del «todo vale si se trata de un drama humano».
Para comenzar, Mungiu no ha sabido prolongar el interesante hilo narrativo esbozado al inicio de este fallido proyecto. Cámara al hombro, pero con pausa, el objetivo atrapa la conducta y emociones de dos amigas cuyo nerviosismo denota que deben hacer frente a una situación difícil y, de paso, nos muestra mediante ligeras pinceladas la situación de un país atrapado en sus propias limitaciones. Tras este brillante ejercicio formal, «Cuatro meses, tres semanas y dos días» se encamina con decisión hacia una situación extrema; una de esas situaciones que, artística e intelectualmente, no admiten ni marcha atrás ni salidas forzosas. La escena en la cual las dos jóvenes se encuentran con el hombre que, clandestinamente, practicará un aborto a una de ellas, es uno de esos clímax contundentes que obligan a un cineasta a no dar marcha atrás. Mungiu desaprovecha este momento y no sabe cómo salir del entuerto. Su valentía se diluye rápidamente, limitándose a engordar el metraje de la película con escenas insustanciales y una tensión artificiosa subrayada por movimientos de cámara bruscos. Pero, lo peor de todo queda simbolizado en un único plano; aquel que nos descubre lo que yace sobre el suelo de un cuarto de baño. Ese plano fijo, ese gran fallo, da un giro completo a las intenciones morales y éticas de un discurso que no creíamos antiabortista.