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ANÁLISIS | ELECCIONES EN ARGENTINA

La recta final de Cristina Kirchner

 Tras meses de negociaciones y alianzas políticas, llegó el último tramo: El 28 de octubre, más de 25 millones de argentinos habilitados para votar elegirán al nuevo presidente, además de renovar la mitad del Congreso de Diputados y un tercio del Senado.

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Daniel GALVALIZI Periodista

El 28 de octubre, Argentina celebrará elecciones presidenciales, con Cristina Fernández como candidata favorita. En este análisis, el periodista argentino Daniel Galvalizi se adentra en la campaña electoral y en la carrera por la presidencia de la esposa del actual mandatario.

E stas elecciones se dan en un marco muy diferente a las de 2003. En ese entonces, estuvieron marcadas por la grave crisis económica que vivía el país desde 2001, y que comenzaba lentamente a resurgir. El casi ignoto gobernador de la provincia patagónica de Santa Cruz, Néstor Kirchner, fue elegido por el entonces presidente Eduardo Duhalde como su «delfín» para continuar con el proceso de recuperación, y a duras penas (con el 22% de los votos y la renuncia de Carlos Menem a ir a la segunda vuelta) lo logró.

Sin embargo, cuatro años y medio después, la situación es otra. El país vive una sensación de pujanza económica y de aumento del nivel de empleo. Pero el cambio también es político: Kirchner ha dejado de ser un ignoto dirigente para convertirse en el político con mayor popularidad del país y el que la ha mantenido más alta durante toda su presidencia desde 1983. Además, lidera buena parte del peronismo, y su entonces «padrino político» es ahora un declarado enemigo pero que pelea desde el ostracismo.

A pesar del contexto favorable para lograrla, Kirchner no quiso ir por la reelección. En realidad, no quiso continuar él mismo como presidente su proyecto político, sino que tiene para sí la tarea de rearmar una estructura política que reemplace al añejo peronismo por un partido de presunta centroizquierda.

La tarea presidencial ahora sería tomada por su esposa, la senadora Cristina Fernández. Y si bien la primera dama ya era conocida mucho antes de ser tal, y tiene una larga trayectoria como militante y legisladora, es indisimulable que sus astronómicos índices de intención de voto están inexorablemente ligados a la gestión de su marido.

La «reina Cristina», como algunos la denominan en Argentina (incluso el periódico «The New York Times» tituló con ese apodo un extenso reportaje sobre la candidata), se está ocupando de diferenciarse de su marido en lo que las clases medias y los sectores más de centro de su país odian de él: Sus posturas inflexibles, su prédica antiempresarial, la intolerancia, y el desdén por lo que el mundo piense de su Gobierno. Por ello, Cristina Kirchner explota sus habilidades discursivas y su capacidad intelectual en cuanto espacio académico visita. Además, elaboró puntillosamente una cargadísima agenda internacional con encuentros al máximo nivel: Nicolas Sarkozy, Jose Luís Rodríguez Zapatero, Angela Merkel, Hillary Clinton, y Vicente Fox fueron tan sólo una parte de sus numerosos encuentros. Y como corolario para mostrarse como una superación de la gestión de su esposo, lanzó varios guiños hacia el empresariado para demostrar su interés en querer llevarse bien con un sector que en algunas ramas le tiene mucha desconfianza.

La candidata ostenta una nada despreciable intención de voto. Los sondeos menos favorables le otorgan alrededor de un 44%, 30 puntos por encima de sus adversarios, lo que la catapultaría a la Casa Rosada sin necesidad de ir a un ballottage (una segunda votación).

El segundo puesto lo ocupan Elisa Carrió, por la Coalición Cívica -una alianza entre partidos de centroizquierda y liberales- y Roberto Lavagna, por Una Nación Avanzada (UNA) -un rejunte de peronistas y radicales enfrentados con Kirchner-.

Ambos cuentan con alrededor del 11% de las predilecciones, y aspiran a que el Gobierno se desgaste lo máximo posible para que descienda el caudal de votos de Cristina Kirchner y así forzar una segunda vuelta, lo que según todos los analistas sería casi un milagro.

Un campo opositor fragmentado y desorientado favorece la estrategia del matrimonio presidencial, que se beneficia de una oposición que no logra capitalizar las torpezas del Gobierno porque, sin duda, este es el año en el que la Administración Kirchner ha dado sus mayores tropezones, tanto que se puede pensar que no necesita opositores.

Ha sufrido una catarata de escándalos de corrupción -algunos con ribetes novelescos- por parte de varios miembros de su gabinete, algunos hasta debieron renunciar (como la ministra de Economía, por los 60.000 dólares ilegales encontrados en el baño de su despacho). Además, se introdujeron cambios en el instituto estatal que mide la inflación, la cual mes tras mes brindó una cifra grotescamente inferior a la que los estudios privados dan a conocer. La subida de precios anunciada por el Gobierno es de cerca del 7%, mientras que otros estudios afirman que supera el 20%.

Otro inconveniente no menor fue la crisis de la energía, agravada por el crudo invierno en el Cono Sur. La inseguridad también sigue siendo grave en algunas regiones, especialmente en Buenos Aires y sus suburbios.

Y por último (aunque señalado como prioridad por la oposición junto con la inflación) es la denominada «calidad institucional». Como la mayoría de los gobiernos peronistas y con solvencia económica, el de Kirchner menospreció al Congreso, ignoró constantemente a la oposición y se peleó frontalmente con los medios que lo criticaron, entre otras cosas. Cristina Kirchner conoce estos problemas y plantea una «profundización del cambio, con transformaciones graduales», según dejó entrever en una de las escasísimas entrevistas que brinda a periodistas de su país.

Consciente del giro necesario que deberá dar el proyecto político que inauguró su marido en 2003, y con la paradójica colaboración de una oposición desarticulada y sin rumbo, tratará de seducir a un electorado que hasta ahora ha logrado cautivar más por mérito ajeno que propio, obnubilado por la pujanza económica, preocupado por la inflación, indiferente a cualquier otro tema y con el recuerdo, aún demasiado fresco, de los días caóticos de 2002.

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