El escritor Edgar Keret y la cineasta Shira Geffen han unido sus talentos para llevar a cabo este bienintencionado cuento urbano que podría ser emparentado, salvando muy mucho las distancias, con la inolvidable «Amelie». Desglosada a partir de diversas historias habitadas por personajes variopintos, «Medusas» narra los diversos periplos emocionales que protagonizarán una joven pareja de recién casados que compartirá un accidentado viaje de novios en un hotel con inexistentes vistas al mar, una joven que habita un piso inundado por goteras interminables, y que malvive como camarera, y una mujer filipina que dejó en su tierra natal a su familia para trabajar en Israel cuidando a ancianos.

Cada una de las pequeñas historias-río que componen este viaje fantástico a un Tel Aviv desconocido goza de un desarrollo estimable en el cual el surrealismo, la crónica sentimental y lo fantástico cohabitan dentro de una trama rica en matices. Cada una de las historias sigue su curso, jamás se interconectan y únicamente son los personajes los que, involuntariamente, se cuelan en las historias ajenas. Desconcertante en algunos momentos, esta comedia vital adquiere su punto más emblemático con la misteriosa irrupción de una niña que surgió de las aguas para poner en orden los caóticos desórdenes cotidianos que sufren los adultos. A lo largo del metraje se advierte que el escritor Edgar Keret tiene especial predilección por aquellos temas en los cuales el drama coquetea con la desarmante facilidad con la que los niños logran sus objetivos. Éste es uno de los principales hallazgos de esta propuesta modesta que fue galardonada en el último festival de Cannes con la Cámara de Oro y que tiene entre sus prioridades la vindicación saludable y alegre que emana de lo infantil y lo fantásticos que pueden llegar a ser esos mundos que, hace ya mucho tiempo, imaginamos. La buena labor coral del reparto aporta ese grado de aproximación que requiere el espectador cuando se enfrenta a proyectos que coquetean con lo absurdo y las fibras sensibles.

Por encima de un conjunto bastante equilibrado, destaca el excelente epílogo circular protagonizado por los mencionados esposos y la conclusión que obtienen las líneas que ella dejó escritas sobre un papel y que tienen mucho que ver con los contenidos mágicos que suelen contener algunas botellas habitadas por barquitos de vela.