GARA > Idatzia > Eguneko gaiak

El Sputnik soviético fue el primer satélite artificial

Bip, bip, bip... cincuenta años de carrera espacial

El presidente estadounidense Dwight Eisenhower minimizó su alcance al tildarlo de «pequeña pelota en el aire». Pero el mundo entero elevó su mirada al cielo en busca de la «luna roja soviética», el Sputnik I, que abrió la carrera espacial hace hoy cincuenta años.

p008_f01_177x108.jpg

Joseba VIVANCO

Nikita Krushchev, en aquel entonces primer secretario de la Unión Soviética, se reunía en el Palacio Mariyinsky, en Kiev, con varios líderes ucranianos. Era tarde. Todos estaban cansados. Sobre la medianoche, le avisaron de que tenía una llamada telefónica. Al retornar a la habitación, sonriente, reveló: «Hace un momento ha ocurrido un evento espectacular. Korolev ha llamado para informarme de que hace dos horas fue puesto en órbita el satélite artificial». Y prosiguió hablando de cohetes, ingenieros y proezas, para asombro de su reducido auditorio.

Quien así recuerda aquel emotivo e histórico momento es Sergei Krushchev, hijo del mandatario soviético y presente en la habitación. A las 22.28, hora de Moscú, de aquel 4 de octubre de 1957, emprendió vuelo el primer satélite artificial de la historia en alcanzar el espacio exterior, el Sputnik («compañero», en ruso). Al día siguiente, al otro lado del telón que separaba la Guerra Fría entre la URSS y EEUU, el diario ``The New York Times'' titulaba en su primera página a toda sábana: «La Unión Soviética lanza el primer satélite terrestre al espacio. Gira alrededor de la Tierra a 18.000 millas por hora. Se ha detectado a la esfera cruzar cuatro veces por encima de Estados Unidos».

Por aquí, entonces los primeros Seiscientos comienzan a rodar en las maltrechas carreteras de la dictadura franquista y empiezan a repartirse las primeras bombonas de butano. En el mundo, Elvis Presley, Nat King Cole y Paul Anka competían en el ránking musical estadounidense; el argentino Juan Manuel Fangio se erigía campeón de Fórmula 1; y en las pantallas de cine se estrenaban ``Los Diez Mandamientos'', ``12 Hombres sin Piedad'' y ``El Puente sobre el río Kwai''. Chang-Díaz era por entonces un niño portorriqueño de sólo siete años, cuando la noticia de que el ser humano había enviado un artefacto al espacio le cautivó como a millones de personas. Hoy, es un astronauta que ha participado ya en siete vuelos espaciales y recuerda que aquel logro de hace medio siglo fue el detonante de su interés por explorar el espacio. Lo que realmente pasó es que fue el detonante de la ulterior carrera espacial, que aquel 4 de octubre de 1957 quedaba oficialmente abierta.

Eran los años de la Guerra Fría. Las dos superpotencias competían en una carrera contra el tiempo por imponer su superioridad militar no sólo en tierra, sino también en el aire. Las bombas volantes V-2 alemanas de la Segunda Guerra Mundial habían abierto, tras finalizar ésta, una puerta tecnológica hacia los misiles de largo alcance con los que amedrentar al enemigo. Quien conquistara el espacio, dominaría la Tierra.

Mientras los estadounidenses experimentaban en el desierto de Nuevo Méjico con la colaboración del padre de las V-2 nazis Wernher Von Braun, los soviéticos trabajan sin descanso en el logro de un misil balístico intercontinental que pudiera alcanzar suelo enemigo. Necesitaron doce años para dar con el R-7, un cohete con 8.000 kilómetros de alcance. Todo bajo la supervisión del líder de la actividad espacial soviética, Serguei Pavlovich Korolev. A las primeras tres pruebas fallidas le siguió una algo más exitosa el 21 de agosto de 1957. Pero los científicos eran conscientes de que seguían estando lejos de lograr el arma deseada.

El propio Korolev se encargó, de manera nada sencilla, de convencer a los jefes militares de modificar los objetivos y apostar por el lanzamiento de un satélite. En enero de 1956 recibió esa autorización y comenzó a trabajar en el diseño de lo que luego sería el Sputnik. «Sabíamos que los rusos sabían bailar ballet y producir vodka, pero pensábamos que estaban retrasados en el terreno tecnológico», resumía hace unos días con humor Simon Ramo, de 94 años, uno de los padres del programa estadounidense de misiles intercontinentales.

En julio de 1957, los norteamericanos lanzaron con éxito su misil balístico Júpiter. Ya no había tiempo que perder en la carrera por ser el primero. Se trabajó contra el reloj pero, curiosamente, lejos de cualquier secretismo, días antes del lanzamiento, se facilitaron a bombo y platillo las frecuencias de radio y el tipo de señal de los transmisores del futuro satélite. El despegue estaba previsto para el 5 de octubre, pero fue adelantado a un día antes por miedo a que los estadounidenses les tomaran la delantera.

Finalmente, aquel día 4, el Sputnik fue lanzado desde la que hoy es la base de Baikonur (enclave ruso en Kazajstán). Una esfera poco más grande que un balón de baloncesto, de 83,6 kilos de masa y 4 antenas con las que emitir aquel primer «bip, bip, bip...» que oyeron miles de radioaficionados en todo el mundo, «la señal que separaba lo viejo de lo nuevo», como ilustraría la cadena NBC.

El 4 de enero de 1958 se desintegró en las capas altas de la atmósfera, tras completar 1.367 vueltas a la Tierra, pasando cada día siete veces sobre las cabezas de los estadounidenses, cuya seguridad tembló tanto como en el 11-S. Y, sobre todo, fue el comienzo de la conquista del espacio y, más importante aún, el prólogo del incipiente interés del gran público por la ciencia.

Sus miles de herederos nos hacen hoy la vida más fácil

Dicen que si a un alienígena se le ocurriera buscar vida en nuestro Sistema Solar, la cantidad de antenas, satélites y aparatos que pululan en las órbitas terrestres lo dejarían sordo. Vemos los partidos de fútbol, seguimos la ruta en coche sin perdernos, vigilamos las nubes, hablamos por el teléfono móvil y hacemos miles y miles de operaciones diarias gracias a ellos. Son los prolíficos herederos del Sputnik, que forman una malla tecnológica alrededor de nuestro planeta. Y, destacando entre todos ellos, la Estación Espacial Internacional, otro de los grandes hitos de la apasionante y, cincuenta años después, aún en ciernes, conquista del espacio. J.V.

 

Imprimatu 
Gehitu artikuloa: Delicious Zabaldu
Igo