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El líder conservador británico apela a la unidad del partido ante una posible cita electoral

Los discursos son la especialidad de David Cameron. En 2005, su alocución ante la Conferencia Anual del Partido Conservador le valió el liderazgo. Este año aspira a ganar unos hipotéticos comicios anticipados.

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Soledad GALIANA |

No hay mejor defensa que un buen ataque. Ésta es la estrategia que está utilizando el Partido Conservador de cara a la reconstrucción de su imagen y su base electoral. Al inicio de esta semana, siete puntos separaban a laboristas y conservadores en intención de voto. Estos últimos han conseguido reducir este margen de apoyo a favor del partido en el Gobierno hasta unos niveles que podrían preocupar al actual primer ministro, el laborista Gordon Brown.

Cameron es consciente de que una muestra de debilidad impactará en las posibilidades electorales de su partido. Ello explica no sólo su llamada a la convocatoria de elecciones, sino su decisión de no leer un discurso, de improvisarlo en el estrado, como un líder con ideas claras, que sabe lo que quiere.

Así criticó las políticas de Brown, que definió como el deseo de satisfacer a la minoría con reformas mínimas, frente a la necesidad de cambio, «esperanza» y «optimismo» que, a su juicio, necesita Gran Bretaña.

Las claves de la estrategia conservadora están en la reforma fiscal y de las pensiones -el «peor legado» de Brown, según Cameron- y en la sanidad. En el área de seguridad, defiende una política de «tolerancia cero». Además de elecciones generales, reclamó un reencuentro con los anti-europeístas del partido con la exigencia de un referéndum para decidir el apoyo británico a la Constitución Europea.

A pesar de su imagen de seguridad, la posible convocatoria de elecciones dificulta su plan de reconstruir el partido de acuerdo con su visión política. Los cuatro años parecen haberse reducido a cuatro semanas, y aunque las encuestas apuntan a que los votantes están preparados para un cambio, también indican que no confían en que los conservadores hayan cambiado lo suficiente como para renovar las políticas estatales británicas.

La semana pasada sirvió para que Gordon Brown se apoderara de políticas claves conservadoras. Días antes hizo lo mismo con uno de los símbolos del partido de Cameron, Margaret Thatcher, a quien invitó a visitar el 10 de Downing Street y retratarse con ella.

Ahora es el laborismo el que defiende el concepto de «trabajos británicos para trabajadores británicos», para atraer el apoyo de aquellos que se oponen a la inmigración y que, con anterioridad, sólo encontraban un eco de su posicionamiento xenófobo en las filas de los tories o de partidos neo-fascistas británicos como el BNP.

De ahí también su exaltación del «nacionalismo británico», clave para un escocés afincado en Londres y opuesto a las aspiraciones independentistas de sus compatriotas.

Brown está seguro del respaldo de los círculos de la izquierda gracias al apoyo de los sindicatos y ahora se ha decidido a ganarse a la derecha.

Como bien apuntaba el conservador David Willets, su partido no puede permitirse el lujo de tomarse el tiempo necesario para desarrollar su visión política o esperar el fin del periodo de «luna de miel» del recientemente encumbrado Gordon Brown. Es por ello que la única opción para un posible asalto al Gobierno son unas elecciones generales lo antes posible.

Incertidumbre

Una vez más, Cameron ha logrado aunar a los conservadores ante el desafío de unos comicios generales. La cuestión es si los votantes abandonarán la seguridad del Gobierno Brown por la incertidumbre.

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