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Antonio Alvarez-Solís Periodista

El tenaz mundo que amanece

Cabe pensar que es urgente la creación de una convención de pueblos para una sociedad colectivista, repleta de libertad y de democracia, ambas cosas sólo realizables si se consigue una igualdad de posibilidades materiales

Cumple a Euskadi, como molde inicial para fundir la libertad plena de Euskal Herria, dos tareas fundamentales: una forma de lucha contra los estados convertidos en herramienta de opresión para los pueblos y de beneficio para las minorías, así como una importante colaboración con los que inician el cambio hacia un nuevo mundo basado en la igualdad y el dominio de las masas ciudadanas. Creo que estas dos tareas, resumidas en la reinvención apasionada de una verdadera democracia, son las que mueven en profundidad la brutal represión contra los vascos. Euskadi está convirtiéndose, en buena parte por obra y gracia de la bélica elementalidad española, en un requerimiento y un apoyo a muchos pueblos que hoy empiezan a levantar su cabeza con toda dignidad. La lucha vasca contra el Estado español es una referencia muy valiosa para quienes propugnan otro tipo de sociedad y unas distintas reglas de convivencia. Este papel hay que contemplarlo con una profunda reflexión, porque se proyecta hacia agitados paisajes a veces lejanos geográficamente, pero cercanos en la exigencia espiritual.

Me pregunto si muchas batallas de liberación social actualmente en curso -pensemos, sin más, en las que libran Cuba, Venezuela, Bolivia o Ecuador- no producen lazos reales y enérgicos con los acontecimientos históricos vividos en Euskadi. Son evidentemente batallas antiimperialistas que han de buscar alguna forma de común denominador para hacer frente a idéntico enemigo. A mí me sugieren, aunque sea sólo en unos cuantos perfiles, la empresa a la que se entregaron en los años sesenta y setenta los llamados No Alineados. La diferencia radica en que los No Alineados se situaban entre Occidente y el bloque soviético para evitar la guerra y la extremosidad de los regímenes. Ahora ya no existe el bloque soviético, ganado para le economía antisocial y la libertad falsificada del gran Occidente. Pero ¿por qué no recoger la bandera de los No Alineados levantándola frente al neoliberalismo, la política de fuerza, el genocidio que protagonizan los grandes y, sobre todo, la opresión política, económica, intelectual y social sobre las masas ciudadanas? Las naciones que luchan por su libertad, como es Euskal Herria, saben perfectamente que no avanzarán en sus propósitos si no conciben a la vez otra forma más humana de vida y un ejercicio claro de la libertad. A esa intención de vida digna y de funcionamiento honorable es a lo que suelen los «grandes» calificar de terrorismo. Pues bien, frente a ello cabe pensar que es urgente la creación de una convención de pueblos para una sociedad colectivista, repleta de libertad y de democracia, ambas cosas sólo realizables si se consigue una igualdad de posibilidades materiales e ideológicas.

¿Utopía? Hay algo que históricamente se ha confirmado: que la utopía es la exigencia que brota de una necesidad; luego la utopía es una radical realidad. Tal vez haya quienes en el Gobierno vasco tengan claro todo esto que esbozo sumariamente. Euskadi sufre la aversión de naciones como la española, rendida a dirigentes de ideario fascista, porque esas naciones, cargadas de sumisión histórica, adivinan en la batalla vasca un principio que obliga a enfrentamientos muy duros contra la minoría autocrática y que desmantela la cómoda conformidad con la muerte de la historia. Las naciones adheridas al principio de «esto es lo que hay». Euskadi, como tantos pueblos que hoy combaten a un régimen de fuerza, injusticia y opresión, está entregado a la batalla contra el imperio, al menos en el horizonte en que se inserta. ¿Qué pasaría si los pueblos «bárbaros» o extranjeros respecto al mundo dominante actuaran con decisión y unidad de fuerzas? Pues quizá se perdieran batallas, pero la historia demuestra que la guerra siempre la ganan los «bárbaros», apellido que brindo a los jueces españoles por si quieren añadirlo al gran juicio inquisitorial que protagonizan, juicio apoyado en leyes perversas y negador del carácter moral que ha de revestir el Derecho.

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