Agricultura y contaminación
Fertilizantes de plantas, esterilizantes de tierras
«Agua no potable». Carteles como éste son cada vez más habituales en Nafarroa, pero lo que más llama la atención es que aparecen en fuentes cuyo agua siempre ha sido potable. El uso desmesurado de fertilizantes en las tierras de labor, principalmente nitratos, puede dar las claves para entender la contaminación de numerosos acuíferos.
Iñaki VIGOR
La agricultura convencional genera un impacto ambiental muy fuerte. Probablemente, hoy en día sea uno de los agentes contaminantes del suelo más terribles y uno de los problemas más importantes que tiene la humanidad. Cada año se bombardea la tierra con miles de toneladas de productos químicos como nitratos, fósforo y potasio, principalmente». Así lo afirma Juan Manuel Esparza Zabalegi, primer agricultor ecológico inscrito como tal en Nafarroa, impulsor de diversos proyectos respetuosos con la fertilización de la tierra, profesor, conferenciante e impulsor de los cultivos para autoconsumo en pequeños espacios.
Juan Manuel Esparza se inició en la agricultura ecológica gracias a su padre, hortelano tafallés al que debe gran parte de sus conocimientos. «Empecé a hacer agricultura ecológica en el año 1981 -recuerda este pionero-, cuando en Navarra se podían contar con los dedos de una mano las personas que nos dedicábamos a estas prácticas respetuosas con la tierra».
En 1992 hizo el primer máster de agricultura ecológica en la Universidad Complutense y después comenzó a trabajar en el Consejo Regulador de Agricultura Ecológica. Posteriormente estuvo en Cuba haciendo un curso en la Escuela Nacional de Agricultores Pequeños, donde quedó sorprendido por el nivel de agricultura ecológica que tienen en aquel país. Con los conocimientos acumulados, este inquieto tafallés emprendió su propia andadura como agricultor ecológico en Balgorra y, posteriormente, en la Granja Escuela El Vivero, donde durante muchos años recibieron cientos y cientos de visitas. Gracias a esta iniciativa, consiguieron que los tafalleses pudieran adquirir productos ecológicos a precios similares a los de la agricultura convencional. El Vivero es probablemente la única finca que no ha tenido abonos químicos, herbicidas ni pesticidas en toda su historia, comenta con orgullo Juan Manuel Esparza, quien estuvo varios años al frente de esta iniciativa hasta que fue relevado por Biolur Navarra.
Hoy en día cada vez hay más productores ecológicos en todo el mundo, y también en Euskal Herria. La gama de productos ecológicos ha tenido una gran expansión en los últimos años, al igual que las bodegas y cooperativas que los comercializan, pero la agricultura ecológica todavía es insignificante comparada con la convencional. Aunque ambas se denominan agricultura, tienen bastante poco en común. La primera pretende producir alimentos sanos, sin ningún tipo de aditivos y, sobre todo, mantener la fertilidad del suelo y los recursos naturales. La segunda busca la máxima producción posible y para ello recurre a todo tipo de fertilizantes químicos; la consecuencia más directa es la contaminación de la tierra y de los acuíferos, con todas las repercusiones que ello tiene en la salud humana.
En los últimos 50 años, el gran desarrollo de la tecnología en general, y en particular la relacionada con la agricultura, ha puesto en manos de los agricultores poderosas herramientas, como maquinarias, sistemas de riego con potentes sistemas de extracción y fertilizantes de todo tipo. Todo ello ha modificado el equilibrio entre agricultura y medio ambiente, dando lugar a problemas como el arrastre de nutrientes por escorrentía o la contaminación derivada del abuso de productos fitosanitarios y de fertilizantes, especialmente los nitrogenados.
Se trata de un problema de alcance mundial. De hecho, para hacer frente a la contaminación por nitratos, muchos países han cambiado en los últimos años su legislación y han introducido normas que regulan las explotaciones agrícolas y ganaderas.
Dentro de Euskal Herria, Nafarroa y Araba son los herrialdes más afectados por este tipo de contaminación, por ser en ellos donde más extensiones se dedican a los cultivos. «Prácticamente toda la zona sur de Navarra está contaminada por el exceso de nitratos. Se trata de un problema gravísimo, porque entre otras cosas puede producir cáncer. Desde Bruselas han llamado más de una vez la atención sobre esta cuestión, pero un sindicato agrícola, en concreto UAGN, se opuso a recortar su uso argumentando que en Catalunya la contaminación es mayor que aquí y no se toman medidas», recuerda Esparza, al tiempo que constata que la situación en Araba es muy similar a la de Nafarroa y que hay muchos suelos y acuíferos contaminados. Por eso, propone que en los carteles de las fuentes donde está prohibido beber se pongan carteles más explícitos: «Agua no potable por exceso de nitratos».
Uno de los fertilizantes más repudiados por los agricultores ecológicos es el nitrógeno, sobre todo cuando es utilizado por encima de los niveles permitidos. «Además de contribuir a la llamada lluvia ácida por la evolución del propio nitrógeno en el suelo, deja la tierra totalmente contaminada», explica nuestro interlocutor.
Síndrome del «bebé azul»
Además de la contaminación de aguas y tierras, la ingestión de nitratos también puede tener serias repercusiones en la salud humana, especialmente en los niños. Si se bebe agua o se comen hortalizas con elevadas concentraciones de nitratos, por ejemplo espinacas, la acción de determinados microorganismos en el estómago puede transformar los nitratos en nitritos, que al ser absorbidos en la sangre convierten a la hemoglobina en metahemoglobina. Ésta inhibe el transporte de oxígeno en la sangre y provoca el denominado «síndrome del bebé azul», que puede causar incluso la muerte.
En Nafarroa no se han registrado casos mortales, pero sí intoxicaciones. Hace pocos años hubieron de ser atendidos en el Hospital Virgen del Camino varios niños por haber ingerido papillas de hortalizas que tenían elevados niveles de nitratos, según recuerda Pedro Aparicio Tejo. Este catedrático lidera el grupo de Fisiología Vegetal y Agrobiología de la Universidad Pública de Nafarroa, que ha organizado recientemente en Iruñea la reunión de la Red de Uso Eficiente del Nitrógeno en Agricultura.
Este profesor reconoce que el excesivo uso de fertilizantes «está provocando la contaminación de determinados acuíferos» y, en el caso de Nafarroa, cita como zonas más afectadas las tierras del Ebro, en concreto las zonas aluviales donde predominan los cultivos de regadío. No obstante, considera que en este herrialde «no hay un abuso de los fertilizantes nitrogenados, porque la labor que realiza el ITG desde hace muchos años y las dosis que se aplican son bastante adecuadas».
«Cualquier actividad humana genera contaminación, eso es inevitable. En Navarra las zonas vulnerables se conocen perfectamente y ya se están poniendo los medios para resolver este problema. Se están dictando unas buenas prácticas agrarias que tienen que cumplir los agricultores. Siempre habrá alguien que se salga de las normas, pero por lo general -asegura- los agricultores las cumplen bastante bien».
Las dosis máximas permitidas de nitratos en el agua de grifo varían de unos países a otros. Así, en el Estado español está prohibido beber aquellas aguas que contengan más de 50 miligramos de nitrato por litro, tal como fija la Organización Mundial de la Salud (OMS), mientras que en el caso de EEUU esta cantidad es de 10 miligramos por litro.
«Pueden producir cáncer»
Pedro Aparicio asegura que «la única forma de producir más es utilizar fertilizantes nitrogenados» y minimiza las consecuencias de su uso. «Se sospecha que el exceso de nitrato es nocivo para la salud, pero no existen evidencias científicas determinantes que demuestren que el nitrato sea malo en sí. Fumar es malo para la salud, pero hay fumadores que viven 90 y 100 años y no les pasa nada. La OMS no ha decretado que los nitratos sean algo problemático», afirma este catedrático de la UPNA, al tiempo que reconoce que sí surgen problemas cuando los lactantes ingieren productos con nitratos.
Juan Manuel Esparza va mucho más allá: «Los nitratos son un problema gravísimo, porque, entre otras cosas, pueden producir cáncer. En los últimos años está habiendo un aumento vertiginoso de casos de cáncer, precisamente porque no nos alimentamos debidamente. La OMS dice que un 50% o más de estos casos son debidos a que ingerimos comida cargadas de aditivos».
No obstante, coincide con Pedro Aparicio en que en las prácticas agrícolas «nada es blanco ni negro», sino que en ocasiones se mezcla lo convencional con lo ecológico. «Hay una gama que va desde lo más puro, que es lo ecológico, hasta lo más industrial, que sería lo transgénico. Hay agricultores profesionales que, incluso utilizando química, abonan con productos orgánicos y lo hacen bastante bien. Pero lo que está claro es que si consumimos productos de agricultura convencional, estamos contribuyendo a la contaminación del planeta y además estamos alimentándonos mal», remarca este agricultor ecológico.
Su experiencia le dice que las plantas abonadas de forma abusiva producen un exceso de agua y una carencia de numerosos nutrientes. «Las plantas tienen muchísimos más elementos que nitratos, fósforo y potasio. Por eso, en aquellos lugares donde los agricultores se especializan en unos pocos productos, tienen que aportar esos nutrientes», explica Esparza, que pone como ejemplo el caso de la remolacha en Araba, donde se producen carencias de boro. «A su vez, esto genera la necesidad de adquirir suplementos en tiendas especializadas, como ocurre con el magnesio. Las verduras deberían contener magnesio, pero es difícil encontrarlo en el caso de una producción convencional, porque no se suele echar magnesio a la tierra. En cambio -añade-, en la agricultura ecológica lo que hacemos fundamentalmente es cuidar el suelo, enriquecerlo con abonos orgánicos, de tal manera que las verduras y frutas que producimos tengan todos los nutrientes necesarios para nuestro organismo».
Suelos sin lombrices
Además de los problemas de contaminación de acuíferos que genera, la agricultura industrial es «el mayor agente erosionador del suelo», según este pionero ecológico, que pone como ejemplo más claro el proceso desarrollado en las Bardenas: «Primero estaba el bosque, después llegó la ganadería, después se cultivaba trigo, más tarde las tierras se fueron salinizando y empobreciendo, por lo que se introdujo la cebada, y después ya no se cultiva nada en grandes extensiones, porque hemos dejado allí un desierto». Las recientes jornadas en la UPNA sobre el avance de las cárcavas en las Bardenas parecen darle la razón.
Juan Manuel Esparza recuerda también que «históricamente los humanos hemos producido desiertos por culpa de técnicas agrícolas que no se han preocupado por mantener la fertilidad de la tierra» y que «en las últimas décadas los desiertos han crecido muchísimo en todo el mundo debido a malas prácticas agrícolas, como el monocultivo, la deforestación y el abuso de abonos químicos, herbicidas y pesticidas que esterilizan el suelo».
En este sentido, advierte de que hoy en día los porcentajes de materia orgánica en los campos están descendiendo «muchísimo» y los suelos se están quedando «muertos». Y lo ilustra con otro ejemplo: «En muchos terrenos de cultivo ya no encuentras ni una lombriz, y eso es muy grave. Una lombriz parece algo insignificante, pero un suelo sin lombrices es un suelo muerto».
En los últimos años están teniendo una significativa aceptación los cultivos en pequeños espacios, como balcones, terrazas o incluso jardines. Tradicionalmente este tipo de minicultivos no ha sido algo muy habitual, pero ahora están adquiriendo bastante auge. Desde este punto de vista, puede decirse que se trata de un fenómeno reciente. Estos minihuertos se conciben más que nada como una actividad lúdica encaminada hacia el autoconsumo.
Juan Manuel Esparza suele impartir cursos sobre minicultivos y agricultura ecológica para el sindicato EHNE, así como charlas en diversas localidades. De hecho, a partir del día 23 de este mes dará conferencias sobre este tema en Gasteiz, Donostia y Bilbo, organizadas por Ekonekazaritza, la Federación de Agricultura Ecológica de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa.
«Lo ideal sería que cada cual tuviese un pequeño huerto y que cultivase lo que come -sugiere Esparza-, porque de esa forma se frenaría bastante la agricultura industrial». Entre otras ventajas, destaca que este tipo de minicultivos son una buena terapia para los ancianos y para la gente estresada, así como para educar a los niños en el respeto a las plantas y al medio ambiente.
En muchos países del Tercer Mundo este tipo de minicultivos se hacen por necesidad, porque no tienen otra cosa que comer. En Euskal Herria, una de las experiencias más exitosas la ha impulsado el Ayuntamiento de Gasteiz con la puesta en marcha de pequeños huertos para jubilados en el barrio de Olarizu, con carácter lúdico y terapéutico.
«Para producir 1 caloría, gastamos 0,7 calorías en maquinaria, petróleo y fertilizantes». Este significativo dato le lleva a Juan Manuel Esparza a afirmar que «el actual modelo agrícola es demencial».
«Los precios de los fertilizantes están en relación directa con el precio del petróleo. En la medida en que el precio de los carburantes sea mayor, el de los abonos también lo será. Nada más que con este argumento, debemos cuestionarnos la agricultura química», indica este agricultor de Tafalla.
En contraposición a estas prácticas agrarias «consumistas» coloca la agricultura ecológica: «En esta sociedad de consumo existen muchos intereses para que la gente consuma. Sin embargo, con las prácticas ecológicas se consume menos, porque se utilizan abonos orgánicos y el impacto ambiental es nulo».
Aun así, reconoce que «todavía es una labor de pioneros» y que «hay que mentalizar mucho al consumidor» sobre los beneficios de la alimentación ecológica. «Hoy en día los consumidores cada vez demandan más productos ecológicos, pero todavía no los demandan tanto como los convencionales porque son un poco más caros. Si hubiera más demanda de los consumidores, bajarían los precios de los productos ecológicos -afirma-, aunque pueda parecer una contradicción. Por otra parte, los labradores cambiarían sus técnicas».
Por su parte, el catedrático Pedro Aparicio asegura que «las buenas prácticas agrarias están mejorando muchísimo el rendimiento del uso del nitrógeno» y que la agricultura ecológica «también tiene sus problemas».
«Hay productos ecológicos que son tóxicos cuando se aplican para control de plagas, como por ejemplo el sulfato de cobre, que es un metal pesado tóxico y se utiliza en agricultura ecológica. Por supuesto que tiene que haber agricultura ecológica -agrega-, pero ¿es capaz de proporcionar alimento a unos precios razonables? Eso es lo que hay que preguntarse. Por eso, los análisis son más complejos. Hay que hacer análisis económicos, sociales, técnicos... y el conjunto de todos ellos nos dará una respuesta».
A este respecto, Esparza constata que en los costes de la agricultura convencional no se suelen tener en cuenta los costes medioambientales, y lo explica: «El precio de un producto ecológico es totalmente real, porque no tiene impacto ambiental. Sin embargo, el precio de un producto producido con añadidos químicos y con exceso energético tiene un alto coste ambiental, como la contaminación de los acuíferos o la erosión del suelo. Los precios en agricultura industrial son mentira, porque no incluyen el coste ambiental que provoca su modelo productivo. Si no tomamos conciencia de que los recursos son limitados, si no se internalizan los costes ambientales y se protege el suelo, corremos un grave riesgo, porque cada vez hay más seres humanos y menos tierra cultivable».
Como responsables de esta situación, Juan Manuel Esparza apunta a las grandes multinacionales, que «hacen inmensos negocios mediante la venta masiva a los agricultores de semillas, abonos químicos y pesticidas».