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Gloria Rekarte Es presa política

12-O

La frontera entre el orgullo de ser español, que el viernes urgía demostrar, y la pura ideología franquista, es más bien estrecha, si no insignificante

Los antiguos mayas, grandes astrónomos, proyectaron sus cálculos miles de años hacia adelante y hacia atrás en el tiempo y elaboraron un complicado calendario que cubría un ciclo de 26.000 años. Un ciclo que termina en breve, en la fecha 4 ahau-3 kankin, 21 de diciembre de 2012 de nuestro calendario, en que los agoreros ven el fin del mundo y la venida de todas las catástrofes. Pero para los mayas, como para otros muchos pueblos, el fin de su mundo llegó mucho antes, un 12 de octubre de 1492. Su cultura, sus creencias y lo que debió haber sido el legado a la Humanidad de las grandes civilizaciones que hoy los arqueólogos buscan entre las ruinas, desapareció bajo el empuje de las armas de fuego, la avaricia y el fanatismo religioso de los españoles. Y aún hoy lo llaman «evangelización».

El 12 de octubre es fecha con raigambre. Nació, hace casi 100 años, como Fiesta de la Raza, y no referida precisamente a la que esquilmaron y esclavizaron. Más tarde le cambiaron el nombre, que no el espíritu, y la dejaron en fiesta de la Hispanidad; fiesta de guardar y de obligado cumplimiento que este año venía precedida, un poco más que en años anteriores, por el nerviosismo, el paroxismo y la neurosis. Las predicciones apuntan a lo peor y no hace falta mirar a los astros, que quedan muy lejos, es a ras de tierra, en Catalunya, Euskal Herria, Galiza donde se anuncia el cataclismo. La grandiosa Hispanidad de Isabel y Fernando no llega a este paso a 2012.

El nacionalismo español apremiaba, en fin, a hacer frente a lo que se les va y se les rompe, según decían. Y la cosa fue, como cabía esperar, un alarde de signos, símbolos y ademanes fascistas, de manera que la frontera entre el orgullo de ser español, que el viernes urgía demostrar, y la pura ideología franquista, es más bien estrecha, si no insignificante. Y entre tanta bandera «preconstitucional», brazos en alto, amenazas y estéticas neonazis va ganando espacio y protagonismo un nuevo símbolo: el toro. Ahí va, convertido el icono publicitario en icono ultraderechista, ondeando en banderas y ocupando puesto de honor en la web de España 2000, es de suponer que como gráfica imagen de españolidad, un noble bicho nacido y criado para ser banderilleado, mareado y cosido a puyazos hasta que, suficientemente debilitado, el torero de turno, macho y valiente donde los haya, lo remata a espada y a estoque. Otra fiesta nacional que es un puro orgullo español.

Así que no faltó el toro. Ni el toro ni la cabra de la Legión, y la Legión mucho menos. El desfile solemne, las enseñas franquistas, las fotografía quemadas de Carod-Rovira, la bandera de EEUU; los falangistas, siempre nostálgicos de las cunetas del 36, afirmando en Euskal Herria que volverían con el Ejército; el homenaje a la llamada Misión en el Líbano (de la «evangelización» de ayer a la «pacificación» de hoy). Ni siquiera faltaron las muestras de rechazo a la Ley de Memoria Histórica. Todo tiene sitio, es una buena fecha. La imposición no podía encontrar otra más adecuada para celebrarse a sí misma.

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