A pesar de que muchos «cronenbergnianos» despotriquen sobre el actual rumbo que el complejo cineasta canadiense ha elegido para llevar a cabo sus dos últimas propuestas, hay en ellas muchas de las constantes narrativas que han cimentado el discurso de este autor que ha sabido encauzar su madurez creativa a través de proyectos que, en manos mucho menos expertas, se hubieran concretado en thrillers rutinarios.

Si en «Una historia de violencia» mostraba la transformación de un ciudadano anónimo obligado a enfrentarse a sus temibles fantasmas del pasado, en «Promesas de Este» lleva más allá sus intenciones, colocando la cámara en el polvorín humano que se escenificará en el restaurante gobernado con mano dura por el patriarca mafioso encarnado por Armin Mueller-Stahl. En esta escenografía, en la que cohabitan la apariencia amable de lo familiar y la brutalidad del código mafioso ruso, Cronenberg coloca con acierto las piezas que se encargarán de dar vida a una historia insalubre en la cual las redenciones personales se cobrarán un alto precio. El excelente prólogo, enmarcado en la barbería, es la oportuna tarjeta de presentación de este viaje sin retorno a un paisaje deshumanizado en el cual los códigos de honor y el pasado siniestro son grabados en la piel de los sicarios. En este sentido, Viggo Mortensen muestra su aspecto mas intimidatorio metiéndose en la multitatuada piel del «chofer» que el clan ruso utiliza para resolver y limpiar sus entuertos. Un rol agradecido en el cual se intuyen las resonancias de la tragedia rusa universalizada por Dostoyesvki, y que alcanza su principal punto de eclosión cuando el chofer-asesino tropiece con el personaje de Naomi Watts y éste le descubra el verdadero rostro de sus padrinos.

Cronenberg no se amilana a la hora de mostrar la crudeza visual que emana de un relato en el que no caben dobles lecturas. Buena muestra de ello es el verismo que el autor de «Crash» aplica a escenas tan descriptivas como la pelea en los baños públicos o los miedos que atenazan al personaje confuso y excesivo, que resuelve acertadamente Vincent Cassel, a orillas de un río cansado de albergar cadáveres.