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Demasiadas incógnitas

Los misterios del «otoño alemán» persisten 30 años después

Ingo NIEBEL | COLONIA

El «otoño alemán» es un término en la jerga política alemana que para los defensores del sistema político y económico de la República Federal de Alemania (RFA) simboliza la victoria del Estado sobre un grupo revolucionario porque no negoció. Para quienes se mantienen fieles a los ideales que profesaban en los años 70 del siglo XX, el «otoño alemán» significa la abolición de derechos fundamentales, además de la aún no aclarada implicación del Ejecutivo de Bonn en la muerte de tres de sus más destacados enemigos.

El «otoño alemán» empezó el 5 de setiembre de 1977 cuando un comando de la Fracción del Ejército Rojo (RAF) asaltó el convoy del jefe de la patronal alemana, Hanns-Martin Schleyer, en Colonia. En la acción murieron los tres guardaespaldas y el chófer del que fuera un oficial de las SS. Los miembros de la RAF se llevaron ileso a Schleyer y lo escondieron en un piso franco, con el objetivo de canjearlo por un grupo de presos de la RAF, entre los que se encontraban sus fundadores Andreas Baader, Gudrun Ensslin, Jan-Carl Raspe e Irmgard Möller. El Estado alemán los mantenía aislados de los presos comunes en el séptimo piso de la cárcel de alta seguridad de Stammheim.

Cuatro días después del secuestro, la Policía tenía localizado el piso donde se encontraba retenido uno de los hombres más influyentes de Alemania occidental. Gracias a un sofisticado sistema los agentes habían seleccionado una lista de pisos que fueron alquilados mediante una práctica habitual para la RAF: pagando el alquiler al contado poco antes de la acción.

Dos agentes, pistola en mano, llamaron a la puerta. Al otro lado, Peter-Jürgen Boock cargó su pistola y apuntó a Schleyer. A pesar de que nadie abrió la puerta, los agentes se retiraron y nadie dio la orden de asaltar el apartamento. Poco después, el comando trasladó el secuestrado a los Países Bajos. La actitud del mando policial es uno de los misterios del «otoño alemán», porque entonces los agentes prácticamente tenían carta blanca para actuar contra cualquier persona sospechosa de ser de la extrema izquierda.

La sociedad de la RFA, sobre todo aquel sector que había sostenido al nazismo, rechazaba profundamente a aquellos jóvenes que arremetieron contra los valores conservadores, el silencio sobre la dictadura nazi y la guerra de EEUU en Vietnam. La ira de la derecha burguesa contra una generación rebelde provocó, en 1967, la muerte del estudiante Benno Ohnesorg en una manifestación. En 1968, el líder estudiantil Rudi Dutschke fue gravemente herido en un atentado tras una campaña mediática orquestada por la derecha al son de «a por ellos».

Paralelamente, el Estado perfeccionó sus instrumentos represivos: policías fuertemente armados patrullaban las calles, el control social aumentó, a los detenidos se les aplicó el régimen de aislamiento, se espió a abogados y defendidos, y, para ello, se emplearon grupos secretos que no fueron legalizados hasta 1994.

En Bonn gobernaba el socialdemócrata Helmut Schmidt, que decidió no negociar con la RAF. El «Estado de Crisis», dirigido por él e integrado por todos los líderes políticos, se convirtió en un Gobierno paralelo al margen del control parlamentario.

Ante la negativa de Schmidt, la RAF decidió secuestrar un avión de la Lufthansa el 13 de octubre de 1977. Un comando palestino se apoderó del Landshut en Mallorca, llevándolo hasta Somalia, pero Bonn puso en marcha a su tropa de élite, el GSG9.

Mientras tanto, la Policía federal BKA mantenía el contacto con los presos de la RAF en Stammheim. Según la versión oficial, los activistas contaban con un secreto sistema electrónico de comunicación y, además, tanto Baader como Raspe disponían de pistolas. Los registros tras el secuestro de Schleyer fueron infructuosos y las autoridades ni encontraron armas ni descubrieron ese sistema secreto de comunicación.

A las 00:05 horas del 18 de octubre el GSG9 asaltó al avión secuestrado matando a tres de los cuatro captores. Ese día aparecieron muertos los presos Baader y Raspe, con disparos en la cabeza; Ensslin ,ahorcada y Möller gravemente herida por varias cuchilladas. La única superviviente mantiene aún que no se autolesionó.

El trabajo forense estuvo plagado de contradicciones. En el caso de Baader, el tiro en la nuca se efectuó a 30 centímetros de distancia, no se compararon las tres balas y los casquillos con la pistola, y en sus manos no había restos de pólvora. Igual de desastrosa fue en los otros casos. Las dudas sobre el suicidio persisten, porque en 1976 la cofundadora de la RAF, Ulrike Meinhof, falleció en circunstancias sospechosas y el 12 de noviembre de 1977 murió ahorcada Ingrid Schubert.

Entre el 18 y 19 de octubre activistas no identificados mataron a Schleyer.

El semanario «Der Spiegel» acaba de sostener la versión oficial del suicidio, pero pregunta por las cintas y transcripciones de las escuchas que el Estado practicaba en las celdas de Stammheim. El Estado alemán le ha informado que el material ya no existe y que los altos mandos policiales deben mantener el secreto profesional.

disparos

Andreas Baader y Jan-Carl Raspe aparecieron muertos con sendos disparos en la cabeza; Gudrun Ensslin fue hallada ahorcada y Imrgard Möller, la única superviviente, gravemente herida por arma blanca.

La muerte de Meinhof, otro enigma

La Comisión Internacional que en 1976 investigó la muerte de Ulrike Meinhof llegó a la conclusión de que la activista estaba ya muerta antes de aparecer ahorcada en su celda. La cuerda estaba hecha con las tiras de una toalla que nunca habría soportado el peso de la presa y era tan larga que Meinhof no se cayó, ya que tenía un pie en la silla cuya colocación también daba lugar a dudas. Además, su cadáver no presentaba las lesiones habituales que se producen cuando alguien muere en esas circunstancias. No había lesiones en el cuello, pero sí hematomas en la cadera y en las piernas.

El Estado le prohibió al forense que respondiera a las preguntas de los responsables de la investigación alternativa.

En 1977, apareció igualmente ahorcada en una cárcel alemana la activista Ingrid Schubert. También se fabricó una cuerda de una sábana, cuyos restos sobrantes nunca aparecieron en la celda ni en la ropa de la muerta. I.N.

Los cuatro de Stammheim ya no tienen abogado

«Este Estado fascista está interesado en matarnos. Tenemos que organizar la resistencia. La violencia sólo puede ser respondida con la violencia. Ésa es la generación de Auschwitz, con éstos no se puede argumentar», dijo en su día la activista de la RAF Gudrun Ensslin. En 1977 muchos alemanes no creyeron a Andreas Baader cuando éste acusó al Estado de espiar sin base legal las conversaciones con su abogado, pero ahora el semanario «Der Spiegel» acaba de presentar públicamente las pruebas documentales que dan la razón al cofundador de la RAF.

La consecuencia lógica sería iniciar una nueva investigación de lo ocurrido en la cárcel de Stammheim. Sin embargo, los muertos de la RAF ya no tienen abogado ni hay una fuerza política dispuesta a exigir semejante cosa.

En el ámbito político, los partidos tradicionales, como son socialdemócratas (SPD), cristianodemócratas (CDU/CSU) y liberales (FDP) nunca han instrumentalizado aquella época con fines políticos, tal y como ocurrió en el Estado español con los casos GAL. Además, el Estado alemán logró asimilar a destacados abogados de la RAF: el letrado de Ensslin, Otto Schily, llegó a ser ministro de Interior. Entre 2001 y 2005, Schily endureció las leyes antiterroristas de 1977. El talante protofascista de su sucesor, Wolfgang Schäuble, es aún más abierto: espionaje indiscriminado, cárcel preventiva para sospechosos, campos para no extraditables, ejecuciones preventivas y derribo de aviones secuestrados. I. N.

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