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Análisis | las entretelas de un acuerdo

Pakistán, el pacto de la corrupción

 Las acusaciones y sospechas de corrupción que planean sobre el matrimonio Bhutto no han sido obstáculo para que desde Washington y Londres se haya presionado para diseñar y ejecutar un acuerdo en Pakistán por encima de las demandas o intereses de los propios ciudadanos.

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Txente REKONDO Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)

El autor analiza las razones del acuerdo que ha permtido el regreso de Bhutto para intentar retornar al Gobierno. El ataque a su comitiva se ha interpretado como un «paso del enfrentamiento que se avecina entre radicales islamistas y el cambio impulsado por Occidente».

Esa estrategia occidental condena a Pakistán a sufrir en el futuro una nueva ola de violencia que puede finalmente trastocar los propios planes de Estados Unidos y sus aliados. Los ataques contra la comitiva de bienvenida de Bhutto han sido considerados como «el primer paso en un crudo enfrentamiento que se avecina entre los islamistas radicales y el cambio de régimen impulsado por Occidente».

Los estrategas en la Casa Blanca pretenden apoyarse en cuatro pilares para llevar adelante sus planes. El primero, y central, es la propia Bhutto, quien asumiría el Gobierno de coalición del país; también está el papel de la facción de Choudhury de la Liga Musulmana de Pakistán, clave para lograr el apoyo del Punjab; con el Jamiat Ulema-e-Islam de Rahman se buscaría mantener puentes con el islamismo más radicalizado; y finalmente, a través del Partido Nacionalista Awami se mantendría la mirada hacia Afganistán.

Otro factor importante, sobre todo para superar las reticencias históricas que el Ejército ha mantenido hacia Bhutto, es el nombramiento del sucesor militar de Musharraf, el general Ashfaq Pervez Kiani, que sirvió en un Gobierno anterior de la propia Bhutto.

A pesar de mantener un importante apoyo popular en torno a la figura de Bhutto, ésta ha visto el mismo reducido al 28%, mientras que Nawaz Sharif (expulsado recientemente de nuevo y que podría ser la carta guardada por Washington si las cosas se complican más) ronda el 36%. El respaldo del general Musharraf, según esa encuesta del IRI, ha caído desde el 63% de hace un año al 21%.

La relación de Bhutto con la corrupción (tiene ya una condena firme en Suiza, a pesar de estar recurrida) y con el llamado «mal gobierno» pesa todavía mucho en su contra, y a pesar de que pueda vencer en las elecciones parlamentarias, mantenerse en el cargo será muy complicado. Las fuerzas islamistas, algunos sectores del Ejército y del poderoso ISI, así como otros grupos sociales, no quieren verla ni en pintura. El apoyo de Bhutto al asalto contra Lal Masjid (la Mezquita Roja), su disposición a permitir ataques de Estados Unidos en las regiones tribales de Pakistán, e incluso su permiso a la AIEA para que interrogue a A. Q. Khan (el padre de la tecnología nuclear pakistaní) son más obstáculos en su camino hacia el puesto de primer ministro que tanto anhela.

El pacto con Musharraf nos presenta una «democracia controlada» y con una enorme sombra de corrupción, pero ello no es obstáculo para que EEUU siga tensando la cuerda de Pakistán. Si el propio Musharraf ya advirtió a Bhutto que su vuelta podía estar marcada por sangrientos atentados, como así ha ocurrido, cualquier observador se tomaría en serio las amenazas que penden sobre esa maniobra estadounidense (y sobre sus peones locales), y no sería de extrañar que la violencia que sacude con intensidad las regiones tribales y Baluchistán, termine extendiéndose a Islamabad, Lahore o Karachi.

O incluso que la propia Bhutto siga el mismo final trágico que su padre y sus dos hermanos, otra amenaza que vuela sobre esa familia.

El clientelismo, la corrupción y el soborno seguirán en Pakistán tras esa maniobra, y la mayoría del país asistirá impotente a la privatización de las pocas empresas y servicios que proporciona el Estado. La desestabilización de importantes zonas del país o la tutela permanente del Ejército, la desigualdad económica, la ausencia de asistencia sanitaria o educativa persistirán. Pero ello no preocupa a Washington ni a Occidente, empeñados en promocionar «su democracia» en todo el mundo, aunque ésta sea «tutelada o corrupta» como en Pakistán.

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