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Análisis | el futuro de argentina

Las urnas le dieron todo el poder a Cristina Fernández

 Hace más de cuatro años, Néstor Kirchner se hacía con el Ejecutivo con tan sólo el 22% de los votos y pocos amigos políticos confiables para sostenerlo. Su esposa, en cambio, ganó con el 45% y ostenta una red de alianzas que atraviesan el país de cabo a rabo.

Daniel GALVALIZI Buenos Aires

Las clases baja y media-baja han valorado la gestión que les sacó de una situación económica infernal, por lo que el autor, que analiza el respaldo a la nueva presidenta, asegura que el voto a Fernández es un voto conservador que busca mantener lo que se considera bien hecho.

 

Cristina Fernández de Kirchner gobernará con una cómoda mayoría diputados en el Congreso y en el Senado como no le ha ocurrido a ningún inquilino de la Casa Rosada desde 1995. En la Cámara Baja el número se vuelve más significativo, porque ése suele ser el bastión de los grupos opositores minoritarios que fuerzan al Ejecutivo a aprobar sus leyes. No será el caso, al menos hasta la renovación parcial legislativa de 2009. Por si fuera poco, de las ocho provincias que elegían gobiernos, todas han quedado en manos de aliados de Kirchner, lo que le augura un gran poder territorial.

El lema de campaña de 1992 del ex presidente norteamericano Bill Clinton, «es la economía, estúpido», es religión en la política argentina. Lo fue durante los primeros años de la Administración de Carlos Menem, y vuelve a serlo ahora. El rotundo triunfo de la candidata «de la continuidad» se basó, antes que nada, en la marcha de la economía del país.

Los buenos números encandilan a la gente cuando ésta recuerda la grave depresión de 2001-2002. Si bien muchos problemas en ese ámbito restan calidad de vida a los argentinos, la mayoría de ellos coincide en que el presidente Kirchner la mejoró, aunque discrepan sobre su alcance.

El voto a Cristina ha sido, entonces, un voto conservador, que pide cuidar lo que se considera bien hecho e ir más allá, si cabe. No es casualidad, por eso, que las papeletas de la primera dama fueron más utilizadas por las clases bajas y de los pequeños centros urbanos del interior del país, menos politizados y menos preocupados por la agenda progresista.

Pocas veces desde el retorno democrático de 1983 los resultados electorales marcaron tanto la diferencia de clases y la dicotomía interior-urbana en las preferencias a la hora de votar.

La paradoja es que una candidata que intenta presentarse como intelectual socialdemócrata -aunque en la campaña reparó varias veces en su identidad peronista- es ignorada por los grandes centros urbanos más progresistas, que en algunos casos, como la ciudad de Buenos Aires o Rosario, le dieron una verdadera paliza.

A pesar de ello, los suburbios que rodean a la capital federal y la mayoría de las provincias fueron una verdadera lluvia de votos a su favor que contrarrestó eficazmente la merma urbana.

Las clases baja y media-baja prefirieron plebiscitar una gestión que los sacó de un contexto infernal, pero que no ha resuelto todavía muchos de los problemas que afectan a la clase trabajadora más que a ninguna otra: un nivel de precariedad laboral elevadísimo (cerca del 40% de los argentinos trabaja «en negro», sin seguro social ni cobertura legal) y altos índices de inflación en alimentos y bienes de consumo básico que enflaquecen los salarios.

Tampoco figuraron en la agenda de Cristina Fernández planes de mayores ayudas sociales a las familias pobres, ni grandes temas como la lucha contra los monopolios y los malos servicios públicos privatizados. Los Kirchner saben que el electorado progresista que les gustaría tener cautivo no les cree, y que el que les cree se interesa poco por estas cuestiones.

Elisa Carrió fue quien secundó a la primera dama en las preferencias. Obtuvo un 23%, lo que significa que un 68% de los votantes eligió a una mujer para el cargo más importante del país.

Carrió lideró la recientemente creada Coalición Cívica, un conjunto heterogéneo de sectores socialistas, liberales, intelectuales e independientes. Su diversidad se transforma en unos de sus grandes desafíos: poder perdurar en el tiempo y mostrarse como una opción real de gobierno incluso sin su jefa -Carrió anunció que no competirá más por ningún cargo electivo-.

Cristina y sus huestes gobernarán hasta 2011. Ya surgieron en los medios las satíricas advertencias de un futuro «cogobierno matrimonial» o de «doble comando», cuando en realidad eso existió desde que asumió el poder Néstor Kirchner: además de matrimonio, los Kirchner son una sociedad política, que siempre funcionó y funcionará en forma conjunta.

Más allá de esas cuestiones anecdóticas, este segundo Gobierno del tándem Kirchner deberá decidir si pasa del discurso a la acción en cuestiones que, a muchos, les hacen recordar el viejo menemismo que tanto denostan el presidente y la presidenta electa.

Un combate profundo y definitivo contra la pobreza, los grupos económicos más concentrados y la corrupción son luchas que todavía no se vieron en la trinchera del matrimonio.

Otra cuenta pendiente es los sindicatos. En Argentina, la mayoría de ellos son parte del peronismo ortodoxo, por lo tanto, conservadores, anticomunistas y corporativos. La Central de Trabajadores Argentinos es la confederación obrera alternativa a la CGT tradicional, y pugna por obtener personalidad jurídica hace tiempo. Los «barones» sindicalistas, con el beneplácito de todos los gobiernos -por temor a tenerlos en contra-, hasta ahora lo han impedido.

Cristina tendrá cuatro años para reivindicarse y sumar coherencia con los hechos a su retórica. Claro está que no le resultará fácil, por más que tenga y ponga voluntad. La confianza de los grandes centros urbanos ya le es esquiva y también lidiará, apenas baje el fervor por la economía, con infieles internos que escaparán en cuanto la conveniencia lo indique.

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