Moneo pone el broche a su carrera con la ampliación del Museo del Prado
Esta semana ha quedado inaugurada, después de diez años, la ampliación realizada por Rafael Moneo para el Museo del Prado, convirtiéndose en una de las más modernas pinacotecas del mundo. El arquitecto navarro firma la mayor ampliación de la historia del centro, un proyecto que levantó mucha polvareda. La reforma, en la que ha creído firmemente el director, Miguel Zugaza, ha conseguido 22.000 metros cuadrados nuevos para diversos usos.
GARA | MADRID
Con un presupuesto total de 152 millones de euros, el nuevo edificio de Rafael Moneo (Tutera, 1937) incorpora más de 22.000 metros cuadrados de superficie -un incremento de más de un 50% sobre la superficie que existía- y permite disponer de forma más ordenada y amplia de los servicios públicos y funciones relacionadas con la exhibición y conservación de las colecciones de arte.
El Museo que dirige Miguel Zugaza (Durango, 1964) ha completado de esta forma la ampliación más significativa de sus casi doscientos años de existencia. Este proyecto, que ha posibilitado la apertura de nuevas salas de exposiciones y la restauración del antiguo claustro de los Jerónimos, forma parte de un programa continuado de expansión que prevé la incorporación al Prado de distintos edificios de su entorno, el Casón -que está a punto de reabrir sus puertas como biblioteca y centro de investigación- y el Salón de Reinos -actual Museo del Ejército-, últimos vestigios del antiguo Palacio del Buen Retiro, una edificación de la época del monarca Felipe IV proyectada por Alonso Carbonel.
La remodelación posibilitará que, tras una larga ausencia, medio centenar de obras vuelvan a formar parte de la colección permanente.
Pasada una década
Después de la convocatoria de dos concursos, el proyecto para la ampliación del Prado resultó elegido en 1998. Su ejecución empezó cuatro años después, en febrero de 2002.
Ya hace casi diez años, con el proyecto de reforma recién adjudicado, el arquitecto declaraba que «el Prado no debe verse en el futuro como un agregado de edificios, me gustaría que siguiera teniendo valor preferente el edificio de Villanueva». 152 millones de euros más tarde (el presupuesto inicial era de 42,6 millones), se muestra muy satisfecho con el resultado.
El autor de la reforma siempre supo que se iba a enfrentar a una empresa difícil y costosa. A ello se sumaron las voces contrarias al proyecto o las decisiones del Tribunal Supremo sobre si se podía o no llevar a cabo la actuación propuesta por el arquitecto navarro.
Esta es la última obra del premio Pritzker, el galardón más prestigioso del mundo de la arquitectura. Le fue otorgado en 1996, cuando ya había diseñado algunos de los edificios emblemáticos de su carrera: la madrileña estación de Atocha, el Kursaal, el Museo de Arte Romano de Mérida y las bodegas Julián Chivite, en Nafarroa.
En el llamado «cubo» de los Jerónimos, Moneo, a diferencia de las remodelaciones llevadas a cabo en el resto de los museos del eje del Prado, se expresa en clave actual pero con los materiales, las formas, la historia y el lenguaje constructivo del edificio principal de Villanueva. Al contemplar ambas obras se advierte el diálogo entre arquitectos con temas comunes expresados de un modo personal: ladrillo y piedra, columnas en fachada, y un extremado rigor decorativo basado simplemente en las formas estructurales.
Desde el exterior, el enlace entre el recién construido espacio y el Palacio de Villanueva queda oculto por una plataforma ajardinada de boj. El nuevo volumen de ladrillo y granito creado en torno al antiguo claustro se alinea con el frente de la Iglesia de los Jerónimos, dejando ver desde el exterior parte de la arquería restaurada y restituida. Su fachada se abre al exterior a través de las monumentales puertas de bronce realizadas por la escultora donostiarra Cristina Iglesias.
La puerta de Cristina Iglesias, realizada en bronce patinado y definida por la artista como un «tapiz vegetal», está formada por seis elementos: dos fijos, que invaden los huecos laterales, y cuatro móviles, dos que forman las hojas y otros dos el umbral. Todo ello se conforma de bajorrelieves cuyo motivo es una invención vegetal.
Experiencia visual
La puerta, que «al abrirse y cerrarse provocará un momento de atención y una experiencia visual», no funcionará como acceso habitual al edificio pero tendrá una función ceremonial y cuenta con un sistema hidráulico que permitirá su apertura manejado por ordenador. La idea de la artista es que sea un corredor, una zona viva que se integre en el tránsito de quien entre a este nuevo espacio. Iglesias define así su creación: «No sólo se trata de una puerta sino que forma un pasaje de entrada. Añade nuevas perspectivas porque he asumido crear una puerta que, a la vez, es una escultura que es autónoma en sí misma pero cumple la función que se le ha pedido».
La ampliación ha permitido recuperar la entrada principal del edificio de Villanueva, la puerta de Velázquez, rehabilitada para conectar este acceso de forma directa con los nuevos espacios a través de la sala basilical, convertida ahora en Sala de las Musas, donde se muestran las ocho estatuas que forman la colección de Cristina de Suecia.
El interior se distribuye en tres plantas de acceso público y cinco entreplantas destinadas a servicios internos del museo. Junto a la puerta de Velázquez, dos nuevas entradas dan acceso a un amplio vestíbulo que conecta los dos edificios y donde se sitúan los principales servicios de atención al visitante, así como la tienda y cafetería.
Ampliación de la colección
El nuevo edificio dedica una parte importante de su extensión a la conservación y movilidad de sus colecciones, con talleres de restauración, laboratorios, gabinete de dibujos y grabado y depósitos de las colecciones no expuestas, situadas en las cinco entreplantas comunicadas internamente y que permiten desarrollar una mayor actividad de conservación sin alterar el normal funcionamiento de la vida pública del museo.
Asimismo, la ampliación de los Jerónimos posibilita la recuperación de una cuarta parte de espacio del edificio de Villanueva lo que permitirá, cuando finalice la exposición que se ha inaugurado esta semana, la inmediata integración del siglo XIX junto al resto de la colección permanente del Museo, paliando así de forma definitiva el menor conocimiento de estos fondos y situándolos al mismo nivel de visibilidad que las obras que han dado fama internacional al Prado.
Moneo ha convertido el Museo del Prado en una construcción del siglo XXI. Para ello, se han invertido 152 millones de euros, una cifra muy superior a la inicialmente calculada, que rondaba los 42,6 millones.
El Museo del Prado ha iniciado esta nueva etapa rescatando las principales obras maestras del siglo XIX, algunas ocultas durante décadas, para exhibirlas en las nuevas salas temporales.
Casi un centenar de obras -95 pinturas y 12 esculturas- de artistas como Eduardo Rosales, los Madrazo, Fortuny o Sorolla cobran luz propia y adquieren una relevancia especial en esta muestra, que estará abierta hasta el próximo 20 de abril. Para el director, Miguel Zugaza, esta exposición, titulada ``El siglo XIX en el Prado'', «significa el redescubrimiento de una colección casi olvidada y la incorporación física del siglo XIX al discurso expositivo del Museo. Un verdadero Prado oculto durante muchos años» subraya o, como apunta el director adjunto, Gabriele Finaldi, «el secreto mejor guardado del Prado».
Junto a esta magna muestra, también se podrá contemplar una pequeña exposición de lujo, compuesta por 27 dibujos de Goya y que tiene como protagonista a ``El toro mariposa'', uno de los últimos trabajos del artista aragonés, recientemente adquirido por el museo y que se presenta por primera vez al público.
Una vez clausurada la muestra, ``El siglo XIX en el Prado'', todos los lienzos pasarán a formar parte del discurso expositivo que se desarrolla en el edificio de Villanueva y que, a partir del 30 de octubre, tendrá como entrada principal la puerta de Velázquez.
Esta puerta permitirá el acceso directo a la ampliación del Museo del Prado a través del gran espacio basilical, llamado Sala de las Musas, que está adornada por ocho estatuas de mármol que fueron un regalo de la reina Cristina de Suecia a los monarcas españoles y que constituyen en la actualidad el hall de entrada y principal área de distribución de las visitas.
GARA
Por encargo del propio Rafael Moneo, la artista donostiarra Cristina Iglesias ha creado para el Prado unas monumentales puertas de bronce a modo de «tapiz vegetal». La enorme escultura no será el acceso habitual, ya que tendrá una función ceremonial.
El centro celebra esta semana la inauguración de la ampliación. El miércoles hubo gran expectación y largas colas de más de una hora de espera en la puerta de Velázquez, y de entre 15 y 20 minutos en la de Los Jerónimos, para ver las nuevas salas.