«Doce horas para ensayar, y las otras doce las ocupamos en descansar». Kepa Ibarra, director y componente de la compañía Gaitzerdi, describe así los momentos previos al «nacimiento» de «Uneka», una «célula dramática» que se estrena esta noche en Bilborock dentro del festival Bilbao Antzerki Dantza. ¿Una célula? Suena a guerrilla, la verdad, y le pedimos al escritor y director que se explique. «Al ser la primera no es fácil -reconoce-, porque es un trabajo de riesgo. Es un espacio de estudio que hemos montado a través de entrenamiento y basándonos en la trayectoria de la compañía, del trabajo interno realizado a lo largo de muchos años».

Un trabajo que tiene un recorrido de nada menos que dos décadas, aunque siempre al filo de la navaja. Eso supone que, por ejemplo, tengan un «subidón» por el interés que provocan en un festival en Nueva York -«fue un éxito de la leche», reconoce- y una semana después en «casa», en un pueblo vizcaino, el público se quede frío. Cosas que pasan. Por el camino, han hecho teatro de calle -experimental, eso sí; un trabajo recompensado con premios como los obtenidos en la Umore Azoka de Leioa o en Sevilla- e incluso destacadas colaboraciones con grupos musicales con los que coinciden en planteamientos: ahí está principalmente «Ireki ateak», el espectáculo musical-teatral en el que se embarcaron con Fermin Muguruza y Dut en 1998, aunque también han colaborado en videoclips como «Hitz egin», de Negu Gorriak, en «No nos podrán parar», de Celtas Cortos; y «Que calle el hombre y ladre el perro», de Seguridad Social.

«Llevamos veinte años y nuestra base siempre ha sido el entrenamiento. Siempre al límite, buscando, tanto dentro como fuera del grupo, y al final lo que hemos decidido es vehicularizarlo a través de estas células dramáticas», agrega Ibarra. La idea no es hacer actuaciones en el sentido clásico de la palabra, pero sí acercar al público diferentes disciplinas. La primera célula sería esta «Uneka»: «Son dos personajes dentro de un reloj de arena. Lo hemos construido con el toque teatral necesario, para que no sea virtual ni tampoco algo cerrado. Sobre todo, lo que queremos es indagar en un caso hipotético de qué ocurriría si el tiempo se parase, qué tipo de convulsiones biológicas, fisiológicas, mentales, hasta de lenguaje produciría... Los actores tienen la disculpa de parar el tiempo: cortan el recorrido de la arena y ahí es donde se producen las crisis».

Incansables e inasequibles al desaliento. Esa es la impresión que dan estos trabajadores de la cultura, que, a pesar de ser únicamente seis en la compañía, suelen llegar a mover a un centenar de personas, gracias a su implicación en la enseñanza teatral. «Vemos cómo las compañías empiezan a tener muchos problemas, no sólo de infraestructura, sino también de filosofía», apunta preocupado Kepa Ibarra. ¿La cuestión es seguir resistiendo? «Alguien me dijo una vez que hay que dejar de resistir y lo que hay que hacer es combatir. Lo que intentamos es saltar la barricada y empiezar a dar palos por ahí», agrega. Su último mensaje, de apoyo a la Fábrica de Teatro Imaginario: «Está en un momento muy delicado y nuestra solidaridad con ellos es absoluta. Habría que apoyarles, porque para nosotros es una compañía emblemática y con una capacidad creativa impresionante».