La «purita» anarquía del neoyorquino Woody Allen
¿Aunque, no dicen que cada lector hace «de su lectura un sayo»? Sea como fuere, el nuevo libro de Woody Allen, ése que espero con ansiedad, se llama «Pura anarquía». Dieciocho narraciones, que «me muero» por visitar tras haber pasado algunos años saturada por sus reiterativas obsesiones temáticas
Iratxe FRESNEDA
Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual
Aún espero impaciente la llegada del último libro que he pedido por catálogo. Los días pasan y no dejo de leer críticas y reportajes acerca del contenido de sus páginas. Así que el misterio de lo que me revelarán las letras de su interior está quedándose en simple curiosidad por corroborar los acuerdos y desacuerdos que mi lectura tenga con la de los otros. ¿Aunque, no dicen que cada lector hace «de su lectura un sayo»? Sea como fuere, el nuevo libro de Woody Allen, ése que espero con ansiedad, se llama «Pura anarquía» y que, como en «The Insanity Defense», su anterior antología humorística, vuelve a los relatos de humor, su fuerte. Son dieciocho historias que «me muero» por visitar tras haber pasado algunos años saturada por sus reiterativas obsesiones temáticas. Gracias a «Match Point» (y no me pregunten por qué) volví a reencontrarme con el neoyorquino, que por cierto, estos días «sostiene» en nuestras carteleras «El sueño de Cassandra».
Reflexivo, obsesivo, meticuloso e ingenioso al mismo tiempo, Woody Allen lleva toda una vida reflejando en sus historias los problemas y las dudas que asaltan al creador a la hora de elaborar sus obras. Al mismo tiempo gira su cámara hacia su universo mas íntimo, hacia sus fobias y filias personales vinculadas al judaísmo, los agentes de seguros, las relaciones de pareja, la hipocondría, el miedo a la muerte... Una de sus etapas más brillantes, vinculada a sus inicios, es su fase «cómica» en el cine que comienza con «¿Qué tal Pussycat?»(1965) y que, para algunos estudiosos de su filmografía, finalizaría con «La última noche de Boris Grushenko»(1975). Algunos hemos llegado a amar Nueva York, sin conocerlo, viendo sus películas. Su ciudad. Una fuente de inspiración que ha proporcionado a Allen los pedazos de realidad que necesita para transformarlos en personajes, situaciones y diálogos mágicos. Unos personajes que, partiendo de lo real y cercano, cruzan la frontera de la ficción sin perder en el camino un ápice de naturalidad. Sus películas, rozando el estilo de los documentales ficcionados sobre la vida en la urbe, sobre la industria cultural, nos hablan de la naturaleza del ser humano y, sobre todo, de Woody Allen en primera persona. Ahora Tusquets nos regala la que parece ser una interesante recopilación de los textos que el autor de «Annie Hall» ha publicado en «The New Yorker»: «Cortos, irónicos, anárquicos y absurdos».