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Alberto Arzoz (*) Miembro de Artamugarriak

Al gusto de Clemente Bernad

La celebración de los 10 años del Museo Guggenheim Bilbao ha venido acompañada de la polémica, a través de la exposición «Chacun à son goût» (Cada uno a su gusto), comisariada por Rosa Martínez, en la cual participan 12 artistas contemporáneos, entre ellos el fotógrafo pamplonés Clemente Bernad. Su contribución, compuesta de varias series, presenta también «Basque Chronicles», una selección de diversas imágenes del conflicto vasco. La Fundación Miguel Angel Blanco, Covite, la AVT y el PP han pedido su retirada arguyendo que las fotografías y los epígrafes constituyen una «apología de los crímenes de ETA» y que resultan «humillantes para las víctimas». Lo cual ha provocado una campaña de acoso y derribo contra un artista similar a la que sufrió Julio Medem con «La pelota vasca» por haber cometido, supuestamente, el pecado de «equidistancia».

Envueltos en un clima preelectoral, cualquier excusa parece buena para alimentar la gresca política y el clima de odio que impide el debate y el diálogo. Una simple exposición se convierte en motivo para «disparar al mensajero» por traernos malas noticias en forma de fotografías. En numerosos países en guerra, se dispara literalmente sobre los periodistas para eliminar incómodos testigos y aquí, más civilizados, nos conformamos con campañas mediáticas ad hominem para censurarlos o hundirlos profesionalmente.

A estas alturas parece inútil volver a reclamar esa maltratada libertad de expresión, de la que vivimos los artistas y las sociedades democráticas, pero es necesario. Tampoco deberíamos insistir en negar el tópico de la supuesta imparcialidad de la fotografía, ya que no hay tal, sino legítimo punto de vista, pero hay que hacerlo una vez más.

En cualquier caso, sí hay que destacar que no estamos ante un caso de la insensibilidad o la de falta de ética que denunciara Susan Sontag en su libro sobre la fotografía de guerra «Ante el dolor de los demás», sino al contrario, de tratamiento exquisito, ya que el fotógrafo solicitó permiso para incluir la foto que encendió la polémica -la radiografía del cráneo de Miguel Angel Blanco- que, ante la negativa de la familia, no fue incluida en la muestra.

Pero lo cierto es que la foto del concejal asesinado ha sido repetidamente publicada en la prensa y que la familia de Miguel Angel Blanco colabora en la realización de una película de ficción de Antena 3 y «El Mundo» sobre su terrible caso. Entonces ya no es un problema de insensibilidad, sino más bien de interpretación política.

El respeto a las víctimas no puede llevarnos a otorgarles un derecho de veto político ni a convertirlas en comisarios políticos para que establezcan la versión oficial de la historia. Al contrario, el respeto a las víctimas empieza por que ciertos políticos, asociaciones y medios de comunicación se abstengan de manipularlas e instrumentalizarlas en ese sentido. Las víctimas, en cuanto víctimas, merecen todo nuestro reconocimiento, apoyo y comprensión, pero en cuanto sujetos políticos han de seguir las mismas reglas de convivencia que el resto de la sociedad, respetando el derecho a la libertad de expresión que ellas mismas ejercen. Obviamente, tienen derecho a criticar la exposición -sea estética o conceptualmente-, pero no a solicitar su retirada y menos a dar pie a campañas de graves descalificaciones e insultos. Del mismo modo que cualquier ciudadano puede a su vez criticar sus opiniones o sus propias exposiciones sobre el conflicto vasco, sin solicitar por ello que sean censuradas o retiradas.

La sacralización de los grandes escenarios artísticos como el Museo Guggenheim Bilbao quizá haya contribuido a generar el equívoco de que allí se expone una imposible «verdad» y no una interpretación artística. Pero, por una vez que en una década de arte espectacular tan alta institución se ha dignado a acercarse a la realidad vasca, no debemos negarnos a la posibilidad de abrir, también desde el arte, la mirada del público vasco e internacional a nuestro problema. Porque lo que necesitamos es no tapar el objetivo de las cámaras, sino más miradas; miradas de fotógrafos, artistas o cineastas y también de ciudadanos y especialmente de las víctimas, que nos ayuden a ver y a analizar, a reflexionar y a conmovernos ante este doloroso conflicto. El arte ha de formar parte de la solución, no del problema. Necesitamos urgentemente de su poderosa visión creativa e imaginativa para abordar de manera constructiva la salida al laberinto de la violencia.

Aparte de la exposición del Guggenheim, se halla en estas fechas en Iruñea la exposición de Clemente Bernad «El sueño de Malika», donde el fotógrafo nos cuenta el retorno del féretro de Malika, una inmigrante marroquí muerta tras un viaje en patera, a su aldea, y que demuestra que su visión de las víctimas será todo lo discutible que queramos como espectadores, pero que no es frívola, insensible u oportunista. Por ello, sólo podemos animar a Clemente Bernad a que siga retratando con su cámara crítica y compasiva -ni objetiva ni imparcial, sino a su gusto- este conflicto y todos los conflictos y problemas de nuestro tiempo. Gracias a su testimonio libre y al de todos los artistas que se atrevan a sondearlo, paradójicamente, podemos contribuir a que algún día su mirada ya no sea necesaria.

(*) Junto con Alberto Arzoz firman este artículo los también miembros de Artamugarriak Iñaki Arzoz, Mikel Mendibil, Alfredo Murillo y Jabier Villarreal

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