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Eduardo Renobales Historiador

Euskal Herria ayer y hoy, un problema recurrente

Buscar en el futuro estadios semejantes no puede ser en absoluto condenable, más bien un esfuerzo que debe mancomunarse. Sólo se dejará de ser libre cuando se pierda la capacidad de desearlo

Los vascos de a pie asistimos nuevamente incrédulos, impotentes y hastiados a la infinitésima situación de confrontación, recurrente con las pasadas y que parece no tener mejor final. Y la gente presencia como espectadores en una sala de proyección sin saber de la existencia de cauces de participación, de quién los debe proporcionar o si se puede acceder a ellos. Y si será conveniente

La palabra se utiliza actualmente como instrumento de confrontación política, con el objetivo de confundir los pensamientos y creencias y alterar con ello las actitudes personales. Llanamente: manipular. Mentes y realidades al servicio del que dicta. Porque no hallamos culpables de la situación o no podemos fiarnos de los que son señalados. Parece que la oscuridad franquista aún se nota presente en las mentes y hogares de todos los vascos y no conseguimos saber por qué no se solucionan estos macroproblemas que atenazan el desarrollo de la sociedad y dilapidan el futuro de muchos de sus integrantes. Nos falta un faro que nos guíe y una meta por alcanzar. El partido creado para deshacer compromisos políticos anteriores y facilitar la recalificación moderna de nuestro pueblo ha maniobrado persistentemente en la dirección contraria para la que fue ideado. Ha acabado por dar carta de naturaleza a la dependencia con ínfulas de soberanía (compartida) llevando a su propio pueblo a un callejón sin salida aparente. Que esa vanguardia institucional y política no acierte a trazar un camino adecuado, provoca situaciones de enquistamiento y no solución que afecta al conjunto.

Por lo tanto, para situarnos en una posición de partida, es necesario preguntarse ¿qué es Euskal Herria? Pues es una nación sin estado ni reconocimiento expreso internacional, repudiada por su propia burguesía (la clase social que lleva el peso de la lucha por la construcción nacional durante el siglo XIX en Europa), que ha preferido ser colaboracionista con el estado o, a lo sumo, posibilista y autonomista, haciendo del vasco un ser mercantil atento únicamente al balance de dividendos.

Y es que partimos de un punto que no es férreamente sustentatorio. Arana formula una doctrina incompleta que deja flancos abiertos (económicos y sociales) que posibilitan, tras su desaparición, reformular parte de sus contenidos en base a las necesidades de cada momento y grupo que las respalde; pero siempre en clave economicista y no de construcción nacional. Arana intentará acercarse al pueblo con una explicación histórica de su pasado que le avale en sus pretensiones presentes. Pero acabará por no convencer a amplios sectores (ajenos, afirmados en el socialismo españolista, y propios, más aficionados al acuerdo) lastrado por aspectos raciales y religiosos que traban su crecimiento durante décadas. Cualquier partido nacionalista, en cualquier parte del mundo, trabaja por y para la consecución de un estado nacional como primer objetivo estratégico. Esto ocurre en cualquier parte del mundo, menos en la Comunidad Autónoma Vasca.

Los vascos son recalcitrantes observadores del pasado, no porque fuera mejor, que también, sino porque era libre; o se cree que era libre.

Y ese viaje retrospectivo será recurrente hasta que las posibilidades del futuro sean tan previsiblemente buenas. Pero no hay que dejarse engañar, la conciencia histórica de los vascos no sólo es de libertad, sino también de igualdad, y buscar en el futuro estadios semejantes no puede ser en absoluto condenable, más bien un esfuerzo que debe mancomunarse. Sólo se dejara de ser libre cuando se pierda la capacidad de desearlo.

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