Gabirel Ezkurdia Arteaga Politólogo y analista internacional
Sutiles talibanes
Muchas veces los vivos hemos sufrido por los muertos el escarnio de leer esquelas, presenciar funerales, misas y discursos repugnantemente incoherentes e insultantes con las ideas del difunto. El totalitarismo más fuerte que existe en el planeta es el de los creyentes, la mayoría teócratas. Pocos viven su creencia como una opción personal respetuosa con terceros
El pasado día 20 de noviembre algunos medios del Pensamiento Obligatorio publicaban las esquelas habituales que en esta fecha mezclan en el recuerdo del panegírico fascista al genocida Franco con su presunto ascendente ideológico, el fundador de la Falange Primo de Rivera, que murió fusilado el 20-N de 1936.
Pero en el repaso de las esquelas de ese 20-N existió otra esquela, en otros medios, con un valor específico inconmensurable. Una esquela inusual que trasmite dignidad, coherencia, activismo y, sobre todo, libertad. Un verdadero reconocimiento a una vida única que sigue aportando a la vida de los demás post mortem. Algo chapeau, verdaderamente excepcional y ejemplar. El activismo post mortem de Josemari Ortiz Estévez, que era pintor y libre; libre para trasmitir a los que no le conocimos, a todo su entorno, que hasta después de muerto se puede seguir vivo dando testimonio de tu opción personal de vivir libre. La esquela decía: «Josemari Ortiz Estévez, pintor, murió en Donostia a los 70 años sin haber solicitado ni sacramentos ni bendiciones apostólicas». ¡Así de claro!
Muchos amigos, conocidos y desconocidos, que han vivido libres, con sus errores y virtudes pero ajenos a los convencionalismos de forma, orden y concierto que impone esta sociedad del orondo bienestar occidental regido por la ética y educación católicas han sido víctimas post mortem de ignominiosas prácticas de falta de respeto absoluto a sus devenires vitales e historia de vida. Muchas veces los vivos hemos sufrido por los muertos el escarnio de leer esquelas, presenciar funerales, misas y discursos repugnantemente incoherentes e insultantes con las ideas del difunto. El «ya sabes, es qué la familia...», «no es el momento de montar broncas...», «los padres son muy mayores...» son los socorridos argumentos para que la práctica totalitaria de los creyentes se imponga sobre los criterios de falsa prudencia y malsana timidez de los no creyentes del entorno del difunto. Si fuera a la inversa, que a un creyente se le hiciera una esquela como la descrita y se le celebrase un acto laico o pagano, el escándalo y la falta de prudencia «para que no haya lío» es obvio que brillarían por su ausencia, ¡y con razón!
Apostatas declarados, líderes políticos declaradamente ateos, anónimos ciudadanos agnósticos activos, ateos militantes, militantes revolucionarios... Miles de personas han pasado por el aro de la esquela con la bendición apostólica y los sacramentos, el sepelio religioso, el sermón del cura ¡que glosa la vida del difunto desde la hipocresía, el desconocimiento y la demagogia religiosa más absoluta, haciendo de los actos en vida del extrañado verdaderos paradigmas del discurso religioso respectivo!, oraciones, cruces, salmos...
Y el entorno cercano, en el bar junto a la Iglesia o en el pórtico. Abandonando al difunto a su suerte, secuestrado por los talibanes que imponen de modo totalitario sus actos para salvar presuntamente el alma del difunto, al margen de que éste siempre eligiera vivir y morir con y como «los malos», «los pecadores», los que van al infierno. ¡Polvo eres y en polvo te convertirán!
El totalitarismo más fuerte que existe en el planeta es el de los creyentes, la mayoría teócratas. Pocos viven su creencia como una opción personal respetuosa con terceros. No aceptan que vivas libre al margen de sus paradigmas religiosos. Tienen miedo. Sobreviven atemorizados por la muerte, por la muerte física, ¡y eso que ellos se salvan seguro y van al Cielo! También por la muerte en vida, que no es otra que seguir abducidos por los criterios morales y conductuales absurdos e inhumanos de las religiones y sus policías: los curas, ya sean de la religión que sean.
Antes te quemaban, luego te marginaban y ahora en los tiempos de «los derechos humanos» para los orondos occidentales, en los que curiosamente solo una minoría marginal cumple los preceptos de la fe y es «practicante», todos a pasar por el aro del business-ciclo católico: bautizo, catecismo opcional o religión en la escuela (aunque sea pública y laica), comunión, confirmación (pocas, que dan poco rédito), boda (y si te divorcias te la anulamos por un módico precio para que te vuelvas a casar) y funeral. Ya seas católico, catódico, ateo o extraterrestre.
Al margen del respeto personal lógico e indiscutible por los criterios propios del individuo creyente, los ateos, los laicos anticlericales y los agnósticos activos debemos activar la denuncia y la búsqueda de la coherencia en temas como el tratado. No es de recibo que la mayoría de las sociedades laicas sigan rehenes de conductas totalitarias que regulan todos los actos de la vida e, incluso, de la muerte. El diagnóstico está claro: la sumisión general es la norma al margen de la decisión en libertad. El poder fáctico religioso se impone de modo grosero y totalitario a todo sentido común y respeto coherente a las trayectorias de vida.
Josemari Ortiz Estévez es un ejemplo de coherencia y un paradigma de lo descrito. Mientras en la esquela que publicó GARA aparece nítidamente la frase: «Murió (...) sin haber solicitado ni sacramentos ni bendiciones apostólicas»; en la que publicó el filocatólico «Deia» (exactamente igual en todo lo demás) aparece: «Murió (...) sin haber recibido ni sacramentos ni bendiciones apostólicas». Hasta en esta «tontería» lingüística, el totalitarismo talibán de los católicos hace su sutil presencia. Nos importa a los vivos, porque Josemari es ya viento de libertad, pero su memoria debe ser respetada. Muxu bat familiari.