Jesús Valencia Educador social
Muchas gracias, Juan Borbón
Los vascos hubiéramos necesitado años para explicar al mundo las miserias del estado monárquico que se desnudó en Chile
En la Cumbre de Chile España exhibió sus vergüenzas. Todo el mundo pudo ver las imágenes de un Borbón histérico que perdía los papeles y de un Zapatero patético que no encontraba los suyos. Las cabeceras de los medios informativos, desde Alaska hasta Zimbawe, reprodujeron el bochornoso exabrupto real. La tormentosa clausura acabó con el mito de la «transición modélica» y dejó hecho jirones el manto real que cubre la pretendida democracia española. Como ya ocurriera cada vez que España sufría un revés en sus colonias, la sociedad goda ha reaccionado con ciega adhesión a la Corona. Pero el desastre es irreversible. Los gerifaltes españoles, sin pretenderlo, han dado algunas claves para entender lo que está sucediendo en Euskal Herria. Los vascos hubiéramos necesitado años para explicar al mundo las miserias del estado monárquico que se desnudó en Chile.
Muchos comentaristas, con un mordaz «allá ellos», apuntan a la población española como responsable de lo que sucedió. ¿No es vasallaje feudal asumir la autocensura que exime a la Corona de cualquier crítica? ¿Cuál es la salud democrática de una sociedad que acepta plácidamente la monarquía que le impuso un dictador? Sepa el mundo que se trata de una democracia enclenque y de una sociedad contaminada; partidaria de la represión y encubridora de la tortura; acostumbrada a recortar derechos y aquejada de un colonialismo galopante. Esta sociedad, obsecuente con los abusos del poder, insulta como mestizo malcarado a quien ose levantar la voz a los hidalgos españoles. ¿Qué clase de rey es éste que no sabe guardar las formas? Se trata de un rey faltón. Corría el año 2004 y, con la misma mano con que increpó a Chávez, insultó groseramente Juan Borbón a un grupito de independentistas vascos movilizados. Y Zapatero, ¿cómo pudo invocar la elección popular para sacar la cara a un fascista? En su aturrullado alegato, se estaba defendiendo a sí mismo. El presidente de las apariencias cuidadas está actuando con la crueldad de un dictador y con los métodos de un déspota; exterminador de presos y captor de interlocutores; incapaz de tomar en serio la voz de quienes considera sus vasallos.
América Latina está cambiando. Van emergiendo con fuerza unos pueblos cargados de dignidad y, habitualmente, de hambre; revolucionarios de las ideas y de las razones fundadas. Reivindican su historia profanada; defienden con amor, humildad y fuerza su identidad nacional. Reclaman la gestión de sus recursos y el derecho a ser tratados como iguales. Rechazan la sumisión malinche de unas burguesías amestizadas y también las perpetuas injerencias coloniales. Quieren decir lo que piensan aunque su voz incomode a las metrópolis. «Abajo las cadenas y gloria al pueblo bravo» cantan en Venezuela. España quiso acallar con malos modos esa convocatoria a la soberanía plena. «Eusko gudariak gara...» (Luchamos para liberar a nuestro pueblo...), cantamos en Euskal Herria. Reyes, lacayos, cipayuelos... también intentan -y no consiguen- silenciar este canto libertario.