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El Belén viviente

«Un vecino con pocas luces»

Las imágenes del pequeño gran actor Danny DeVito en el show televisivo de Rosie O'Donell dieron la vuelta al mundo, cuando se sentó en los muslos de la presentadora y lanzó una diatriba contra Bush. Se suponía que iba a hacer promoción de «Un vecino con pocas luces», pero después reconoció que había pasado por la fiesta de George Clooney y bebió limoncello, a lo que no estaba acostumbrado. No fue un buen ejemplo del espíritu navideño, seguramente porque DeVito es un profesional de la interpretación que se tomó esta comedia como un trabajo más en su ya dilatada carrera. Y no se le puede achacar nada malo, porque el hombre hace lo que puede con un guión que no da para mucho. Por lo menos le ha tocado el papel del vecino incordiante, que le estropea las fiestas al fanático de los rituales navideños encarnado por Matthew Broderick. La comedia navideña constituye desde los tiempos de Frank Capra un género establecido dentro de Hollywood, al que últimamente se le van añadiendo mayores dosis de sarcasmo. La sátira que plantea «Un vecino con pocas luces» se limita al aspecto superficial de la Navidad, ligado a un consumismo que en algunos casos roza la locura. En concreto caricaturiza las competiciones vecinales por ver quién consigue la decoración más espectacular, convirtiendo las casas en gigantescos árboles repletos de adornos, con ese Papá Noel escalador tan de moda. Aquí, el protagonista quiere poner tantas luces como para que su casa se vea desde el espacio exterior, a lo que su rival responde montando un Belén viviente, con camellos importados. Ni que decir tiene que quienes más sufren tales excesos son las respectivas familias, resignadas a contemplar cómo hay hombres hechos y derechos que se convierten en niños grandes.

 
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