La compleja geopolítica que se asienta en Kurdistán hace que se produzcan alianzas extrañas como la que ayer mismo verbalizó la secretaria de Estado de EEUU, Condoleezza Rice, al reconocer que su país tiene intereses comunes con un país, Turquía, cuyo jefatura del estado y cuyo gobierno ostenta una formación política islamista. El Departamento de Estado norteamericano, que inicialmente se mostró más bien poco receptivo a los planes del Gobierno de Erdogan de que las tropas turcas «limpien» de guerrilleros del PKK la zona fronteriza del Kurdistán Sur, se ha transformado en un apoyo abierto, secundado a su vez por el Gobierno autónomo kurdo establecido en Kurdistán Sur (norte de Irak) con el apoyo de las tropas occidentales tras la invasión para derrocar a Sadam Husein. Esa alianza de intereses para una incursión que Washington y el Gobierno autónomo kurdo aspiran a que sea limitada en el tiempo y en los medios, a fin de evitar riesgos de desestabilización, se explicaría por el papel clave que sigue jugando Turquía como baluarte de la OTAN en un escenario marcado por las guerras de Afganistán e Irak y la «amenaza nuclear» iraní.