Antonio Alvarez-Solís periodista
El Gobierno en la cafetería
Tomando como excusa la costumbre del Gobierno español de utilizar ejemplos relacionados con el café para defender su política económica, el autor analiza de manera didáctica el fondo de la cuestión. De paso, desmonta el triunfalismo basado en comparaciones poco pertinentes y aclara que «el fracaso de España es que existan Francia o Alemania».
Da la impresión de tertulia intrascendente en el Madrid frívolo y gaseoso. En menos de quince días, sobre poco más o menos, el Sr. Zapatero midió el bienestar español por el precio al que le habían servido un café: creo que sesenta céntimos. Ningún otro ciudadano se ha acercado a la barra de un bar con tan colosal suerte económica. Ahora el ministro de Hacienda, Sr. Solbes, achaca la inflación española a que «no hemos sabido interiorizar lo que significa un euro». Y apoya esta radical afirmación con el accesible ejemplo de que muchas veces entregamos una propina de un euro por dos cafés en la barra. Si entrelazamos ambas referencias llegamos a la conclusión de que el Gobierno de España pasa el día en la cháchara amena de una cafetería. En primera instancia puede creerse que el Gobierno no es serio, pero también resulta válido pensar que este consumo de la infusión gloriosa tiene por objeto mantener despiertos a los ministros, cosa que desmiente la creencia popular de que los ministros no hacen más que fabricar frases consoladoras.
Dejemos aparte al Sr. Zapatero, que es personaje parlanchín y desbocado. Y volvamos al Sr. Solbes en su análisis de la creciente carestía de la vida normal, que no es, obviamente, la de un ministro ni siquiera la de un subsecretario. En una pedagógica reducción de la ciencia económica el Sr. Solbes asegura que el incremento del precio del petróleo y de algunos productos básicos, como los cereales, se debe a un crecimiento de la demanda de esas mercancías en países que cuentan con más recursos. O lo que es igual, aquí se encarecen las cosas no porque el Gobierno practique una mala política sino porque los ricos van a su aire, lo que no parece un gran descubrimiento al final del 2007. Parece evidente que si los demás no usaran ni petróleo ni comieran carne nosotros haríamos la compra por mucho menos dinero. Más todavía: si en el mundo únicamente existieran países como Sudán, Bangladesh o Somalia, que no comen, un mixto de jamón y queso nos saldría tirado a los españoles. El fracaso de España es que existan Francia o Alemania. Poco podemos si los otros pueden más. Lo proclamaba así la ciencia vecinal en su frase proverbial de «vinieron los sarracenos/ y nos molieron a palos;/ que Dios protege a los malos/ cuando son más que los buenos». Esta costumbre de que los domésticos asuntos cotidianos marchen mal debido sólo a circunstancias ajenas parece constituir una constante en los Gobiernos españoles. La existencia de vida exterior hace que la nuestra resulte imposible. Franco atribuía estas desgracias a la masonería internacional. Los socialistas actuales las atribuyen a la gastronomía extranjera.
El Sr. Solbes ha acabado asimismo por reconocer que la implantación del euro ha tenido un efecto inflacionista en España, sobre todo en productos de bajo valor, ya que los Ferrari cuestan lo mismo aquí o allá. Lo llamativo de esta constatación es que haya tardado tanto en hacerla el ministro de Economía, pues es sabido que la adhesión a una moneda fuerte descalabra a la débil. Incluso no debe proferirse la afirmación de que la entrada en el ámbito de la moneda fuerte nos abre la puerta a un comercio igualitario, pues el euro, por ejemplo, no tiene el mismo efecto en España, con salarios agónicos, que en Alemania, con salarios fuertes; de la misma forma que el euro del banquero es mucho más rentable que el euro del pensionista. Los ingleses, que de esto entienden una barbaridad, andan muy reticentes en enterrar la libra.
Yo no sé si el Sr. Solbes estaba en una tertulia confortable de media tarde, con su copa y su café, cuando dijo a continuación que «la elevación de precios en los últimos meses es coyuntural debido al encarecimiento de combustibles y algunos alimentos, aunque el asunto es preocupante por su impacto en la renta disponible de las familias, pese a que nuestra economía ha mostrado una notable inmunidad ante el contagio de alza de estos precios sobre otros precios y salarios». Aparte de que el párrafo recuerda mucho al abigarrado contrato que firmaban los hermanos Marx en «Una noche en la ópera», la verdad es que uno se echa las manos a la cabeza cuando desentraña este emburrio lingüístico y llega a la conclusión de que el ministro ha dicho que le preocupa mucho el alza de los precios, pero sólo para los pobres, porque los otros viven una economía notablemente sólida, con consumos y sueldos resistentes ¿Viste, Carola? La conclusión cabe en la reflexión que hacía un periodista de filas en la hambruna de posguerra en los años cuarenta: «Nosotros no tenemos en casa el problema alimenticio porque comemos a la carta; yo barajo con la familia reunida y al que le toca el as de oros, come».
Es decir, estamos con el agua en la barbilla, pero el ministro exhibe los brillantes logros del gabinete, entre ellos la creación de tres millones de empleos, lo que supone literalmente la eliminación del paro, a no ser, que podría ser, que esos tres millones de empleos hayan sido para un solo trabajador mediante el sistema de empleo y despido funcionando con celeridad galáctica.
Si el Estado español fuera realmente eficaz el INEM debiera programar un curso popular para leer estadísticas y cifras referentes a la economía. Por ejemplo, acaba de hacerse público un estudio sobre la «renta per capita» y resulta que hemos dejado atrás a Italia, cuya referida renta rebasa en tres puntos la media comunitaria de los 27, en tanto que España supera tal media en cinco puntos, si bien la media de los trece países con moneda única, o sea, el euro, es diez puntos superior a la de toda la Unión Europea, incluyendo a Italia y España.
Y ahora vamos a aclarar el lío. Si ustedes han leído bien, España supera la media europea de «renta per capita» haciendo el cálculo sobre todos los estados que ya forman parte del emburrio europeo, pero si nos limitamos a compararnos con los trece principales seguimos en posiciones evidentemente deplorables. Es decir somos ricos respecto a Eslovaquia, Hungría, Polonia, Portugal o las tres naciones bálticas, pero pobres si entramos en concurso con Alemania, Francia, Inglaterra, Holanda, Bélgica, Suecia, Finlandia, Dinamarca y tutti quanti. Somos, pues, limitadamente ricos y modestamente pobres. Supongo que es lo que ha querido decir Euroestat con su estudio sobre el año económico del 2006. A mi esto de ser pobre a la vez que rico me parece una aplicación brillante de la teoría cuántica, en cuyo marco el Sr. Schrödinger firmaba la paradoja de que un gato puede estar a la vez muerto y vivo según la nueva y atractiva física y sus conclusiones matemáticas.
Frente a esta realidad el Sr. Zapatero, como dijo el gran jefe Flecha Rota, no se rinde. Ha adelantado que el poder adquisitivo de los salarios españoles habrá aumentado el 1,2 por ciento en este 2007. Se conoce que como el jefe del Gobierno de Madrid se mantiene con café no sabe una palabra de cómo andamos de huevos, de leche, de carne y otros artículos cuya mención solamente sirve hoy para sugerir imágenes salaces. También ha deslizado el astuto leonés que esta mejora va ligada «a la mejora de la productividad», que entre nosotros no es una relación de eficacia productiva sino que consiste en un simple recorte de los salarios mediante la masa de empleos evanescentes, baratos y desnudos de toda gratificación o paga extraordinaria. Quizá a la vista del desastre un viejo comunista de la madrileña e irónica Vallecas escribió esta frase en la valla de unas obras: «Que vuelva Franco aunque sea de sargento». Lo que no sabe ese comunista es que Franco aún no se ha ido. Parece incluso que va para largo. A no ser que le encarcele el juez Garzón. Fantasía nunca descartable.