El frenesí de la vida de los limacos, diseccionado por investigadores de la UPV
«Bareak» es el cariñoso apelativo con el que se conoce a los beasaindarras. El origen de dicho apodo quizá sea el último misterio que desvele el grupo de investigadores de la UPV-EHU, que desde hace décadas estudia el frenesí del ciclo vital del limaco. Todo un mundo.
Joseba VIVANCO
Ekainean bareak zuri begira/ zure fruituak noiz jausiko ote behera/ banketea nahi dugu zure kontura/ sagarrondo txintxo, sagarrondo ona», cantaba Ruper Ordorika en ``Sagarrondo bati seaska kanta''. Con la noche de San Juan, con el solsticio de verano, los días alargan y es entonces cuando el limaco pone en funcionamiento su condición de hermafrodita, mutando de macho a hembra. Será entonces cuando haya alcanzado su envergadura máxima, su peso máximo. Apenas tres meses después, morirá de extenuación, vacía, después de haber cumplido con la misión para la que nació apenas diez meses antes: traer al mundo a entre cien y trescientos nuevos limacos que repitan su mismo ciclo biológico.
Jesus Mari Txurruka y Merche Ortega son dos de los profesores de Fisiología Animal de la UPV-EHU que llevan desde principios de los años setenta investigando al más grande de los invertebrados de cuerpo desnudo: cuánto crecen, de qué se alimentan, cómo desarrollan su aparato reproductor, cómo trabaja cada uno de sus órganos... y todo eso en una especie abundante, hermafrodita y que apenas vive un año. Hoy, los ratones son la principal cobaya de laboratorio, pero el limaco es la prehistoria de la investigación de invertebrados. «Cuando se buscaba un invertebrado grande, que creciera rápido en un espacio de tiempo pequeño, con unos órganos bien diferenciados y que se pudieran diseccionar bien, que además fuera una especie que se juega su vida a una campaña y que, además, es hermafrodita, el resultado fue el limaco», explica Ortega.
Un molusco habitual en la geografía vasca, sobre todo la más cercana a la costa, al que apenas sí prestamos atención, quizá por no verse acompañada de la utilidad gastronómica de su primo el caracol, del que desciende. A lo más, el popular meteorólogo Pello Zabala nos diría que si le vemos «correr» a esconderse, será aviso de buen tiempo; si es al revés y se queda tranquilo a la intemperie, las precipitaciones no andarán lejos. Y como mucho, serán los inexpertos seteros quienes le presten atención guiados por el erróneo mito de que las setas comidas por limacos son comestibles.
Lo que seguramente la mayoría no sabrá, y menos quien cruelmente ha aplastado uno de estos animales contra el suelo o lo han empalado al más puro estilo conde Vlacav, es que estamos ante un superhéroe, un superviviente de la evolución, que por su condición se asemeja más a un animal acuático que a uno terrestre, pero que después de miles de años, aquí sigue, en nuestros bosques, prados y huertas.
Hay trabajos biológicos que pueden tener una utilidad en sí mismos, como la mejora genética de gallinas o de otras especies animales. Otras investigaciones están avaladas por el interés de servir como modelos que de manera más sencilla y fácil, y económica, puedan tener aplicaciones en otros seres animales. Este segundo argumento es el que sostiene la investigación que estos investigadores de la UPV-EHU llevan a cabo con los limacos. ¿O acaso no ha sido trascendental la investigación en ciencia básica con la Drosophila melanogaster, más conocida como la mosca de la fruta?
El limaco grande, negro, de campo -no el de pequeño tamaño, que es el verdadero culpable de las plagas y daños en las huertas- es uno de los mejores modelos experimentales para multitud de estudios fisiológicos. Estamos ante una especie que cuando nace puede tener un peso inicial de 30-35 miligramos, pero al cabo de diez o doce meses alcanzará los 25 gramos e, incluso, estos investigadores han llegado a recoger ejemplares de hasta 70 gramos. «Es decir, ha multiplicado su peso por mil. Eso puesto a escala humana es como si a una mujer le naciera un niño de 3,5 kilos, hermoso, pero que en diez meses se ha puesto con 3,5 toneladas, como si fuera un elefante adulto», ilustra Jesus Mari Txurruka.
Ciclo de vida de un año
Setiembre y octubre son las fechas en que los huevos eclosionan. Las continuas heladas de estos últimos días los tendrán escondidos, a la espera de algún atisbo de viento sur. No será hasta febrero cuando comiencen a verse en nuestros campos ya más creciditos. Su mayor envergadura y peso coincidirá con el cambio de su condición sexual. A partir de ahí, dedicará toda su energía acumulada en esos meses previos a generar un enorme aparato reproductor femenino que facilite la posterior puesta. «Es un banco de pruebas ideal para ver cómo funciona toda la cacharrería matemática de la que nos hemos dotado en los últimos sesenta años para conocer el crecimiento de animales», señala Merche.
Los modelos matemáticos son los que sustentan toda esa dinámica de crecimiento del limaco, cómo es su comportamiento fisiológico y anatómico, cómo interaccionan los propios órganos, multitud de factores que ayudan a hacer ciencia básica, pero también aplicada, como saber la época idónea para echar el pesticida, facilitar el conocimiento de la incipiente cría de caracoles o conocer mejor cómo es esa influencia del fotoperiodo -la duración relativa del día y la noche, como indicador de las estaciones- que la mayoría de los organismos utilizan y que siempre será mejor estudiar diseccionando limacos que no ciervos.
Hasta una docena de especies diferentes de limacos se deslizan por nuestros campos y huertos. Incluso según la zona, su ciclo vital es diferente. Los limacos más grandes del barrio bilbaino de Atxuri pueden pesar entre 15-20 gramos menos que los de Kanala (Gautegiz-Arteaga), y todo porque la fase de crecimiento en los primeros puede ser de ocho meses y en los segundos de diez, todo dependiendo de las condiciones de humedad y temperatura de cada zona.
El limaco, indiferente a nuestra vista, pero digno de ser incluido en la categoría de animales extraordinarios. Seguro que los veremos con otros ojos allá en agosto, cuando los hoy recién nacidos alcancen su madurez.