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Iñaki Lekuona Periodista

De la vieja y de la nueva Caledonia

La pasada semana se volvían a reunir en París los artesanos de los Acuerdos de Nouméa a través de los cuales el archipiélago que los franceses llaman Nueva Caledonia podrá acceder a la independencia si así lo quiere la mayoría de sus habitantes. Las tres partes, estado, independentistas y unionistas -si se puede emplear el término-, se reafirmaron en el respeto de los acuerdos de 1998 que confirieron a este territorio un estatuto único dentro de la República, y que prevén la celebración de un referéndum entre 2014 y 2018.

Hace unos meses uno de los impulsores de aquellos diálogos, el ex primer ministro socialista Michel Rocard, se pasó por Euskal Herria para dar su visión sobre la cuestión vasca. Era otro contexto, menos crítico que el actual, pero no menos complicado. Repasando su propia historia y las conversaciones con los kanakos, Rocard puso el acento sobre el diálogo y la voluntad de solucionar los conflictos. Hace poco me crucé con uno que asistió a aquella charla. Sigue de cerca el proceso soberanista en Escocia, la vieja Caledonia, donde el Scottish National Party se ha comprometido a organizar un referéndum sobre la independencia en 2010. «Los británicos gestionan mucho mejor estas cuestiones», me dijo. «Dejarán tranquilamente que Escocia se independice y le propondrán la entrada en la Commonwealth. Para ellos la cosa no cambiará mucho». Para los escoceses sí, que podrán elegir por sí mismos si entran o no en el club de la reina, si les da por salir de una Unión Europea, o si deciden declararle la guerra a los EEUU.

Creo que fue Krutwig quien propuso la filiación de los antecesores de vascos y escoceses sugiriendo que la etimología de caledonio podría encontrarse en «karadun», que él mismo traduce como «pintado», «picto» en latín. No existe filiación entre el conflicto vasco y escocés, y tampoco puede compararse la situación de la Nueva Caledonia con la nuestra, porque en el fondo nada es comparable. Pero todos los conflictos tienen al menos dos cosas en común: la necesidad de una solución, y que ésta no llega sino del diálogo. No sé qué cálculos hace Madrid que no hayan hecho ya antes Londres y París.

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