Hollywood se interesa por un mafioso afroamericano
«American Gangster»
Ridly Scott vuelve a la senda de los grandes éxitos de taquilla, respaldados por la calidad cinematográfica que atesora, al materializar un proyecto que llegó por primera vez a sus manos hace siete años. «American Gangster» es la primera gran epopeya delictiva sobre un hampón de Harlem, después de que tales personajes afroamericanos estuvieran relegados a producciones para el consumo interno de su comunidad. No habría sido posible sin Denzel Washington.
Mikel INSAUSTI | DONOSTIA
«American Gangster» es un título llamado a inscribirse dentro de la antología de películas sobre delincuentes famosos, con la novedad de que presenta el retrato de un mafioso afroamericano. Las actividades ilegales de Frank Lucas, un hampón del Harlem de los años 70, se equiparan así con las de los Corleone y otras sagas criminales ítaloamericanas que han merecido la atención por parte de Hollywood. En cambio, los negros no han tenido sus grandes epopeyas delictivas en el cine. Desde siempre estuvieron relegados por la industria a un tipo de producción menor, pensada para el consumo interno y marginal de su comunidad, en lo que se dio en llamar el blaxploitation. Es difícil presentar algo así como un logro en la lucha por la igualdad racial, pero posiblemente lo sea, por más que glorificar a un criminal no tenga nada de edificante para los de su raza. Desde el comienzo de su carrera Denzel Washington ha representado un símbolo en esa equiparación, porque desde su oscarizada intervención en «Tiempos de gloria» ha accedido a roles heróicos importantes, antes reservados a los actores blancos. Cuando se pide igual trato hay que aceptar tanto las consecuencias positivas como las negativas, así que, con desventajas o sin ellas, ha sonado la hora de que los gángsters de origen africano compitan de tú a tú con los de raíces italianas o irlandesas.
Pero el camino para que este proyecto haya acabado convertido en una realidad ha sido tortuoso, tras pasar por infinidad de manos, aunque, curiosamente, empezó en las de Ridley Scott y ha vuelto finalmente a las suyas. La génesis se remonta a hace siete años, cuando el productor Brian Grazer compró los derechos de un artículo periodístico de una revista neoyorquina titulado «El retorno de Superfly», en honor al protagonista del ciclo de películas setenteras sobre el hampa de Harlem realizado por el cineasta afroamericano Gordon Parks. No le falló la intuición, puesto que se trataba de un material basado en hechos reales con muchas posibilidades, del que podía salir un guión ciertamente novedoso y de altura. La historia era merecedora de un tratamiento generoso, por lo que Grazer encargó a un guionista tan prestigioso como Steve Zaillian un desarrollo argumental con ambiciones. El resultado fue un extenso libreto que daba para dos películas o narraciones paralelas, ya que confrontaba al delictivo Frank Lucas con el policía encargado de intentar darle captura. Ridley Scott quiso hacerlo, sin encontrar el tiempo para afrontar su compleja puesta en escena, decantándose por otros proyectos en aquel momento más viables.
El testigo fue recogido en segunda instancia por Brian De Palma, quien probó a partir el guión por la mitad, dejando únicamente el protagonismo a Lucas y deshaciéndose de su perseguidor Richie Roberts. Iba a quedar como un retrato demasiado afro para un italoamericano, así que se pensó entonces en un cineasta negro, siendo el elegido Antoine Fuqua, quien fue el artífice de la incorporación estelar de Denzel Washington. Retomó también el papel de su antagonista policial, para lo que contrató a Benicio Del Toro. Dado el elevado coste del cotizado reparto, la producción decidió recortar gastos en las localizaciones, cambiando Nueva York por Toronto, a lo que Fuqua se negó en redondo. Se le buscaron posibles sustitutos, como Peter Berg, pero ya llevaban gastados treinta millones de dólares en adelantos de contratos con los actores y el rodaje fue cancelado. A la desesperada, Grazer rebajó el presupuesto drásticamente, encargando un guión más reducido al irlandés Terry George, para que fuera protagonizado por Don Cheadle, con un caché inferior al de Washington.
De tener ante sí una película con un inmenso potencial, Grazer había pasado a conformarse simplemente con sacarla adelante de cualquier manera. Por eso la vuelta del inicial Ridley Scott iba a ser como un milagro, la solución para recuperar el terreno perdido. Por su lado, el veterano cineasta no había logrado repetir con «Un buen año» el éxito de «Gladiator», por lo que andaba a la caza de otro vehículo estelar con garantías para el neozelandés Russell Crowe. Éste, a su vez, ardía en deseos de reencontrarse con Denzel Washington, con el que sólo había coincidido en «Virtuosity», una película futurista sin ninguna trascendencia. Las piezas sí encajaban ahora, devolviendo al guión original de Steve Zaillian todo su sentido. Nada más descartar la versión resumida de Terry George, Scott encargó a Zaillian que ampliara el entorno familiar de los dos protagonistas, con todo lo relativo a su vida privada. Seguramente estaba pensando en Coppola y «El padrino», ya que, de circunscribirse a la acción, corría el peligro de imitar el modelo setentero impuesto por la película «French Connection».
De la realidad a la ficción siempre va un trecho, máxime en las accidentadas producciones de Hollywood que atraviesan por tantas vicisitudes. El verdadero Frank Lucas dice no reconocerse en la pantalla e incluso asegura que, de lo mostrado, tan sólo un aproximado veinte por ciento recoge los hechos tal como ocurrieron. Lo que sí queda claro es que fue un pionero, el primero en saltarse las reglas del narcotráfico. Harto de depender de los intermediarios, fue capaz de salir de Harlem y viajar al sureste asiático para hacer sus propios contactos. Trató directamente con los plantadores tailandeses e introdujo directamente la heroína en los Estados Unidos, aprovechándose de la coyuntura que ofrecía la guerra de Vietnam. Llegó a introducir la droga en los ataúdes de los combatientes muertos que eran devueltos a sus hogares, con lo que fue más allá de la corrupción policial y se infiltró en la militar.
Dicen las crónicas que en la actualidad Frank Lucas y su captor Richie Roberts son buenos amigos, lo mismo que sus respectivos intérpretes Denzel Washington y Russell Crowe. La película juega bien dicha baza, gracias a que son presentados como teóricos enemigos que nunca comparten plano, salvo ya muy al final, cuando empiezan a colaborar en la resolución del caso. Parece ser que el delincuente se avino a dar nombres durante el juicio a fin de evitar la condena perpetua. Reveló mucha de la información sobre los implicados a uno y otro lado de la ley.
Bien como autor de novelas y relatos llevados al cine, o bien como guionista televisivo, la obra del estadounidense Richard Matheson llena las pantallas. De su imaginación nació el mítico telefilm de Steven Spielberg «El diablo sobre ruedas», junto con su decisiva contribución a series de culto como «En los límites de la realidad» o «La hora de Alfred Hitchcock». En cuanto a las adaptaciones cinematográficas más conocidas se encuentran, entre otras, «El increíble hombre menguante», «La leyenda de la mansión del infierno», «El último escalón», «En algún lugar del tiempo» o «Más allá de los sueños». Mikel INSAUSTI
Además de los oscarizados Russel Crowe («Gladiator») y Denzel Washington («Días de gloria»), el guionista Steven Zaillian («La lista de Schindler») y el productor Brian Grazer también cuentan con sendas estatuillas.
Dirección: Ridley Scott.
Guión: Steven Zaillian, sobre un artículo de Mark Jacobson.
Intérpretes: Denzel Washington, Russell Crowe, Chiwetel Ejiofor.
País: EE.UU, 2007.
Duración: 157 minutos.
Género: Thriller.