Pablo Antoñana Escritor
Feliz Navidad
El escritor navarro Pablo Antoñana nos ofrece este relato navideño a modo de «desahogo». Reflexiones sobre estas fechas que hacen un recorrido desde la época franquista hasta nuestros días, en los que «el mismo nacional-catolicismo vuelve reencarnado en esa secta o nueva religión, en cuya doctrina no se sabe bien si la patria es Dios o viceversa». Un recorrido realizado en primera persona por el autor.
Debiera titular a lo que sigue como «Desahogos». Y lo son. Yo, teólogo de pacotilla, me hago preguntas sin recibir respuestas, seguro que no las tienen por lo que escribo en el agua. Algo así debió de ocurrirle a Jesús de Nazaret, Dios hecho hombre, que hace dos mil años, vino a redimirnos del pecado original, el de la manzana, y que condenó al hombre a ganarse el pan con el sudor de su frente o el sudor de los otros, como es bien sabido, y a la mujer a «parir con dolor, a buscar al hombre con ardor» (el Génesis). A lo que parece y a la historia me remito, no nos libró del pecado de las guerras, bendecidas y justificadas, del hambre, de la injusticia, de los jueces prevaricadores, escribas judaicos, del préstamo leonino de los bancos, de la codicia, el odio, la mentira, ni de ese monstruo que llevamos dentro, dormidito, domesticado, que a la mas nimia ocasión, se escapa de su madriguera y estraga cuanto encuentra a su paso. Después de 2.000 años seguimos sin redimir.
Viene esta descarnada reflexión como excusa para darle trato al fragor de estos días, derroche de luz, chin chin de cuchipanda, feliz Navidad, felices Pascuas, aunque yo digo feliz Digestión, para quien la haga, pues muchos-muchos, los de la noche y el día, los olvidados, estarán ausentes de la celebración de lo conmemorado.
Tendrá que ser así, siempre lo fue, dejemos pues que ruede el mundo como siempre rodó y las cosas sigan como estaban, amen.
Mientras tanto «Feliz Navidad» cantada por Feliciano, «el pastorcillo que va a Belén» de Raphael, «pom porrom pom pom», y la germánica «Noche de Paz» y ya hemos cumplido. Y revivir pasajes evangélicos, que no están en los canónicos y sí en el relato ingenuo de los cincuenta apócrifos, que nos surtieron de reyes magos, pastorcillos, de fijar el día del nacimiento al frío del invierno y no a la primavera de abril, el pesebre a la carpintería del casto José y otros detalles no comprobados pero que dotan al hecho de misterio y belleza...
Es nuestro Ramadán, lo fue, o no lo fue nunca. Misa de Gallo, y el esplendor de la liturgia católica, que en París, impresionó a Paul Claudel, agnóstico, y después de vagar aquella Nochebuena por los puentes del Sena, llenos de mendigos, entró en la catedral. Los cánticos, el aroma del incienso, las luces, las genuflexiones, los reposteros, los pasitos de ballet de los celebrantes, le conmovió: «así tiene que ser el cielo», dijo. Y se convirtió inmediatamente. La liturgia, otro lenguaje. La misa mayor nuestra, con tres curas revestidos de capa rica, música de Perossi, granos de incienso en el braserillo y mechas minúsculas de humo. Se invitaba esa noche al rico a sentar un pobre en la mesa; a los mendigos se les buscaba por los pajares, ha nacido el Niño; a los pobres, de solemnidad o no, se les obsequiaba con la colación: una berza de asa de cántaro, tasajo de abadejo, botella de vino tinto, mazapanes de Soto, turrón de guirlache, y gracias señorita, muchas gracias, Dios se lo pagará. Y los belenes montados sobre armadijos, ríos remedados con papel de plata de chocolates Mayo, pastores con el brazo o el pie amputado, los calendarios y almanaques de las tiendas de ultramarinos, gallinitas picoteando, el palacio, los magos, jinetes en caballos con gualdrapa, el molinero, la mujer con el saco en la cabeza.
Sin embargo, a pesar de esa versión dulce y tierna del nacional-catolicismo de aquellos días, un muro de silencio cómplice y opaco nos ocultaba cárceles llenas de prisioneros por leales a la República; fusilados en cumplimiento de urgentes sentencias de muerte; sus viudas malvivían; «desafectos» construían gratis, mal comidos, mal vestidos, carreteras y pantanos; los maquis; las torturas.
Y ahora todo se cae, son los nuevos tiempos, el Santo Padre de Roma nos dice que el Niño Jesús nació en la carpintería de José y no en un pesebre. Eruditos escrupulosos dicen que hasta el siglo III no había noticia de los Reyes Magos y hasta el XV eran todos de raza blanca, posible pues que hasta el concilio de Trento los negros no tenían alma, no eran hombres.
Y el Mesías esperado, que alguien pensó en Jesús, pero la versión rabínica no lo da como hombre o mujer, sino un tiempo deseado con ansia y expectación: el mundo sin fronteras, ni ejércitos, por tanto sin guerras, ya no existirán los pobres como dignos de lástima, habrá justicia, los ricos especie extinta, el hambre y la sed abolidas, la paz alumbrando la faz de la tierra.
Si aún se cree en ese Mesías con trazas de verdadero, parece que va para largo la espera, aunque Proudom, Bakunin, Carlos Marx, se empeñaron en darle un empujoncito y adelantarla. Pero si no lo consiguió el cristianismo, poca esperanza queda. A no ser para Giovanni Papini, en su «Historia de Cristo», otro soñador.
Hoy, alejados del sueño, nos han metido en casa el gordinflón y estúpido Papá Noel, invento de la imperial Coca Cola. Los curas dejaron la sotana, la teja y la coronilla en su cabeza, visten de cleriman como Spencer Tracy en «Las campanas de Santa María», aunque alto, el mismo nacional-catolicismo vuelve reencarnado en esa secta o nueva religión, en cuya doctrina no se sabe bien si la patria es Dios o viceversa. Y la Iglesia oficial, sigue apeteciendo ser lo que siempre fue: parte soterrada de la administración del estado. Y la cristiandad, cerrada en reductos de silencio cómplice y opaco, desatiende la reivindicación todavía por cumplir de la Navidad.
Pegado en las fachadas de Pamplona-Iruñea hay un pasquín acusador que describo a lo grueso: una mujer preñada (la Virgen María) montada en asno matalón, un hombre vestido de palestino contra la pared, las manos en alto (el casto José). Un soldado judío (de los del Holocausto), con «buscaminas» rastrea en las herraduras del burro; otro soldado judío, (de los del Holocausto) armado hasta los dientes con equipo USA, cachea al hombre (el casto José) como policía neoyorquino. Un breve texto explica: «el papa Benedicto, (Benito), lejos de condenar la brutalidad israelí, guarda sus iras para los ataques racistas palestinos contra ciudades israelíes, y al Estado de Israel le invita a mostrar moderación».
Otro ejemplo: pocos días antes de celebrar el misterio de Dios hecho hombre, jueces expertos en dureza meten en la cárcel a 47 ciudadanos inclusos en el sumario 18/98, compuesto de 600 tomos, 200.000 folios y 1.000 páginas de sentencia. Los juzgadores de este atropello, cristianos ellos, cumplidores ellos -«Feliz Navidad», «cantan y brincan los peces en el río», «Dios ha nacido ya»-, han dejado sin Navidad, feliz Navidad, a estos 47 ciudadanos. La ley es la ley, como la que asesinó a Jesús-Cristo, y no se olvida, aunque los mismos piden olvido para otros asesinatos más recientes.
No importa, pues como me reconvenía la tía Sofi, que en paz descanse,«ya lo pagarán en la otra vida» y así los juzgadores del desaguisado, serán juzgados en el más allá. Pudiera ser, quien sabe. Al menos es un consuelo.