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CRÓNICA Encierro en el Buen Pastor de Donostia

La catedral de los sueños esclavos de la cruda realidad

El pasado sábado, decenas de familiares de Etxerat iniciaron una encerrona en el Buen Pastor de Donostia. Su fin, más aún en estas fechas, era obvio: alertar a conciencias adormecidas que miran a otro lado ante el peaje terribe que pagan día a día, y aunar más fuerzas para conseguir sus sueños. Unos deseos que siguen siendo esclavos de la voluntad de los dos estados y de las formaciones políticas que los dirigen.

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Gari MUJIKA

«¿Cuántas personas van a estar en la encerrona?» «¿Y cuántos días?» «¿Y hasta cuándo?». Estas fueron las primeras y únicas preguntas que los medios presentes realizaron en la comparecencia del sábado pasado. «Si estuviésemos todos los que formamos Etxerat necesitaríamos al menos el estadio de Anoeta» o «hasta que el cuerpo aguante» fueron las respuestas que recibieron.

Tales frases no concretaban mucho sobre la iniciativa que arrancaba en ese momento, pero su contenido tiene pleno valor. Porque, si bien son miles los familiares y amigos de los más de 700 presos y los miles de represaliados políticos, su determinación por exigir el respeto de todos los derechos de sus allegados forma parte ya de la realidad política del país. No hace falta más que ver sus habituales encarteladas o concentraciones. La de ayer fue una más, la última de este 2007.

En el Buen Pastor no explicaron cuántas personas participarían en el encierro. La verdad es que tampoco hacía falta; el valor cualitativo del encierro supera con creces, en este caso, al cuantitativo. Y no sólo por el propio plus que conlleva el que se lleve a cabo en unas fechas tan señaladas para todos.

Los familiares que están en la catedral donostiarra no celebrarán el inicio del nuevo año con todos sus seres queridos. Xanti Iparragirre, por ejemplo, volvió a Eskoriatza con el EHNA en la mano después de muchos años viviendo en primera persona la persecución política; ahora, su hija Marixol está prisionera en Fresnes. A miles de kilómetros.

Aunque no Fresnes, Manu Errazkin conoce fatídicamente las prisiones francesas. Su hija Oihane falleció en una de ellas en julio de 2004. Polentzi Goikoetxea es otro de los que está obligado a viajar continuamente a París, puesto que su hermano y su primo se encuentran allí encarcelados. Al igual que Mattin Troitiño. Solo que este joven donostiarra ha crecido en las prisiones españolas, y ahora reparte también las visitas con las francesas. Su padre, Txomin, sigue encarcelado pese a que cumplió la condena impuesta en mayo de 2006; su tío está preso en Huelva y su hermano en Fresnes, a más de 2.000 kilómetros la una de la otra.

Mari Luz Sebastián también conoce el Estado francés, donde está preso su hijo. Su marido, en cambio, Juan José Rego, se encuentra gravemente enfermo en León, y le niegan, una y otra vez, su derecho a la libertad. Rego, además, cumplió su condena. Al igual que Iñaki de Juana, preso por un artículo de opinión. Su compañera, Irati Aranzabal, también se encuentra encerrada en el Buen Pastor.

Allí han recibido abundantes visitas de ciudadanos preocupados por la situación, más aún tras la muerte de Nati Junko. Visitas y muestras de solidaridad que, tras su paso por la catedral de los sueños, Etxerat espera convertir en férreos compromisos para quebrantar la voluntad política de los que imponen «esta cruda realidad».

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