Ni Aladino ni Simbad el Marino, René R. Khawam ofrece la versión original de «Las mil y una noches»
El arabista René R. Khawam dedicó 20 años de su vida a devolver a «Las mil y unas noches», que en realidad se llama «Las muchas noches», a su estado original. Sobran, entre otros, Aladino y Simbad el Marino.
GARA | MADRID
En la edición que acaba de publicar la editorial Edhasa, el francés de origen sirio René Khawam deja las cosas meridianamente claras, a pesar de la dificultad que supuso «limpiar» los relatos de aportaciones falsas, impregnadas del orientalismo que tanto se llevó en Europa entre los siglos XVIII y XIX, y quitarles «azúcar» para devolver su esencia a esta «agitadora obra maestra donde las haya».
Diga lo que diga la mitología occidental, ``Las mil y una noches'' no es la recopilación de los cuentos que Sherezade le contaba a su sanguinario marido, el sultán Shahriyar, para distraerle de su «costumbre» de cortar la cabeza a cada mujer con la que se casaba a la mañana siguiente de la boda, «aunque sí pueda servir como marco para el desarrollo del conjunto de la obra».
Se trata más bien, según explica el responsable de la traducción al castellano de la obra de Khawam, Gregorio Cantera, de una colección de relatos sin hilo conductor ni homogeneidad pero con el propósito común de entretener a todos los que pasaban sus noches en el desierto, en la Ruta de la Seda o en cualquier jaima de Egipto.
Los «descubrimientos» más notables de Khawam (Alepo, 1917-París, 2004), uno de los arabistas más importantes de Europa y el gran traductor del Corán al francés, «no lo son desde el punto de vista de la lascivia, porque a pesar de que emerge ya sin la edulcoración y la censura de siglos pasados, ese comportamiento licencioso no va a escandalizar a nadie a estas alturas», advierte.
Lo novedoso, dice Cantera, se centra más en los festejos en torno al alcohol, el papel de las mujeres y su influencia, una crítica «bastante seria» del poder instituido del gran califato de Bagdad. Son temas inconexos, aunque sí son comunes «la lascivia, el gusto por el vino y el placer, y la `caña' que se da a la teocracia islámica, aunque dejando siempre al margen a Alá y a Mahoma», matiza el traductor.
Son relatos que proceden de la tradición oral nacida en muy distintos sitios pero que «cristalizaron» por escrito en el siglo XIII gracias a Boulaq, precisamente en la ciudad-oasis de Kashgar, uno de los bastiones de la Ruta de la Seda, situada en el desierto de Taktodo.
En este trabajo de traducción queda patente que Sherezade es «la muñidora de noches» que protagoniza sólo el primer relato y no la narradora de todos los cuentos que se recogen en la versión edulcorada que llega a los franceses en el siglo XVII.
Fue en el siglo XIX cuando empezaron a incorporarse relatos «disney», como Ali Babá y los 40 ladrones, unas historias «demasiado maravillosas para que peguen con las demás», dice el traductor de la obra de Khawam.