Iñaki Urdanibia doctor en filosofía y crítico literario
La vuelta a la Edad Media
En este artículo Iñaki Urdanibia ofrece su opinión, en tono humorístico, de dos libros recientes. El primero de ellos, «Jesús de Nazareth», de autor sobradamente conocido: Joseph Ratzinger, con el que Benedicto XVI, según Urdanibia, «ha montado el belén»; el segundo se trata de «La fe de nuestros padres. Una reflexión católica para el siglo XXI», de Valentí Puig.
Es que son como tontos, y no es mi intención insultar, que conste, sino meramente describir, o es que se dedican al humor soso, lisa y llanamente, o las dos cosas a la vez. Sabido es que en eso de los payasos se da un reparto de papeles, como en otras ocupaciones esenciales para la reproducción social la repartición binaria del bueno y el malo de cualquier comisaría que se precie; uno, el blanco todo cabal, sensato y sin tonterías, el otro, el de la napia roja, siempre ocurrente, siempre metiendo la pata para hacer así que el blanco ocupe el centro del orden, vamos, poniéndoselas a huevo para que las cosas funcionen como dios manda. En los personajes que traigo a esta páginas no cabe duda de que es él quien manda, y con mayúsculas bien grandes.
Y viene todo esto a un par de cosillas que leo por ahí y que me llevan a los abismos de la confusión, hasta tal punto que me pellizco para ver si es verdad lo que leo, o entiendo, o será todo debido a la ingesta propia de estas fiestas del amor (al higadillo). Por un lado, el máximo representante de Dios en la tierra, domiciliado en Roma él, todo vestido de blanco (lo más jodido además es que está revestido del don de la infalibilidad, lo cual quiere decir que lo que dice va a misa, vamos, que es tan cierto como la mismísima Ley de la Gravedad), va el Papa, decía, y monta (¿o desmonta?) el belén al decir que el Niño Jesús -Dios, vamos- no nació en tal localidad, ni en un pesebre, sino en la carpintería del bueno de José, en Nazareth, y sobran así el burro y la vaca, porque ¿qué hacen tales animales de compañía -a los que ya nos habíamos acostumbrado como tal- en un taller de maderas varias? La cosa tiene su gracia, pero es que, puestos a poner orden, pongámoslo en todo, hasta en la organización del nacimiento, avancemos por la ardua y trabajosa senda de la ciencia del belén o, ahora, del nazareth.
Esto tiene unas consecuencias de aquí te espero, marinero, no sólo en lo que hace a la industria de las figuritas de nacimiento sino, por poner otro ejemplito, en esos cebados que le pegan a la zambomba sin piedad mientras berrean, desgañitándose, aquello de «en el portal de Belén...»; pues nada, que han de cambiar y entonar «en la carpintería de Nazareth...». O qué hace aquella chavalita de las mototxas entonando «Belén, campanas de Belén...», o todavía el Rapha versionando su «tamborilero», «el pastorcillo que viene a Belén, rapataplán...» (lo de rapataplán vale que sirve lo mismo en Donostia, habituado a sus sones de Sarriegi que a «Casadios», es un decir, habituados a los repiqueteos de los timbales celestiales), o «arre borriquito, vamos a Belén...», ¡y no sigo! Ha de tenerse en cuenta además que eso es aplicable obviamente a todas las lenguas del mundo mundial (así, por ejemplo, qué será del celebérrimo por acá «Oi Betlehem!»), y esto no se queda así, sino que se hincha, ya que en plena aplicación del efecto dominó, la industria musical -los letristas y los músicos que habrán de buscar las notas que casen con los nuevos nombres propios y las desapariciones animalescas, y el nuevo lugar del nacimiento del niño-dios- también se va a ver conmovida así por esta clarificación papal, siempre guiada por el amor a la verdad histórica, a la Verdad tal cual en todas sus formas y, por qué no, por la preocupación permanente por la creación de puestos de trabajo («¡ganarás el pan con el sudor de tu frente!»). Así las cosas, nuevos departamentos de diseños belenísticos (¡con perdón!) tendrán que crearse, habrán de organizarse concursos de innovación villanciquera, habrán de formarse grupos de expertos para la elaboración de nuevos y correctos cantos a la santa -divina- Natividad, como sucede con el inarticulado himno español, vamos («Franco, Franco, que tiene el culo blanco...»). Sin olvidar los cambios de ruta de las empresas turísticas. O los frisos y pinturas de las catedrales... Y para qué mencionar el conflicto israelo-palestino, que se verá sacudido, sin lugar a dudas, por la ubicación de amplias poblaciones: Belén pertenece a los palestino según las fronteras establecidas por la siempre complaciente ONU y Nazareth a los israelíes. Los poetas, los músicos, los empresarios de todos los gremios, los restauradores, los pintores, los escultores, los políticos... ¡Todos al tajo! (y no me refiero al lugar en el que se puede mirar «cómo beben los peces en...»), todos al trabajo, y bien hecho lo quiere Benedicto, que luego vendrá la cohorte de inspectores vaticano-nazarenos pertrechados de toda la panoplia ad hoc de I+D y comprobarán si el resultado es la inevitable «Q». A ver si se ha subsanado este craso error histórico. Qué digo error, esta falsificación bastarda.
Este papa, a cada cual lo suyo, es de una profundidad propia de abismo de enciclopedia, toma la mejor tradición deliberativa -aunque lo suyo son más bien órdenes-, como cuando en el Concilio de Trento discutían sin parar sobre el sexo de los ángeles, cuestión esencial -como todo el mundo sabe- para la buena marcha de los humanos. Igualito que lo del Belén, que no fue en tal donde nació un niño que no se sabe si nació, o si se llamaba así, o si era el que dicen que es... vamos, todo absoluto rigor del riguroso. Y saca un libro para ello («Jesús de Nazareth») del que luego vendrán otros diciendo que es de una altura teológica del copón... Claro, hablando del cielo, la nebulosa celestial se halla a muchísima altura... ¡claro!
Si hablaba de dos, ahora doy paso al otro que en su ultimo libro viene a decir que ante la confusión y desbrujule del mundo actual qué hay más sensato, y necesario, que volver a la Europa de las catedrales. No sé muy bien si es que quiere fomentar el ramo de la construcción o el de atracción y turismo, organizando viajes a las ya construidas en su tiempo con sangre sudor y lágrimas... y el fuego de fondo para calentar hasta el derretimiento -y no de gusto, por cierto- a los heterodoxos, o su propuesta será construir otras tan altas y elaboradas como esas maravillas del pasado (y con el misterio de la natividad «aggiornado»). Si el anterior decía que vivía en la capital de Italia, éste es mallorquín, escritor y se llama Valentí Puig, y desde luego no son ninguna novedad sus tendencias derechosas hasta los bordes de la insípida agua bendita o al olor a incienso... pero, hombre, el sentido del humor no sabía yo que lo tenía tan desarrollado, y éste se dejaría ver en su reciente obra («La fe de nuestros padres. Una reflexión católica para el siglo XXI») si no fuese tan triste el recuerdo de aquellos tiempos teocráticos y teocéntricos en los que los defensores del orden celestial lo imponían a sangre y fuego en la tierra y en sus humildes habitantes. ¡Hala, volvamos a la Edad Media! Caminar hacia el socialismo ya no está al orden del día, volvamos al feudalismo: a las discusiones bizantinas y melifluas, a la sombra de las fastuosas casas de Dios, a los gremios.
Buenas muestras ambas de los tiempos en los que las discusiones de altura han pasado a ser el pan nuestro de cada día (¡la hostia!), construcciones lógicas de altura, qué bien, oye... Antes de finalizar, no obstante, quisiera pedir perdón, por si se sienten aludidos, a Pirritx, Porrotx y compañía. Y, eso sí, mi piedad tan incrementada ella estos días, me impulsa a rogar «¡perdónales, Señor, porque no saben lo que dicen!»... ¿O sí? Y es que son como niños tontos... Y os dejo cantando «en la carpintería de Nazareth, que es del santooo José, ha nacido un niñín que se llama Jesulín... grana y marfil». ¡Ay, no, que esa es otra canción...! Me pierdo, pues no sé si habrán de venir los pastores, los toreros o los clientes a pedir un armario, o a una cajonera, o una cama camera, y además doctores tiene la Iglesia, y el pentagrama, y el verso... ¡Todo un lío, chico!