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el avispero afgano

EEUU y sus aliados europeos no saben qué hacer en Afganistán

Tras un 2007 aciago y un inicio de 2008 no menos preocupante, EEUU ha comenzado a pedir cuentas a sus aliados mientras anuncia un pequeño refuerzo militar meses antes de la ofensiva de primavera talibán. Los nervios están a flor de piel y lejos quedan las proclamas triunfales del Pentágono después de que a finales de 2001 desalojara a bombazos a los talibán. Estos han vuelto y se dejan querer ante una eventual, aunque negada, negociación.

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GARA | KANDAHAR

El anuncio por parte de la Administración Bush del envío temporal de 3.200 soldados a Afganistán supone la primera acción concreta tras el anuncio por parte del Pentágono de un replanteamiento de su misión en el país centroasiático, escenario de una creciente y cada vez más osada ofensiva talibán.

El año 2007 recién concluido ha sido el más sangriento en Afganistán desde que, a finales de 2001, EEUU lanzara una ofensiva militar de castigo tras los atentados del 11-S y forzara a la retirada de los talibán del poder, que mantenían desde su visión rigorista del islam desde mediados de los noventa.

La llegada del año nuevo no ha supuesto respiro alguno. Al contrario, el reciente asalto talibán de un hotel de lujo internacional situado en la zona más vigilada de la capital, Kabul, ha dejado en evidencia que los occidentales ya no cuentan en la práctica con lugar seguro alguno en Afganistán.

Seis años después de su «repliegue estratégico», los talibán han vuelto y todo apunta que para quedarse. La guerrilla se ha vuelto a hacer visible en buena parte del sur y el este de Afganistán y durante los últimos meses se ha lanzado al asalto de cabeceras de distrito e incluso de capitales provinciales. «Los insurgentes han mejorado sus tácticas. Ahora combaten más y mejor», reconoce el comandante en jefe de las fuerzas de la OTAN, general Dan McNeill.

Ataques suicidas

Esta estrategia de guerra de guerrillas -ataques y repliegues constantes- junto a su presencia permanente en aldeas y pueblos del sur afgano se ha visto complementada con el creciente uso de kamikazes en acciones espectaculares. El año pasado se contabilizaron alrededor de 150 atentados suicidas en la práctica totalidad de la geografía afgana, incluido el «pacífico norte y noreste del país.

Fuentes del Gobierno títere instalado entonces por el Ejército estadounidense han cifrado en más de 6.000 los muertos a lo largo del pasado año. Al margen de la fiabilidad de este recuento, la inmensa mayoría de ellos son, naturalmente, afganos. Entre ellos se incluyen los cientos y cientos de civiles masacrados en bombardeos de castigo por parte de la aviación estadounidense y sus aliados europeos. Habida cuenta de que el escenario afgano es un «agujero negro» informativo en el que la propaganda se ha convertido en otro frente de la guerra, no hay datos fiables. La ONU alerta de que muchos de estos bombardeos serían magnificados para el cobro de indemnizaciones. La Comisión Independiente de Derechos Humanos reconoce que «si bien es cierto que algunos casos son exagerados, otros bombardeos son simplemente silenciados».

Al margen de recuentos, de lo que no cabe duda es de los efectos de estos «daños colaterales». La población civil muestra un creciente hartazgo e ira contra los ocupantes, lo que se traduce inversamente en simpatía y soporte hacia los barbudos talibán.

Presencia creciente

En este contexto, y en los últimos años, el movimiento talibán (plural de talib, estudiante del islam) lleva camino de convertirse en lo que en su día fue y que le llevó en volandas al poder en Kabul: una fuerza perfectamente ensamblada en la mayoría pastún del sur y este de Afganistán y que vuelve a extender como una mancha de aceite su papel de árbitro por pueblos y aldeas del país.

Frente a ello, tanto EEUU como sus aliados de la OTAN -que el año pasado perdieron a alrededor de 250 soldados en ataques guerrilleros- anunciaron a principios de este año un replanteamiento de su estrategia. Anuncio rimbombante con el que tratan de ocultar que no cuentan con alternativa alguna. Un fango al que, en esta línea, prácticamente ningún aliado quiere aportar nuevos contingentes militares.

Esta negativa de los aliados explica la decisión del Pentágono de reforzar el contingente de la OTAN en la provincia de Helmand con 2.300 soldados suplementarios. Los otros mil marines estadounidenses serán destinados en principio para adiestrar a las milicias del Gobierno de Kabul.

Con este refuerzo militar en previsión de la anual ofensiva de primavera talibán, EEUU contará con un contingente récord de 29.000 soldados desde la invasión de finales de 2001.

Alrededor de la mitad de este contingente está integrado en la fuerza de ocupación de la OTAN (ISAF), que cuenta con poco más de 40.000 efectivos en el país.

Un grano de arena

Los expertos coinciden en destacar que estas tropas suplementarias son un grano de arena en el avispero afgano. La propia OTAN ha reconocido que necesita urgentemente 7.500 soldados para reforzar sus contingentes en el sur afgano.

El secretario de Estado de Defensa, Robert Gates, ha advertido además de que este nuevo contingente permanecerá sólo siete meses en Afganistán, el tiempo justo entre la primavera y la llegada de otro inviern y que esperan que sea sustituido por tropas aliadas.

Ocurre que el Ejército estadounidense ya no da mucho más de sí. El propio Gates reconoció su «inquietud» habida cuenta del alto grado de movilización militar en Irak (168.000 soldados) y su «temor de que esta decisión conlleve una relajación de los aliados en el cumplimiento de sus compromisos».

Ineptitud de la OTAN

No es la primera vez que Gates exhorta a los países europeos a implicarse más en sus planes bélicos en Afganistán.

No obstante, el jefe del Pentágono inauguró ayer una nueva línea de discurso al criticar abiertamente y en una entrevista en «Los Angeles Times» la falta de preparación de las tropas aliadas para enfrentarse a un enemigo como el talibán.

«La mayor parte de las fuerzas europeas no están correctamente entrenadas y no saben llevar a cabo operaciones contra la insurgencia», aseguró.

Esta crítica ha sentado mal en las cancillerías aliadas, y particularmente entre los mandos de los contingentes extranjeros en Afganistán. Al margen del prurito militar, no pocos acusan a Gates de echar balones fuera y relacionan el resurgir talibán con la escasa presencia militar estadounidense hasta la llegada de refuerzos aliados en 2006.

En pleno rifi-rafe sobre la cantidad y la calidad de las tropas aliadas, no faltan expertos que advierten de que los refuerzos militares no son la solución. Al contrario, «cuanto más tropas enviemos más objetivos les pondremos en el punto de mira y crecerá la propaganda antiocupación y el reclutamiento» de nuevos guerrilleros, estima Sam Brannen, del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos.

El mejor diagnóstico de la situación en el avispero afgano ha llegado estos días de la mano del jefe del Estado Mayor inter-ejércitos estadounidense, almirante Michael Mullen. «Mientras en Irak hacemos lo que debemos, en Afganistán hacemos lo que podemos».

INVESTIGACIÓN

El asalto al lujoso hotel Serena fue precedido de un atentado suicida de diversión en el exterior y que permitió acceder al interior a un comando que atacó a tiros y con granadas a los usuarios. Uno de ellos se inmoló y otro fue detenido.

De Bosnia a Afganistán

La ONU ha nombrado al militar y político británico Paddy Ashdown enviado especial para Afganistán. En su día Alto Representante Internacional en Bosnia, se rumorea que podría recibir encargos similares de la OTAN y de la UE.

niños de la calle

La cifra de huérfanos de guerra censados que malviven en Kabul se ha doblado en los dos últimos años, desde los 37.000 en 2005 a los 70.000 de la actualidad. Buena parte de ellos son huérfanos del conflicto iniciado por EEUU a finales de 2001.

Negociación, palabra maldita aunque recurrente

El término negociación es evocado periódicamente antes de volver a quedar enterrado en la fosa de inconfesables. El presidente títere Hamid Karzai emplaza cada vez que puede a los talibán a negociar desde su cada vez menos seguro refugio de Kabul.

Al premier británico, Gordon Brown, le sacó los colores la filtración de negociaciones de sus mandos con comandantes talibán. Buena parte de las capturas de extranjeros se han saldado con intercambio de prisioneros e incluso contrapartidas políticas.

En el seno del movimiento talibán habría incluso una corriente que apuesta por aprovechar su actual posición de fuerza y pactar una tregua a cambio de que se le garantice su actual control del sur y este del país. Otra corriente, más vinculada a al-Qaeda, apostaría por mantener la presión.

Los muyahidin (señores de la guerra) de las minorías tayika, uzbeka y hazara -aliadas de Washington- han advertido de que volverán a empuñar las armas si EEUU y Kabul ceden a los talibán la mitad pastún de Afganistán. GARA

refugiados

El Gobierno iraní anunció ayer la paralización por razones humanitarias y por la llegada del invierno de la expulsión de refugiados afganos. La ONU ha cifrado en 9.000 los refugiados expulsados de Irán en las dos últimas semanas.

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