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Helena Pimenta y Ur, dos décadas de teatro a dentelladas

Tras su reciente estreno, llega a Bilbo «Dos caballeros de Verona», la comedia con la que la compañía Ur quiere celebrar sus veinte años de vida. Helena Pimenta, directora y, que nos perdone, «madre» fundadora, se presta a realizar un repaso a vuelapluma sobre una historia que arranca en el instituto de Errenteria. Allí empezó todo.

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Amaia EREÑAGA | DONOSTIA

Ha dirigido montajes para el Compañía Nacional de Teatro Clásico, el Teatro Nacional de Catalunya, el Centro Dramático Gallego y también el andaluz... además, de, por supuesto, a Ur, la compañía que lleva fluyendo sobre escena -un juego por el «agua» de su nombre- desde hace nada menos que dos décadas. Esta mujer morena, de risa fácil y trato como de andar por casa es un caso extraño en esto del teatro, ya que, de forma discreta, se ha hecho un hueco, e importante además, en uno de los sectores donde los hombres son mayoría: la dirección.

El nombre de Helena Pimenta, además, está unido al de William William Shakespeare, porque probablemente sea una de las profesionales que más en profundidad conozcan su obra. Pimenta ha destripado al «bardo de Avon», le ha sacado su esencia y lo ha actualizado. Su historia con Xespir (así se llamaba una obra previa a Ur, de 1987), arranca en el instituto de Errenteria a principios de los 80, donde esta salmantina, licenciada en Fillogía inglesa y francesa, daba clases.

Primera escena: Adolescencia

«Yo llegué a Rentería en el curso 79-80. Empecé a trabajar con los chavales el teatro como forma de enseñar un idioma, luego en horario extraescolar y en vacaciones. Vi que me interesaba muchísimo y fui pensando que tenía que dejar la enseñanza (lo hice en el 87) y apostar por ese núcleo de gente». Eran tiempos de movida, de intensa vida cultural, del grupo amateur Atelier, que fue el germen del que surgió Ur. «Al final de Atelier, hicimos el primer espectáculo de Shakespeare que se titulaba `Xespir'. Pasamos un año trabajando con él y fue tan divertido, tan hermoso el acercamiento al autor por parte de quienes estabamos allí... con la energía de cada uno de nosotros aparecieron miradas tan distintas, nada académicas, sino a dentelladas, como queriendo apropiarse de su espíritu, que de ahí empezó lo que culminó en `Sueño de una noche de verano'».

Fueron años de aprendizaje para todos. Del amateurismo, al salto al vacío de la profesionalización. «Rémora» (1988), una versión de Von Kleis, y «Antihéroes» (1990), escrita por la propia Helena, supusieron el tímido anuncio de lo que luego vendría. Esta última, además, es curiosa, ya que es la única obra que ha escrito «de arriba a abajo». Le produjo, dice entre risas, «tanto sufrimiento» que supo que «escribir no es lo mío». Hacer versiones sí, por supuesto, pero la soledad de enfrentarse a un papel en blanco es otra cosa.

Segunda: Hermosa juventud

«Sueño de una noche de verano» (1992), una versión rompedora de la obra de Shakespeare, se estrenó en la sala Niessen de Errenteria, un lugar que albergaba una programación propia y una apasionada escuela de teatro que dirigía Helena. Ana Pimenta -su hermana, y hoy en día alma mater, junto a Iñaki Salvador, de la compañía Vaivén-, los escenógrafos José Tomé -también actor- y Susana Uña, fueron algunos de los «causantes» de uno de los booms del teatro vasco: giras por catorce países, 350 representaciones, más de 300.000 espectadores, todos los premios que se podían pedir y más, entre ellos el Premio Nacional de Teatro... Fue una locura y el inicio de una trilogía que se completaría con la mítica «Romeo y Julieta» (1995) y una curiosidad como «Trabajos de amor perdidos» (1998), en la que Shakespeare situaba la acción en la corte navarra. «Habíamos hecho `Sueño de una noche de verano' sin pensar en defraudar a nadie. Nosotros lo hicimos desde donde estábamos, con nuestra libertad, pero no podíamos ni imaginar lo que pasaría: fue realmente una experiencia única. Con la siguiente obra teníamos abiertas tantas oportunidades que podíamos darnos un castañazo o asumirlo como responsabilidad en positivo; es decir, aprovechar la oportunidad que se nos había brindado. Aprendimos tanto y tantos sentimientos raros también (risas). Recuerdo que leía cosas sobre la segunda obra, sobre la envidia, de cómo aprender a neutralizarla. Había un autor, Mihura, que decía que tenía tanto éxito que luego iba al café cojeando mucho. Entonces la gente decía: `Este tiene mucho éxito, pero la pierna la tiene mal'. A mí se me quedó grabado, porque notaba que había una gente que empezó a cogernos manía sin saber por qué (risas). Ahí creo que dejé de ser adolescente».

«La trilogía sí debe de tener algo mágico, porque llegamos a un lugar donde nos sentíamos cómodos y orgullosos de haber pasado todo este recorrido. También muy cansados y como se produjo esto, hubo que hacer un cambio importante, con cariño, con respeto, pero siempre triste, porque en aquel momento nos quedamos la mitad de la gente». El cansancio de las giras y un hecho inesperado precipitaron las cosas. «Creo que la escuela no fue un proyecto querido como había que quererlo; es decir, que necesitaba un apoyo institucional que no se dio y tal es así que en el 99 incluso se nos dice que no tenemos local para ensayar en Rentería. Una de las razones por las que la gente estaba muy cansadita era porque pensábamos que teníamos que volver a empezar nuevamente. Sabíamos que no nos iban a ofrecer los medios para que la escuela tuviera la altura que hacía falta, pero pensábamos que la programación y la compañía en residencia, que ya era en aquel momento Ur, sí. Pero, nos echaron, ésa es la realidad». Desde entonces, Helena no ha vuelto a pisar Errenteria.

Tercera: La madurez

Tras una pequeña fase en Donostia y Urnieta ( Sarobe), la compañía da el salto a Madrid, con otra concepción y otro funcionamiento. «Ya en 1999-2000 es muy difícil mantener una estructura como la que teníamos en el 87 -por distintas opciones personales, sobre todo, porque es mucha presión y la gente necesita expansión personal y artística- empezamos a hacer otro esquema de producción. Es decir, mantenemos lo que es la cultura del colectivo en cuanto a manera de entender el teatro, pero lógicamente vamos invitando a creadores y actores nuevos que den otros perfiles, e intentamos, desde el 2000 hasta hoy, que se vayan repitiendo periodicamente esos núcleos». Montajes paralelos y relaciones estrechas con dramaturgos como Juan Mayorga (autor, entre otros, de «El último de la fila» y con el que trabajaron también en un encargo, «Sonámbulo», 2003, sobre una obra de Alberti) o actores como el veterano Ramón Barea (protagonizó «Luces de Bohemia», en 2002, o «La tempestad», en 2005) se han sucedido durante estos intensos años, en los que Helena, por su parte, ha dirigido montajes de grandes características, muchos de ellos por encargo.

A la búsqueda del elixir de la eterna juventud

¿Y veinte años después, qué? Qué mejor que regresar a las raíces, olvidarse de tragedias y grandes montajes e intentar vivir una segunda juventud. Para eso están las travesuras o las locuras, como poner en escena y embarcarse en una gira con «Dos caballeros de Verona», una de las obras de juventud de Shakespeare considerada, hasta ahora, menor. Helena Pimenta se ríe con la «etapa» que le hemos inventado, y puntualiza que «no olvidemos que, aunque sea una obra de Shakespeare, una menor de él, es una obra grande. Además tiene elementos de `Noche de Reyes', de `Otelo', de `La Tempestad', es antecedente de muchas obras y tiene una poética muy especial». Repleta de curiosidades -Mayorga le dijo una vez que su sino era enseñar «al Shakespeare desconocido»-, de anotaciones, pero comedia al fin, «Dos caballeros de Verona» da pie también a Ur a un juego: es un musical con aire art-decó.

A.E.

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