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La imagen que no debería existir

Los hermanos de Gorka Lupiañez requerían, en una carta a «los familiares de los torturadores» (GARA 16-1-2007) para que, algún día, hagan públicas las fotografías que le hicieron al durangarra durante los cinco días que permaneció detenido e incomunicado en dependencias de la Guardia Civil. Recordaban, al tiempo, el impacto causado por la difusión de imágenes del trato vejatorio e inhumano al que sometían los soldados de EEUU a los detenidos iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib. El silencio es el guardián más poderoso de la tortura, pero el que se levante alta y clara la voz ante la vulneración de los más elementales derechos –con ser un gesto moral y políticamente obligado– tampoco es garantía suficiente de que la sociedad conozca en todos sus extremos lo ocurrido, tome conciencia de la gravedad de la situación y urja a que se asuman responsabilidades.

Así ha quedado constatado en el caso de Lupiañez, y antes que en ése en otros muchos. La denuncia del torturado no tiene el eco suficiente, cuando no se obvia directamente, aplicando una censura que, a la vista del  rigor con que se ejerce, sí hace pensar en la existencia de algún manual del Ministerio del Interior.

La vista, con ser el menos fiable de los sentidos, ejerce en nuestra sociedad mediática un efecto decisivo. La imagen es utilizada profusamente; en unas ocasiones sirve para descubrir o multiplicar el eco de una realidad, en otras para restringir la visión del mundo, para dirigir la atención hacia hechos objetivamente menos relevantes que otros que quedan en la oscuridad.

GARA reproduce la imagen furtiva, la que ha podido saltar ese alto muro tras el que se guarda lo que se trata de ocultar a la ciudadanía. Y, sin embargo, esa fotografía tardía, aislada, es reflejo de una realidad más amplia, de una situación que no debe perdurar ni un día más, porque está en juego la dignidad de todos los ciudadanos de este país. Es la imagen de Mattin Sarasola con el cuerpo magullado, con la herida todavía visible en ese costado ya herido en el que, relata, le golpeaban una y otra vez. Es una imagen que no deberíamos publicar, porque refleja algo que nunca debió ocurrir.

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