Iñaki Lekuona Periodista
Sin honores
En los últimos meses no han dejado de gotear en las redacciones necrologías de poilus, los peludos, los combatientes franceses de la primera Guerra Mundial. «Ha muerto uno de los diez últimos poilus», podía leerse no hace mucho en el titular de uno de los teletipos. La cuenta atrás llegó hasta el día de ayer en el que se informaba, con la solemnidad de siempre, de que moría el penúltimo de ellos. Normalmente son de esas noticias que pasan desapercibidas salvo para los políticos, que se desviven en alabanzas y homenajes, convencidos todavía que la loa hacia el prójimo conlleva la suya propia. Es el caso del presidente de la República, que a la velocidad de un relámpago ha mostrado públicamente su «emoción» por la desaparición de un «combatiente de Francia».
Pero en esta ocasión la noticia no se queda sólo en la muerte del penúltimo poilu. Louis de Cazenave, mucho antes de cumplir los 110 años, hizo saber que los políticos podían meterse los honores de guerra donde les cupieran. Cuando en 2005 el predecesor de Nicolas Sarkozy prometió funerales de estado a los últimos combatientes de las trincheras, el bueno de Cazenave respondió que ni hablar. «Le cabreaban los honores» reconoció ayer su hijo, que recuerda cómo en su último aniversario se levantó de la silla, dio la espalda al alcalde, a su séquito y a los fotógrafos, y se marchó. «Los que murieron en el campo de batalla no tuvieron nunca honores, solía decir». Según su nieta, aquel viejo soldado se convirtió en un «pacifista empedernido». Tampoco recibieron nunca honores, sino desprecio, los cientos de vascos que dijeron no cuando fueron llamados a filas, convocados a morir en el barro de las trincheras en defensa de un país que no es el suyo. Algunos tuvieron la fortuna de alcanzar Hego Euskal Herria o de exiliarse al otro lado del Atlántico. Otros corrieron peor suerte, la de ser fusilados.
Según el médico de Cazenave, el viejo combatiente solía cantar a veces: «Es en Craonne, en la llanada, donde debemos dejar nuestra piel, puesto que, como asegura el dicho, todos nosotros estamos ya condenados, somos nosotros los sacrificados». Un nosotros que no incluye a los presidentes, por mucho que insista Sarkozy. Louis de Cazenave morirá sin honores. Una decisión que le honra.