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Jon Odriozola Periodista

Erika y Prestige

Digamos que el Prestige (como el Erika) era un viejo buque fabricado en Japón con bandera de conveniencia de Las Bahamas, propiedad de no se sabe quién y que lanzan a los siete mares con rumbo incierto lleno de fuel y a saber qué más

El circunspecto editorialista de «El País» del día 18 de este mes, titulado «La lección del Erika»,opina que la sentencia (de la corte francesa) es especialmente ejemplar para Galicia, afectada en noviembre de 2002 por la marea de galipó (o chapapote) del Prestige. Y continúa:«la instrucción judicial no puede ser la misma, puesto que en el caso español debe determinarse si hay pruebas para acusar al Gobierno (entonces del PP) de negligencia».

En el «caso Erika», el tribunal francés considera que son responsables del vertido (que en diciembre de 1999 causó una marea negra en las costas de Bretaña) la compañía petrolera Total, el armador del barco y la sociedad de inspección. La novedad del fallo judicial radica en que se castiga por imprudencia a Total, la empresa que encargó el transporte de crudo. Y que lo hizo a un buque monocasco con 25 años de servicio que navegaba en condiciones precarias, o sea, un barco-basura, igual que el Prestige, aunque éste con doble casco. Luego, el editorial se felicita -toque «progre» de que se haya contemplado en la sentencia un delito ecológico (¡pobres bosques canadienses con el que se hace el papel-periódico!) además del económico. No olvidemos que el fallo se ha emitido ocho años después del siniestro, cuando toda la cadena trófica marina y el plancton que alimenta al marisco se verá seriamente afectada.

El periodista Iban Gortazar escribió un libro titulado «Los piratas del Prestige» (Kalegorria. 2003), donde dice: «¿Qué se escondía tras la `brillante' idea de alejar el Prestige de la costa?». Lo pregunta porque lo lógico hubiera sido llevar el petrolero al puerto de A Coruña (como lo quería el práctico) donde hay una refinería de Repsol. De hecho, el petrolero Express, de bandera maltesa, monocasco y con 22 años de antigüedad, descargó años antes más de 81.000 toneladas de fuel en el puerto coruñés. También lo hizo el Ist, otro petrolero monocasco de 16 años y al que le fueron declaradas deficiencias de seguridad cuya carga fue a parar, qué casualidad (intereses de remolcadores en juego), al muelle de Repsol en A Coruña: en el mismo puerto que vetó la entrada del Prestige aludiendo a su magnitud. ¿Por qué? Según Gortazar, porque el Prestige ocultaba entre su carga declarada un secreto: armas químicas o, al menos, material para producirlas. El Prestige no se dirigía, como se dijo, a Singapur, sino a Gibraltar y, de ahí, a Arabia Saudita (con el Rey español, quizá, como interpósita persona). El Prestige fue alejado en dirección a Portugal (con el viento en contra) para pasar el marrón a sus vecinos lusos y por miedo a lo que se pudiera encontrar en su interior. Digamos que el Prestige (como el Erika) era un viejo buque fabricado en Japón con bandera de conveniencia de Las Bahamas, propiedad de no se sabe quién y que lanzan a los siete mares con rumbo incierto lleno de fuel y a saber qué más.

El juicio del Prestige se celebrará dentro de un año. El responsable fue el Gobierno español pero apuesto a que la culpa se la echan -como en una mala película de «suspense»- al mayordomo, o sea, al capitán del barco, el griego Mangouras, que pensaba jubilarse, el hombre...

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