Descalabro, desplome, caída histórica. Los analistas emplean términos extremos para definir lo ocurrido ayer en las bolsas mundiales. Ni siquiera el hecho de que el mercado neoyorquino estuviera cerrado -por la festividad de Martin Luther King- amortiguó los efectos de la «mala digestión» por parte de los inversores del plan anunciado el viernes por George Bush para reflotar la economía norteamericana.

¿Un mal día? ¿Un reflejo de una crisis más profunda? Las bolsas asiáticas y europeas tuvieron una jornada nefasta, y ahí están los índices para corroborarlo. Por mucho que desde organismos gubernamentales se tratara, -ya por responsabilidad ya por la proximidad de unas elecciones- de infundir mensajes de calma, lo cierto es que la palabra recesión, sea para anunciar su inminente llegada o para desmentir los malos augurios, se ha instalado en el lenguaje financiero.

Bancos, aseguradoras y empresas energéticas acumulaban las principales pérdidas en la cotización, mientras se apilan las noticias negativas en el sector financiero, lo que parece indicar que la crisis de las «hipotecas basura» en EEUU lejos de haberse superado, está dejando sentir sus efectos. Y no sólo sobre los miles de estadounidenses que ven amenazado su derecho a una vivienda. La presentación de los resultados del cuarto trimestre confirmaría el bajón en los beneficios causado por una práctica bancaria al servicio de una economía especulativa. A las pérdidas confesadas por Merrill Lynch y Citigroup hay que sumar el balance negativo de la USB suiza y del Commerzbank alemán, que anuncia la supresión de unos dos mil puestos de trabajo.

Los «números rojos» de la Bolsa parecen corresponder a ese temor a que los estímulos a la economía norteamericana anunciados por la Casa Blanca no sean suficientes. ¿Es exagerado afirmar que lo que ocurre en la Bolsa preludia una crisis económica mundial? Quizás ni más ni menos exagerado que equiparar la acumulación de beneficios de los últimos años por las grandes corporaciones con el crecimiento económico real.