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Maite Ubiria Periodista

De la misa diaria a la apostasía

No voy a redundar en el debate sobre el grado de penetración social de los nazis en Euskal Herria. Los búnker que miran todavía hoy desde la costa labortana son testimonio de su dominio militar en esta tierra. Llegaron, ocuparon y ejercieron la violencia, aunque también encandilaron a no pocas cabezas locales. Los archivos guardan celosos los edictos de la época. Emanaban de los mandos militares, pero la mayoría de las veces correspondía a las autoridades cercanas firmar las amenazas.

En plaza pública figuraban esos autos que estigmatizaban a quienes resistían y les recriminaban por poner en peligro a la ciudadanía, pues era sabido que cada ataque que sufrieran los nazis lo pagarían con esa mayoría de «buenos» vascos, con esas gentes que, decían los collabo, sólo aspiraban a vivir en paz. El «todo es...» no lo inventó el condenado Juan María Atutxa. Ha pasado mucho tiempo del fracaso de aquel simulacro de pacificación. Y hoy asistimos a la voladura del «pacto de convivencia» suscrito a la muerte de Franco con la pluma del olvido.

Sin embargo, el volcán no estaba muerto, sólo aguardaba dormido. Agitando sus manos de ceniza anhela abrasar a los que le desafían desde hace treinta años, y también a quienes en este tiempo han buscado prudente refugio al borde de un camino cuyos límites se han desdibujado, y hasta amenaza con escaldar, siquiera la punta de los pies, a quienes le entregaron a tantos herejes con que alimentar la hoguera... siempre por el bien de quienes sólo aspiran a vivir en paz. Pero ocurre que ni adulando al estado reinante, ni cumpliendo sus caprichos, ni brindando en sus fiestas se puede garantizar ya el minúsculo oasis estatutario. La excepción, como Hitler, precisa de «espacio vital». Lo mismo tiene reglas que no las tiene o no sirven para todos, o valen ayer y no hoy. Vamos, como Atutxa, que en un «lunes horribilis» se levantó creyente en los jueces -que preparan nuevas ilegalizaciones- y se acostó descreído por su injusta condena. La suprema bofetada le hizo pasar de apóstol a hereje; de la misa diaria a la apostasía.

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