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Iñaki Egaña historiador

El racismo de Sarkozy

Recuerdo un viejo chiste de Gila. En la viñeta se veía a un aldeano acuchillando a un paisano. Un tercero le preguntaba: «¿Por qué está usted matando a ese buen hombre?». La respuesta no podía ser más explícita: «Porque me ha llamado asesino». La metáfora se podía aplicar perfectamente a las últimas declaraciones de Sarkozy con respecto a los vascos. Alguien me dirá que estoy manipulando las manifestaciones del presidente francés, puesto que Sarkozy se refirió a ETA. Con los «hechos probados» del esperpento judicial que encabezó Angela Murillo ya sabíamos que ETA son muchos vascos, tantos que sorprende su facilidad para la captación de afiliados. Después de las últimas declaraciones de Juan Pablo González (vocal del poder judicial) la certeza se extiende. ETA son todos los que se sienten vascos.

Es obvio que las acusaciones de Sarkozy en Pau, una de las ciudades vecinas de los vascos, tienen un evidente cariz ofensivo. Previamente la ya citada Murillo nos había dicho (sentencia 18/98, «hechos probados») que Pau era objetivo etarra: «la banda terrorista pretende la construcción de un Estado Vasco mediante la unión de la actual Comunidad Autónoma Vasca y la Comunidad Foral de Navarra con el Departamento Administrativo Francés (sic) de los Pirineos Atlánticos» (Pág. 84). ¿Lo habían oído o leído alguna vez? Yo tampoco. Y a quien me presente semejante objetivo, el de la reivindicación e integración de los 387 municipios y 350.000 habitantes del Béarn en un proyecto territorial vasco le regalo un viaje a Hollywood. Con mucho gusto.

Fue en Pau y con Pau donde los citados ofendieron a la inteligencia y a los vascos.

Una encuesta realizada en el marco de la Unión Europea revelaba en 1993 que los vascos eran quienes más repulsión causaban a los españoles, por detrás de los gitanos. La misma encuesta en el Estado francés fue similar: los vascos eran repudiados en segundo lugar, por detrás de los magrebíes. Hace 15 años. Si nos retiramos un poco más en el tiempo, las hemerotecas están repletas del racismo de los franceses hacia argelinos, asiáticos, africanos. En Cannes de 2006 vimos una película («Indígenas») en la que los protagonistas eran tratados como bestias. Y eso que se trataba de libertadores del Ejército de De Gaulle. Alguien se cayó del burro e hizo la película. Sarkozy no. En esa fecha ya mascaba realizar la prueba del ADN para el certificado de nacionalidad.

La Comisión Nacional Consultiva de los Derechos del Hombre (CNCDH) es un organismo francés que examina los ataques racistas y emite un informe anual sobre la discriminación racial. Según el CNCDH, en 2002 fueron 313 las acciones tachadas de racistas contra personas y propiedades en el Estado francés. En esa categoría no estaban incluidas las intimidaciones y amenazas, que ese año fueron 972. Al año siguiente, la CNCDH destacaba el aumento alarmante de atentados racistas, 833. Una cifra realmente impresionante. Aún había más. En 2004, la cifra casi se duplicaba, siempre según la CNCDH: diversos grupos racistas habían ejecutado un total de 1.565 atentados en el Estado francés. ¿Lo sabían? Sarkozy sí.

En 2002, ETA cometió 25 atentados. En 2003, los atentados fueron 19 y en 2004 se elevaron a 27. Ni en las reivindicaciones ni en las descripciones ofrecidas por el medios de comunicación se deriva que los atentados tuvieran connotaciones racistas, homófonas, clasistas o xenófobas. ¿Dónde esta el problema, en Bilbo o en París?

¿Racismo? Aún suenan los lamentos de los miles de «indeseables» que no lejos de Pau, en la también localidad bearnesa de Gurs, fueron encarcelados, vejados y humillados. Fueron internados por la razón de un Estado, el francés que, gobernado desde Vichy, creyó y aplicó su supuesta superioridad racial. Restos de vascos yacen bajo la húmeda tierra de Gurs. Acostados en la eternidad por decisión de funcionarios y gendarmes racistas ubicados en Pau que también firmaban sentencias y desterraban a los campos de exterminio a sus compatriotas. En función del apellido.

Más allá de Gurs, cerca de la costa mediterránea, aquellos arios de semblante claro y lenguaje melodioso abrieron otro campo de concentración, el de Ribesaltes, para internar a esos «indeseables» que escapaban del terror de Franco, que vivían en carromatos o que practicaban una religión a la espera del Mesías. Ese campo de Ribesaltes no fue cerrado como el de Gurs sino que siguió abierto, porque los «indeseables» fueron sustituidos por «sin papeles», terroristas en potencia, víctimas de esos centenares de atentados que cada año salpican a Francia.

Sarkozy, antiguo ministro de Interior en la época de Raffarin, no lo desconoce. Ha ido más lejos que nadie, diciendo que basta ya de arrepentirse públicamente por la colaboración francesa con la ocupación nazi durante la II Guerra Mundial o por la colonización y el despojo de sus posesiones. El filósofo Bernard-Henry Levi dice que cuando le oye afirmaciones de ese tipo «se le hiela la sangre». Razón lleva. Sarkozy, el policía Sarkozy, tiene mucho de ese espíritu de Vichy que ahora elude reprochar.

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