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Raimundo Fitero

Las pancartas

Me encantan las pancartas de las manifestaciones realizadas con una profesionalidad matemática. Se nota en algunas de ellas que por detrás hay aparatos de partido, instituciones públicas, fundaciones y muchos intereses publicitarios y económicos. Incluso en los campos de fútbol y canchas de baloncesto se detectan pancartas y carteles realizados con oficio y técnica y aquellos surgidos de la inspiración momentánea y espontánea. Es más, el pancartismo ha sido un género de comunicación popular que actualmente ha perdido parte de su eficacia debido a la apropiación realizada de manera escandalosa por políticos en el gobierno, obispos y otros agentes de la intoxicación generalizada. Como se manifiestan ellos que tienen todo a su alcance más que los que deberían manifestarse por falta de medios y espacios, todo parece una misma cosa, y son cosas muy diferentes, sin lugar a dudas. Lo dijo Fraga, y ahora lo confirman sus émulos: la calle es suya. O eso pretenden, por acción y por represión.

Ya ni hablamos de carteles, algo que se ha quedado en un lugar extraño dentro de las posibilidades de publicidad o comunicación, que en nuestro deambular diario nos encontramos con docenas de ellos que duran apenas horas, y crecen unos muy aparentemente personalizados, para venta de pisos, para ofrecerse para trabajar o para cuestiones aparentemente menores. Quizás deberíamos fijarnos en una expresión mixta que serían las banderolas, que cuelgan en las farolas. La mayoría son actos institucionales de gran consumo. Y ahora, horror, de asuntos electorales.

Así que quién no tiene dinero y quiere dar a conocer su opinión, o convocar a un acto, debe ingeniárselas para conseguir unos segundos de gloria. En Barcelona, los miembros de una asociación que están contra el uso de pieles de animales se tuvieron que colocar desnudos, manchados con sangre de película, para que su protesta tuviera cierta repercusión. La tuvo, salieron en televisión, pero no había pancarta. Lo curioso es que eligieron de fondo las escaleras de la catedral barcelonesa, que es un lugar donde a ciertas horas del domingo aparecen bastantes beatas con abrigo de pieles.

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