La vista, más allá del 9 de marzo
Si alguien impide quese especifique cuáles son «todos los proyectos»materializables
es que esconde unas en la manga, que está jugando con la magia de las palabras.
Una lección para los meses venideros.
Análisis | Iñaki IRIONDO
Con la reapertura del debate sobre los contenidos de las conversaciones de Loiola, la izquierda abertzale parece poner la vista más allá de las ilegalizaciones y las elecciones, y aprestarse a abordar un tiempo político que se presenta como determinante para el futuro de Euskal Herria, en el que habrá que analizar con lupa los contenidos de la letra, al margen de que la música suene más o menos bien.
Los árboles deben permitir ver el bosque. La vorágine ilegalizadora en la que ha entrado el Gobierno del PSOE, cuyo objetivo declarado es impedir que cualquier expresión política de la izquierda abertzale pueda estar legalmente presente en las próximas elecciones a Cortes generales, tiene el objetivo de seguir apretando las tuercas –podría utilizarse otra expresión más gráfica– a este sector político de Euskal Herria, a fin de que desista de sus principios y se avenga a un futuro proceso –tenga la forma que tenga– «a la baja». Los comicios al Congreso y Senado españoles nunca han sido los favoritos de la izquierda abertzale, pero son la primera cita en las urnas después de que el proceso negociador 2005-2007 se rompiera oficialmente y los recuentos de votos que se hagan el 9 de marzo tendrán una importancia política que va más allá de su traducción a escaños. Servirán, por ejemplo, para saber con qué fuerza popular afronta cada cual un tiempo que parece que va a resultar determinante para el futuro de Euskal Herria.
Al margen incluso de la viabilidad que tenga la propuesta realizada por el Gobierno de Lakua (intento de acuerdo con Moncloa, pleno en el Parlamento en junio, promesa de consulta el 25 de octubre), a nadie se le escapa que en los próximos años será necesario, incluso para el PSOE, abordar un nuevo encaje de Euskal Herria en el ordenamiento jurídico-político del Estado, puesto que el marco autonómico actual no sólo está desfasado para una mayoría de este país, sino que además se ha convertido en un motivo de desgaste e inestabilidad en el ámbito político español.
Esto hace prever que pasadas las elecciones empezarán a escucharse propuestas y proyectos al respecto. Y ya empiezan a lanzarse, desde la órbita jeltzale, mensajes sobre la conveniencia de volver a los contenidos abordados en Loiola, al tiempo que se impulsan plataformas con atractivos discursos en defensa del derecho a decidir.
En este contexto de la próxima apertura de un tiempo político que puede dar lugar a grandes oportunidades, pero que encierra también importantes riesgos, es donde probablemente pueda encajarse la iniciativa de reflexionar en común con sus bases sobre el proceso negociador de Loiola que ha adoptado la izquierda abertzale, en un momento –a la puerta de más ilegalizaciones y otras elecciones– que en principio podría resultar sorprendente para abrir debates de este tipo.
Por lo que se sabe del análisis que ha hecho la izquierda abertzale de lo acontecido en Loiola, no cabe decir que lo consideren un fracaso. Muy al contrario. Se reconoce que se dieron avances importantes, que se situó el problema y su resolución en los parámetros adecuados, pero que faltó acordar las concreciones necesarias que hicieran que el recorrido del camino hacia la superación del conflicto político no tuviera marcha atrás.
Podría decirse que la izquierda abertzale entiende que en las conversaciones de Loiola se instaló el campamento base mínimo para asaltar la cumbre, pero que faltó asegurarlo convenientemente para evitar que, en el momento más importante, una ventisca se lo llevara todo monte abajo. Y en su seno surge la sospecha –que creen avalada por los hechos– de que no es que afianzar el campamento base exigiera un esfuerzo sobrehumano al PSOE o al PNV, sino de que en realidad nunca pensaron en hollar la cima y plantar allí la ikurriña, sino en corretear por sus alrededores.
En las conversaciones de Loiola se llega a un borrador de acuerdo que, a buen seguro, «suena bien» a la mayoría de los abertzales. Se recoge, aunque con circunloquios, la existencia del pueblo vasco, de una nación constituida por siete te- rritorios. Se habla también de mecanismos para que la ciudadanía vasca pueda decidir y se hace mención al resurgimiento de un Órgano Institucional Común entre la Comunidad Autónoma Vasca y Nafarroa.
Todo proceso negociador exige un importante esfuerzo. Hay que tener en cuenta que se trata de alcanzar un denominador común entre partidos que defienden posiciones muy diferentes, en los que cada cual busca salvaguardar sus líneas rojas. Esto obliga, en ocasiones, a hacer malabares con las palabras, a redactar textos una y otra vez, lo que puede convertirse en una tarea absorbente. Por eso, en estos casos, incluso cuando se cree haber llegado a un principio de acuerdo, es necesario tomarse un tiempo y después volver a releerlo todo, tratando de encontrar los déficits que pueda tener el acuerdo.
A pesar de lo atractivo del texto, la izquierda abertzale consideró que precisaba de concreciones, puesto que la ambigüe- dad de algunos párrafos o conceptos podría dar lugar a futuros disgustos. Y llegada la hora de las concreciones, se comprobó que el acuerdo que se suponía había, el consenso que parecia existir, no era tal.
Habrá quien diga que si el borrador acordado era un avance, aunque mejorable, mejor haberlo firmado para perfeccionarlo en un futuro. Y habrá quien le responda que si cuando se habla de que todos los proyectos políticos podrán ser materializados se impide introducir la mención de que esos proyectos son el autonomista, el federalista y el independentista, es que quien se niega a ello no está jugando limpio, que pretende aprovecharse de la magia de las palabras, de ese «suena bien» para, llegado el momento, buscar un subterfugio, una interpretación propia del texto y, por ejemplo, decir que la opción independentista no entra en el seguimiento de «la normas y procedimientos legales».
Por todo ello, da la impresión de que la izquierda abertzale pretende ahondar con su base social en estas cuestiones, quizá previendo que en los próximos meses volverán los encantadores de serpientes a tratar de engatusar a la ciudadanía vasca con palabras mágicas. Ante ello, el análisis y estudio de lo ocurrido en las con- versaciones de Loiola debe servir para hacer la «prueba del algodón» a conceptos como «derecho a decidir». ¿A decidir quién? ¿A decidir qué?
Se ve que la izquierda abertzale entiende que los grandes conceptos en abstracto están ya comúnmente aceptados; que los próximos pasos deben partir de ahí y concretar fórmulas jurídico políticas que definan el sujeto y los tiempos para ejercer los derechos, no ya para limitarse a reivindicarlos.