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Jaume d'Urgell (*) Escritor

Carta abierta de un republicano al príncipe Felipe en su cuarenta cumpleaños

Aquí se emplea la palabra «presidente» para llamar a lo que en realidad es un primer ministro o un jefe de gabinete, no un auténtico presidente, porque en el 97% de los países presentes en la ONU los presidentes poseen funciones que aquí usurpa tu padre

Felipe, ¿Qué se le puede desear al hijo del cómplice de un dictador que se asoma a los cuarenta años? Que tenga un poco de respeto democrático, naturalmente, como a cualquier otro autócrata armado. Eso es lo primero. En un país donde no se puede elegir al Jefe de Estado, los dictadores militares -asesinos o no-, son, ante todo: insolentes que viven del trabajo ajeno.

Tú, como tu padre, que siempre ha llevado a gala el despilfarro a costa de nuestro esfuerzo, me permitirás antes que nada, que ignore expresamente el protocolo con el que los de tu estirpe tratan de evadir la ignominia que les rodea, para expresarte mi deseo de que restituyas cuanto antes todo lo que nos habéis quitado y te pongas a trabajar, que ya empiezas a tener edad.

Al escribirte hoy, estoy felicitando a toda una generación, Felipe, la generación anterior a la mía, una generación de gente extraordinariamente formada, que sin embargo, no sabe lo qué es elegir a un presidente y que nunca sintió extrañeza de emplear esa palabra, «presidente», para llamar a lo que en realidad es un primer ministro o un jefe de gabinete, pero no un auténtico presidente, porque en el 97% de los países presentes en la Asamblea General de las Naciones Unidas los presidentes de verdad poseen funciones que aquí usurpa tu padre. Por ejemplo, el mando de las Fuerzas Armadas (CE, art. 62. h).

La mayoría de los jóvenes de hoy no tiene ni un recuerdo de aquel día en que tu padre, en nuestras Cortes, rodeado de obispos y militares como él, juró fidelidad a las leyes franquistas, accediendo así a la última voluntad del anciano genocida y obteniendo esa ostentosa y extemporánea corona, que jamás será tan bella como una urna de metacrilato, repleta de sobres de papel, depositados sin miedo, ni límites, ni engaños. La democracia que los amigos de tu padre lograron destruir, no tuvo nada que ver con el régimen que hoy vivimos, ni con la república que hay por delante. Esta generación, sobrelleva un país privatizado y neoliberal. Producto de siete décadas de gobernar de espaldas a la ciudadanía, pervirtiendo por completo nuestro derecho a participar en los asuntos públicos. Esta prepotencia forma parte del estilo ético de tu familia: una infamia labrada a través de siglos de miedo, sangre, impunidad y un desmedido afán por el dinero de los demás.

La mayoría de los españoles creció padeciendo un engaño masivo que se iba asentando, al abrigo del ruido de sables, la desinformación y leyes que causan sonrojo entre juristas de otros países. Tú y yo, al igual que otros compatriotas a la fuerza, nos hicimos adultos en una sociedad que, después de siete décadas de contemplar como un militar manosea su más alta magistratura, empieza a estar harta de todo. Hemos madurado en un país que se avergüenza de sí mismo, que se ha acostumbrado a omitir su nombre y sus símbolos, llenos por siempre de ignominia y sectarismo, después de que se los apropiara el ex jefe de tu padre. Y ahora tú, al revés de los demás ciudadanos, pretendes disfrutar de un poder que no te corresponde.

Hasta ahora, has gozado sin trabajar, de caprichos que a los demás, trabajando, les están vedados. Tú, supuesto máximo exponente de lo público, no has dudado en optar por la sanidad privada siempre que te ha hecho falta, y lo has hecho, por supuesto, con nuestro dinero.

Pero esta sociedad, que acumula setenta años consecutivos de opresión, está empezando a tomar conciencia de su potencial, de la fuerza de una población de 45 millones de ciudadanos, que son eso: ciudadanos, no súbditos, y lo sabemos, a tu pesar. Cada vez somos más, quienes somos conscientes de nuestra ciudadanía. Sabemos que este potencial puede y debe convertirse en una verdadera democracia, para poner el Estado al servicio de quienes, por culpa de sujetos como tú, sufren la cara amarga de la avaricia ilimitada. Es el esfuerzo conjunto de la ciudadanía lo que puede determinar, modificar y mejorar el destino de un país.

Tu padre siempre ha sido un soldado franquista, y por eso quienes compartían sus formas y objetivos creían que su hijo podía tener el mismo destino... de no ser por la eclosión del espíritu crítico en pro de la tercera República. Juan Carlos acaba de cumplir setenta años... tantos como tiempo hace que nuestro país de países dejó de ser una democracia, para convertirse en esto que ahora es, de la mano de monstruos terroristas, que vestían igual que vosotros y tenían igual respeto por nuestro anhelo de votar en libertad, sin trampa ni Borbón.

Supongo que, para los que son como vosotros, esa es la verdadera medida del éxito: llegar a viejo tras una vida entera de lujo, pompa y boato, sin haber trabajado ni un solo día. Gozando siempre a costa de obligar a todos a profesar un credo absurdo: el de la monarquía, o el arte del despotismo y la usurpación de lo público y ajeno, a través de las armas y leyes que avergüenzan al Derecho.

Feliz aniversario, Capeto. Hazme caso: saca tus manos de nuestros asuntos públicos. No sé qué tendrá la corona, que sea capaz de haceros perder la cabeza. ¡Salud y República!

(*) Jaume d'Urgell ha sido condenado recientemente por cambiar la bandera rojigualda por la enseña republicana española en un edificio oficial en Madrid. Esta carta está inspirada en una misiva similar escrita por Rodríguez Zapatero.

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