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Xabier Silveira Bertsolari

Cojón de sapo

¡Claro que me repito! ¿Acaso cambia algo entre vez y vez? Hace treinta años se detenía a la gente por pegar carteles. ¡Ahora -además- los encarcelan!

Calla y púdrete! No tengo tiempo para ti, listillo. La guerra continúa pese a que tú creas que esto es un eterno Nafarroa Oinez. Eso sí, tú siempre tan cauto, pilla bien de tiques por si acaso. ¿De verdad crees que me importa lo que tú puedas opinar sobre lo primero que te parezca mal?... Ni la miseria que tienen de puertas adentro les basta, de puro opilotes que son, que tienen que sacar el pico juera pa' hurgar en la vida de los demás. ¡Metiches de la chingada...! Me da absolutamente igual. ¡Patán! De la misma manera que habría apostado hasta hace poco a que a ti te la pela lo que diga o haga yo, pero no, veo que no. Pues a joderse toca.

Y de oca a oca -«sin tiro, hoy no toca», que diría Pelos- tiremos a ver quién vota. ¿Qué haréis si no podéis votar? Esta pregunta agiliza mi lengua -que no mi respuesta- verano tras verano en Portugal desde que a la democracia le dio por autoilegalizarse definitivamente y por definición. Aho- ra no queda otra: Demokraziari sua!

Son los matarifes los responsables de gestionar la carnaza. Siempre ha sido así. «Matarifes -¡carceleros!-, que un mal trago os engulla el alma y queme el corazón. ¿Cómo no reconocer en ti a un asesino si al mirar tus ojos veo sólo oscuridad?». Los Sapos no fuman, sino revientan. Matarifes. Matarifes y más matarifes nos salen al paso -paso; paso (con guiño); paso; ¡órdago!- y deberíamos sentenciar la partida, ahora que parece casi perdi- da; parece que es el mismísimo aroma de la victoria, por cierto.

«Mirada vertical que al otro lado nos observa, nos desnuda y mata en silencio total. Sólo un sádico disfruta al ver morir, sólo un sádico disfruta haciendo sufrir». Matarifes que viven a costa de la guerra, asesinos de pueblos, torturadores de la era moderna. Y ni duda siembre en torno a que me repita. ¡Claro que me repito! ¿Acaso cambia algo entre vez y vez? Hace treinta años se detenía a la gente por pegar carteles. ¡Ahora -además- los encarcelan! ¿Democracia, dicen? Pues cuánta razón llevan, compañera. Hitler arrasó en las elecciones para el III Reich y, no te lo pierdas, lo hizo sin Prisa ni Vocento, ni estrategia alguna de estas superdemocráticas. Y es que democracia viene a ser, como en «La Vida de Brian», un escaparate de charlatanes que a base de inventarse una historia -que si los pájaros hablan, que si chinos, que si bolsas- nos hacen creer que nuestro poder ejercido sobre el Estado que nos pertenece como habitantes de sus tierras es, ni más ni menos, que meter un papel en una urna de cristal. ¿Nos hemos vuelto locos? No, la estupidez es hereditaria e, inevitablemente, somos lo que somos desde simios. A todo esto, una pregunta al aire; es que el gran Mendiatar Txomin -otro mago- me sembró la duda: ¿Siendo verídico que los simios de antaño se convirtieron en humanoides, por qué los de ahora no lo hacen?

«Vengo sangrando desde invierno, pisando el cielo hasta caer con un aborto en la garganta; Luna, espera, yo saldré».

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